Hemos hecho de lo difícil una virtud. Y como nos hemos acostumbrado a que solo lo difícil es bueno, ahora, para nosotros, lo realmente difícil es volver a lo fácil.
Hay que perseverar. ¿De dónde habrá salido esa idea tan extraña?
La palabra «perseverar», además de traer envuelta la palabra «severidad», quiere decir: «mantenerse constante en la continuación de lo comenzado, en una actitud o en una opinión». Puesto de otra manera, es una forma de obstinación, de coherencia, de terquedad. Es limitarse a un solo comienzo y forzarlo a dejar de comenzar.
Otra opción es entregarse continuamente a comienzos que encuentran su razón en sí mismos y no van a ninguna parte.
Perseverar quiere decir, también, «durar permanentemente o por largo tiempo». La idea de la perseverancia en el ser, de la tendencia de lo vivo a mantenerse en la vida, es una idea a la que Spinoza supo dar un giro luminoso hacia una vida en la afirmación y en la alegría; en la felicidad.
Schopenhauer, en cambio, tradujo esa idea como «voluntad». Y nos ofreció una visión del mundo terriblemente sombría porque vio, como supo ver también el budismo, la relación íntima entre sufrimiento y voluntad.
La perseverancia también está asociada a la dificultad. A la creencia de que lo difícil es más valioso. Hemos hecho de lo difícil una virtud. Y como nos hemos acostumbrado a que solo lo difícil es bueno, ahora, para nosotros, lo realmente difícil es volver a lo fácil.
A Picasso no le costaba trabajo pintar. Por eso pintaba.
Schopenhauer vio que el arte es una forma de escapar al imperio de la voluntad. Pero si el arte se convierte en dificultad, si crear lo malentendemos como perseverar, entonces la creación no será más que un disfraz de la voluntad; una trampa más.
Lo bello de escribir, de crear objetos raros y espacios silenciosos, misteriosos, es que nadie tiene que hacerlo. Y, en cierto sentido, nadie puede hacerlo. Al menos no voluntariamente. Que tome tiempo, pida paciencia, soledad, no significa que crear tenga que ser un trabajo, un camino de infelicidad.
En el fondo solo somos realmente buenos en eso que no nos cuesta trabajo. Y eso no tiene por qué ser escribir un libro o un gran tratado. Ni descubrir la ley de la gravedad. Puede ser algo que hagamos todos los días, todo el tiempo, sin darnos cuenta. Puede que seamos realmente buenos en no hacer nada, aunque ese es el privilegio de los maestros más grandes.
Puede, también, que tardemos la vida entera en descubrir qué es lo que hacemos realmente bien. Y cuando lo encontremos, quizá ya ni siquiera tengamos que hacerlo.
No sé si fueron ánimos los que me dio mi tío cuando me dijo hace poco: «Sí, estás escribiendo bien. Pero cuando escribas realmente bien, entonces ya no escribirás». Hablábamos en susurros. Llevábamos horas conversando y ya eran las dos de la mañana. Así que después de decirlo, muy tranquilamente se fue a dormir y me dejó a mí pensando.
El que persevera alcanza, es el consejo que suele darse. ¿Alcanza qué?
Otra opción es no perseverar. Sentir que ya se ha alcanzado. Seguir solo caminos abiertos. Obedecer a lo que no dura nada.
*Esta columna apareció por primera vez en el portal de Diario Criterio , un medio de comunicación colombiano que dejó de ofrecer contenidos en 2023.
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