En tres fotos en poder de CasaMacondo aparece un sacerdote con ojos cerrados haciéndole una felación a un joven, quien capturó las imágenes a escondidas con un teléfono de la época. Fueron tomadas en 2005, en el palacio episcopal de Santa Rosa de Osos, Antioquia, la diócesis del padre Marianito, beato colombiano.
Con las fotos en el celular, el joven se presentó ante el obispo Jairo Jaramillo Monsalve para denunciar a su abusador, el sacerdote Óscar Augusto Múnera Ochoa. El jerarca le respondió que el cura era humano y que orara mucho por él. Le dijo también que tomaría los correctivos necesarios, algo que compete solo a un juez de la república. A los pocos meses el cura fue nombrado en cargos más pomposos, como el de ecónomo diocesano. Luego, en 2006, fue enviado a trabajar en la Conferencia Episcopal, la institución que congrega a los obispos del país, con sede en Bogotá.
Convidado por el cura, hasta allá llegó el joven. Su idea al aceptar la invitación era recoger otras pruebas que le permitieran tener una denuncia más sólida contra el todopoderoso Múnera, ya que el obispo Jaramillo, en lugar de denunciarlo, lo había premiado. Arturo* pensaba que su ingreso a la sede de los obispos colombianos quedaría registrado y los empleados del edificio y otros curas le verían la cara.
La invitación no fue gratuita. A los tiquetes aéreos se sumaron tres millones de pesos que Arturo dice haber recibido por los servicios sexuales que le prestó al sacerdote en las oficinas de la Conferencia Episcopal. Sin lavarse las manos, cuenta Arturo, el cura bajó al comedor después del encuentro sexual, donde saludó y les presentó a sus colegas al joven destacado de Santa Rosa de Osos que lo estaba visitando. La escena entre Arturo y el cura se repitió en una residencia para sacerdotes y obispos ubicada en el barrio bogotano El Chicó.
Arturo tenía veintiún años la primera vez que el sacerdote le practicó sexo oral en Santa Rosa de Osos y le dio doscientos mil pesos por dejarse hacérselo. El joven solo fue a la parroquia a buscar un libro, pero el cura supo ganarse la confianza del muchacho, miembro del grupo juvenil parroquial, sin papá y con una mamá que lavaba y planchaba ropa para mantener a la familia. La experiencia siguió repitiéndose, incluso cuando el cura terminó su periplo al frente del Centro Nacional Misionero de la Conferencia Episcopal y fue nombrado párroco de San Pedro de los Milagros, en su diócesis de origen.
Óscar Augusto Múnera Ochoa nació en San Pedro de los Milagros en 1962 y a los veintiséis años se ordenó como sacerdote en la Diócesis de Santa Rosa de Osos, en el norte de Antioquia. Sus primeros cargos fueron de vicario en Amalfi y luego de director espiritual y rector de la Escuela Apostólica de Liborina, hasta 1996. Pasó después a dirigir la Pastoral Juvenil y Vocacional de la diócesis y, en el año 2000, fue promovido a la dirección del Departamento de la Juventud de la Conferencia Episcopal. Volvió a su pueblo en 2004, ocupó dos cargos y, en ese contexto, conoció a Arturo. Después regresó a la Conferencia Episcopal a dirigir el Departamento de Misiones entre 2006 y 2014. Tuvo la típica carrera del cura bien conectado que termina de obispo, sueño que logró en 2015 cuando el papa Francisco lo nombró y lo envió al Vicariato Apostólico de Tierradentro, en Cauca.
El clero antioqueño sabía de las andanzas de Óscar Múnera con jovencitos desde hacía varias décadas, según fuentes consultadas por CasaMacondo, quienes también señalan a Ricardo Tobón Restrepo, arzobispo de Medellín, como el padrino de Múnera. El obispo Jairo Jaramillo, quien después fue arzobispo de Barranquilla, no hizo nada cuando Arturo lo encaró, le contó su historia y le mostró las fotos de su celular. El joven también le advirtió al obispo que lo mismo ocurría con otros muchachos de los grupos juveniles.
El proceso penal
A las pruebas que le entregó a la Conferencia Episcopal este año, Arturo sumó un documento que fue definitivo: la copia de la denuncia que interpuso en la Fiscalía de Santa Rosa de Osos en 2005 y que fue desoída por el fiscal Leonel de Jesús Bedoya López, a pesar de que en ella también se señala a Múnera de haber abusado sexualmente de dos menores de edad.
En el expediente, el entonces sacerdote rindió versión en la Fiscalía el 22 de septiembre de 2005, donde se reconoció en las tres fotos que entregó Arturo y que no publicamos por respeto a las dos personas involucradas. El cura dijo que se trataba de una extorsión, pero reconoció que autenticó un documento con el que intentó comprar el silencio de Arturo para que este retirara la denuncia ante la Fiscalía: «Yo Óscar Múnera Ochoa me comprometo a darle una colaboración a Arturo para montar un negocio o un carro en Sincelejo».
Según los documentos judiciales, dos menores más habrían sido abusados sexualmente por Óscar Múnera. El fiscal le preguntó al sacerdote por ellos y este dijo que no había tenido contacto sexual y que no los conocía. Sin averiguar más, la Fiscalía cerró el caso y el cura siguió su camino hacia el episcopado.
Arturo le dijo a CasaMacondo que el obispo Múnera lo ha amenazado varias veces desde 2005 cuando lo denunció en la Fiscalía. Así explicó el sacerdote a la Fiscalía uno de los episodios: «Le dije que no fuera a Tarazá, que eso era muy peligroso por allá, que había paramilitares y que de golpe lo mataban. Eso fue más bien un consejo y no una amenaza».
Las amenazas, según el sobreviviente, no han parado. El 7 de mayo, unos meses después de haber entregado por primera vez la dirección de su apartamento a la Conferencia Episcopal, intrusos violentaron las cerraduras de su apartamento y lo vandalizaron, robando la carpeta donde guardaba todas las pruebas contra Múnera, incluyendo las tres fotos. (En CasaMacondo reposan copias de los documentos). Los delincuentes también le dejaron una nota amenazando a sus hijos si seguía metiéndose con monseñor Múnera.
Arturo se enfrentó solo a la Iglesia
La renuncia del obispo Óscar Múnera se conoció el 20 de julio, unos meses después de que Arturo fuera escuchado varias veces por el Tribunal Eclesiástico de Bogotá, que asumió la investigación eclesial. Sin abogados y sin recursos económicos, este conductor de bus se enfrentó a la Iglesia católica.
En 2022, cuenta él, se encontró en la capilla de la Terminal de Transportes de Medellín a Hugo Alberto Torres, entonces obispo de Apartadó. Le contó su historia y Torres le dijo que denunciara, que llamara al arzobispo de Popayán, el jefe de la jurisdicción eclesiástica del Cauca, pues Múnera era el obispo de Tierradentro, en ese departamento.
Con la sugerencia del obispo de Apartadó, Arturo se llenó de valor y llamó a Omar Alberto Sánchez, arzobispo de Popayán y vicepresidente de la Conferencia Episcopal de Colombia en ese momento. Este lo escuchó, pero tampoco hizo nada, cuenta Arturo, quien le envió las tres fotos a Sánchez para que le creyera su relato. El arzobispo le dijo a CasaMacondo que remitió el caso a la Nunciatura y que le dio instrucciones a Arturo para que hiciera la denuncia ante las autoridades civiles.
Arturo también acudió al arzobispo de Medellín, Ricardo Tobón Restrepo, célebre por encubrir a por lo menos setenta sacerdotes denunciados por abusos sexuales. Tobón es amigo personal y padrino del exobispo Múnera. Según cuenta Arturo, Tobón miraba incrédulo una y otra vez las fotos y sus ojos parecían fascinarse con las habilidades de Múnera. Le dijo que no podía hacer nada ante su queja y Arturo le recriminó: «Lo mío no es una queja, es una denuncia». Entonces lo envió con su obispo auxiliar, Mauricio Vélez, para que continuara con el proceso. Desde 2010, Vélez ha sido el principal escudero de Tobón para proteger a cientos de sacerdotes pederastas.
La Arquidiócesis de Medellín le certificó a Arturo el envío de su relato a la Nunciatura Apostólica, pues el jefe directo de todos los obispos es el papa. Por ser una embajada, la Nunciatura tiene inmunidad diplomática que le permite ignorar las solicitudes de la prensa, como en efecto lo hizo el arzobispo italiano Paolo Rudelli, el nuncio apostólico en Colombia cuando le preguntamos por el caso de Múnera.
Finalmente, Arturo buscó al hombre más poderoso de la Iglesia católica colombiana, el cardenal Luis José Rueda Aparicio, arzobispo de Bogotá y presidente de la Conferencia Episcopal en ese entonces. Sus plegarias fueron desoídas otra vez y el 29 de mayo de 2023 lo volvieron a remitir al arzobispo de Popayán, no sin antes advertirle que su denuncia era «una situación delicada y de suma importancia».
Arturo dice que cuenta su historia no por plata, sino por seguridad, pues Múnera lo amenazó en 2005 cuando se reunió con el obispo Jaramillo y lo amenazó recientemente cuando la denuncia llegó ante los superiores del ahora exobispo. Ahora la situación es más grave, cuenta Arturo, porque el sacerdote se metió con sus hijos. Dice que Múnera le advirtió que él podía ubicarlos fácilmente con las partidas de bautismo y lo amedrentó con supuestas conexiones ilegales.
El despido de Múnera, según lo ordena el papa Francisco en situaciones de abusos sexuales, tendría que ir acompañado por una reparación integral a Arturo y a su familia, y por la Iglesia católica, que debería remitir el caso a la Fiscalía General.
Al ser consultado sobre las acusaciones en su contra, el obispo Múnera dijo que solo atendería a las autoridades civiles. La fiscal Luz Adriana Camargo y sus antecesores Martha Mancera y Francisco Barbosa conocieron #ElArchivoSecreto, la investigación en la que también participó el periodista Miguel Ángel Estupiñán, que reveló los nombres de los 587 sacerdotes denunciados por pederastia y abuso sexual en Colombia en los últimos veinte años, incluido el de Múnera.
Es tanta la desidia de la justicia ordinaria colombiana para abrir una investigación, que actuó primero el Vaticano.
*Cambiamos su nombre para proteger su identidad
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