Este reportaje fue patrocinado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes.
En la literatura de Gabriel García Márquez es común que un personaje siga vivo después de haber muerto. Por ejemplo, en Cien años de soledad abundan los fantasmas del otro mundo que andan entre los vivos, como Prudencio Aguilar, quien se le aparece a Úrsula Iguarán para pedirle un tapón de esparto para restañar su herida mortal y luego termina pasando los tediosos domingos de la muerte conversando con el espectro de José Arcadio Buendía bajo el castaño del patio. Incluso algunos críticos han dicho que José Arcadio Segundo, el Buendía que se vincula a los huelguistas bananeros, terminó siendo en realidad una víctima más de la masacre de las bananeras que, después de caer fulminado entre los 3408 trabajadores asesinados en la plaza de Macondo, sigue deambulando por la casa de su familia repitiendo la verdad de lo sucedido a quien quiera escucharlo. En estos y muchos otros ejemplos, las fronteras entre vida y muerte se borran sin problemas en la literatura garciamarquiana. Por eso no es raro que el fantasma del propio autor haya sufrido un proceso similar: hoy está tan presente como lo estaba antes de fallecer.
Su nombre sigue apareciendo cada semana en las noticias por diversas razones: se anuncia como inminente la aparición de la adaptación de Cien años de soledad para Netflix, la cantante Dua Lipa publica una fotografía leyendo esta novela con fascinación, un biógrafo menor del nobel revela su último gran secreto, la existencia de una hija ilegítima nacida en México. Como estas y otras, cada año aparecen todo tipo de noticias cliqueables que implican al autor fallecido el 17 de abril de 2014 y que siguen atrayendo la atención del público. Su rostro bigotón y sonriente sigue acompañando todo tipo de frases en redes sociales (pocas de su autoría) o sirve de modelo para que dibujantes callejeros demuestren su talento y vendan su retrato junto a los de Shakira o Messi. Con el nombre de Macondo se bautizan rutas turísticas por todo el país, premios de cine y portales de periodismo independiente. Y en honor del autor de Aracataca, la Fundación Gabo sigue haciendo festivales culturales y talleres de periodismo en toda América Latina. En suma, si uno pone una alerta de noticias sobre García Márquez en su correo, lo más probable es que su bandeja de entrada se mantenga llena todas las semanas.
Por supuesto, esto también se traduce en nuevas ediciones de sus libros. A finales de 2014 se conoció que el conglomerado editorial Penguin Random House se había hecho con los derechos de García Márquez para España y la mayor parte de América Latina. Finalmente, la editorial más grande se había quedado con uno de los más grandes. Esto significó la reedición de su obra completa en todas las formas posibles de divulgación editorial: libro impreso, digital, ilustrado, de bolsillo, pasta dura, audiolibros. La apuesta incluyó crear toda una colección llamada Biblioteca Gabriel García Márquez e incluir un fuerte componente ilustrado, con el trabajo de artistas como el mexicano Alejandro Magallanes y la chilena Luisa Rivera. El proyecto ha rendido frutos. «Gabriel García Márquez sigue siendo uno de nuestros autores más importantes —me dice Salomé Cohen, editora del sello Random House—, el amor y la admiración por él se mantienen, así como el interés».
Para comprobarlo no hay sino que ver el revuelo mundial que ha causado la noticia, divulgada en marzo de 2023, sobre la aparición, en la misma editorial, de su última novela, la inacabada (pero no inconclusa) En agosto nos vemos. Esta novela corta sobre los viajes de una mujer que visita cada agosto la tumba de su madre en una isla del Caribe fue largamente trabajada por García Márquez durante los años del cambio de siglo, pero finalmente la abandonó para terminar su autobiografía y su novela Memoria de mis putas tristes. Los borradores de En agosto nos vemos llegaron a incluir varias versiones de los cinco capítulos de la novela, así como del desenlace de la historia, por lo que era cuestión de tiempo para que sus hijos (y su editor mexicano, Cristóbal Pera) se decidieran a escoger una de las versiones de lo escrito para publicarlo como un libro que verá la luz en marzo de 2024.
Y en el presente no solo se publican libros de García Márquez, también siguen apareciendo interesantes trabajos sobre él, como el reciente Crónica de un amor terrible, de la investigadora colombiana Nadia Celis, o el exhaustivo Ascent to Glory: How One Hundred Years of Solitude was Written and Became a Global Classic, del español Álvaro Santana-Acuña. Estas dos obras tienen en común que fueron escritas usando como fuente de investigación los archivos personales del escritor que llegaron en 2015 al Harry Ransom Center, en Austin, Texas, un lugar que se ha convertido desde entonces en uno de los puntos de peregrinación de gabólogos de todo el mundo.
Me reúno en una librería del barrio La Macarena en Bogotá con Santana-Acuña, quien es profesor del Whitman College, en Washington, y además fue el curador de la exposición Gabriel García Márquez: la creación de un escritor global, del Ransom Center, y le pregunto por la relevancia del autor en la academia de la actualidad. «García Márquez no es un tema preferente para los jóvenes doctorandos. No es estudiado con el ímpetu de los años ochenta o noventa, pero sigue siendo un autor que genera un porcentaje importante de literatura académica cada año», me dice. En Colombia, la situación es similar. Tal vez García Márquez no sea el tema favorito de tantos tesistas o de congresos académicos como lo fue hace algunas décadas, pero sigue estando muy vivo en las investigaciones de algunos literatos dedicados.
Mientras en la academia sigue siendo leído con atención, aunque en cantidades reducidas, se podría decir que, al otro lado del espejo, en la vida cotidiana del país, pasa exactamente lo contrario: a García Márquez se lo puede encontrar por todas partes y casi todos los colombianos tenemos una opinión sobre él, incluso sin haberlo leído.
Viajo a Aracataca, su pueblo natal, para comprobar que siguen llegando todos los días turistas nacionales y extranjeros a conocer su casa, que ahora es un remodelado museo administrado por la Universidad del Magdalena. Además, el rostro del escritor decora numerosos murales que lo retratan con asombroso realismo en todo el pueblo. Al parecer, la luz de Aracataca ayuda a formar buenos pintores, pues no olvidemos que el propio García Márquez fue hábil dibujante y soñó con llegar a ser artista plástico en su juventud.
Todo parece ser una bella fiesta garciamarquiana en Aracataca, que cada vez cuenta con mejor infraestructura hotelera e intenta diversificar las actividades que pueden encontrar sus visitantes, incluyendo paseos a las fincas cafeteras que se extienden en la Sierra. Interesado en la producción extraliteraria local, compro una bolsa del delicioso café Primitivo, y allí también encuentro la foto amigable de Gabo junto a una frase que nunca dijo: «No llores porque terminó, sonríe porque sucedió», una de las muchas máximas cursis que las redes sociales le asignan, aunque no se encuentren en ninguno de sus libros. Casi al mismo tiempo, se me acerca un improvisado guía local para invitarme a conocer «cada uno de los Macondos con los que José Arcadio Buendía soñó, porque él salía de un Macondo en su sueño y luego entraba en otro Macondo exactamente igual al anterior y así sucesivamente, hasta que murió», me dice, emocionado con esta adaptación libre de lo que se cuenta en Cien años de soledad. Parece que la fidelidad a su imagen que uno encuentra en los murales del pueblo escasea a la hora de citar los contenidos de su obra.
Uno puede toparse con tergiversaciones de este tipo en cada rincón del país: hay municipios que se venden como los escenarios «verdaderos» detrás del realismo mágico garciamarquiano, sin que haya siquiera certeza de que él alguna vez los conoció, y las frases falsas atribuidas a su pluma son casi la norma cuando se trata de «citarlo» en discursos o publicaciones de redes sociales. De García Márquez se dicen tantas cosas y se le atribuyen tantas anécdotas y frases apócrifas, que uno tiene la impresión de que su biografía y su literatura se están acercando cada vez más al terreno de la leyenda y que algún día terminará convertido en un personaje mitológico, como el Mohán o la Llorona, esos que nadie conoce pero sobre los que todos especulan.
Incluso los autores contemporáneos, aunque intenten fabular sobre el país en el que hoy viven, sienten que terminan hablando del que creó García Márquez. Le pregunto al escritor barranquillero Paul Brito si se siente influenciado en su obra por el viejo patriarca de las letras colombianas. «Si uno viene del Caribe, es imposible hablar de esa región sin dialogar permanentemente con García Márquez. Él colonizó todo ese mundo», me dice, tratando de encontrar las palabras adecuadas para dar cuenta del peso que casi todo escritor nacional ha sentido desde que, en 1967, apareció Cien años de soledad. Finalmente, las tiene que inventar: «García Márquez “garciamarquezó” el Caribe. Cuando uno habla algo del Caribe, siempre alguien dice: “ye, pero eso suena muy García Márquez”. El Caribe ya se ha fusionado con su obra».
A todas estas, en medio de tantos imaginarios colonizados, tantas citas falsas y tantos atractivos turísticos con su cara en la entrada, ¿dónde quedan los lectores de García Márquez, sus verdaderos herederos? Sus libros se siguen vendiendo, se sabe, pero ¿qué tanto se leen? «Mucha gente no ha leído a García Márquez. Lo conoce de oídas, porque es una figura pública, pero la gran mayoría lo está leyendo por primera vez», me dice Orlando Oliveros, periodista y coordinador del club de lectura Los Peregrinos, especializado en García Márquez y asentado en Cartagena. «Es necesario que cada vez más gente lea a García Márquez, porque siento que no lo conocen, al menos eso he visto yo en el club de lectura», sentencia Oliveros con una frase que me deja pensando en la distancia que hay entre ser un autor famoso y ser un autor leído.
Pero hay personas esforzándose para remediar esto. «He tenido la experiencia de trabajar con estudiantes de grado séptimo y octavo algunas lecturas de Gabriel García Márquez», me dice la profesora Blanca Nubia Méndez, magíster en Literatura del Instituto Caro y Cuervo. «Los chicos reciben bien la lectura, en cuanto se realice una buena contextualización, aunque en varias ocasiones los confunde el vocabulario que presenta la obra y también el contexto en el que sucede». Es cierto que el español en el que escribía nuestro premio nobel ya era un poco anticuado y barroco en la propia época en la que se publicaban sus libros y que algunos de los episodios históricos en los que se mueven sus personajes se han desvanecido de la memoria colectiva. Por eso el trabajo de Méndez y de tantas mediadoras de lectura es tan valioso a la hora de acercarse a la lectura de Gabriel García Márquez. Sin ser difícil, su obra puede ser una pequeña colina que hay que caminar para poder llegar a la cima de sus grandes libros. Pero esta caminata puede parecer un poco complicada para las nuevas generaciones educadas con la impaciencia y la desconcentración de tantas pantallas.
Tal vez este fenómeno podría profundizarse con la inminente salida de la serie de Cien años de soledad, programada para finales de 2024, una noticia que lo pondrá de nuevo de moda y disparará otra vez la venta de sus libros, sin duda, pero que producirá a muchas personas que vean la adaptación la falsa sensación de que conocen su obra. Por eso creo que hacen falta siempre más espacios y esfuerzos para que leamos a García Márquez, y no solo para que lo conozcamos como figura pública o como figura mitológica en la cultura colombiana. También en 2024 se realizarán eventos en su honor organizados por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, y curados por la Fundación Gabo. Esperamos que estos sirvan para lo más importante: animarnos a abrir sus páginas y leerlo. Tenemos que volver siempre a su obra, estudiarla con atención, masticarla con delicia, comentarla con amigos, para desembrujarnos de sus historias circulares, admirar a sus personajes vivos a pesar de la tragedia y entender a las almas en pena que deambulan entre sus páginas. Esas que siguen presentes mucho tiempo después de haber muerto, como el autor mismo, y que todo lo que necesitan es alguien del reino de los vivos que las escuche con atención.* Escritor e historiador. Autor de: Presidentes sin pedestal. Una historia cínica de los gobernantes de Colombia.