Gilmer Mesa presenta Los espantos de mamá y, para quienes crecimos en barrios atravesados por el olor a basuco, los tangos de Orlando Contreras, la salsa de Raphy Leavitt y las rifas de armas disfrazadas de electrodomésticos, su novela se siente cercana.
Cuenta Mesa que este libro dialoga con Aranjuez, su obra anterior en donde el centro era el padre, pero ahora la historia se sostiene con la voz de la madre y los múltiples mitos y leyendas que tanto nos asustaron.
Este escritor paisa partió de una idea que lo persigue desde hace años: «La familia es el gran escenario donde se ensayan, por primera vez, los temas que después llamamos universales». Por ejemplo, en la casa se aprende a querer, a odiar, a envidiar, a sentir culpa y a convivir con la muerte. Allí se forman las primeras imágenes del mundo y se decide, casi sin palabras, qué es lo tolerable y qué es lo monstruoso.
El detonante de la novela, contó el autor, fue una escena de barrio. La vecina de la madre de Mesa tenía dos hijos: el Huasca y el Mono, pillos de vieja guardia, de esos que crecieron entre el hambre, las fiestas de la cuadra y los negocios turbios. Al primero lo mataron. Años después, el segundo desapareció camino al trabajo y nunca regresó. La madre entonces empezó a caminar por las calles del barrio preguntándole a todo el mundo por ellos. Ese reclamo, repetido en voz alta, le recordó a Mesa un eco antiguo: el llanto de la Llorona. Fue ahí cuando entendió que esa vecina encarnaba una leyenda continental en versión urbana.
Luego aparecieron otros espantos con cédula y dirección: el hombre baleado que termina convertido en la Patasola, los muertos que se niegan a abandonar la cuadra y los monstruos que se parecen demasiado a los vecinos armados de la esquina.
Mesa acomodó los mitos y leyendas en un paisaje donde el peligro es la moto que se detiene en la puerta y no un grito en la mitad del monte. Dice que lleva años preguntándose por qué el país concentra tanto miedo en figuras como el Moán, la Patasola o la Madre Monte, y al mismo tiempo se acostumbra a noticias sobre masacres, desapariciones y ejecuciones extrajudiciales. Por eso, tal vez, quiso que, en su novela, el verdadero espanto fuera la realidad y no las ficciones.
Los espantos de mamá es una novela sobre madres que preguntan por sus muertos, barrios que se inventan sus propios códigos para sobrevivir, miedos que llevan uniforme y pistola, y una pobreza que se cuela en cada decisión. Es una historia que parte de una cuadra, se alimenta de mitos y vuelve, una y otra vez, a la voz de una mujer que un día se negó a cobrar un subsidio por un dolor que también la comprometía.
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