Don Hernando Santos Castillo salió de su oficina a buscarlo. Atravesó toda la redacción hasta llegar a la sección de los olvidados. Bajo su brazo llevaba la edición del viernes 13 de septiembre de 1968. El director de El Tiempo, por esos días el principal diario de Colombia, tiró con fuerza el periódico en el escritorio que ocupaba Germán Castro Caycedo. El reportero pensó que había cometido un error garrafal, entonces escuchó la órden perentoria de su jefe:
—Deportes, solo cuando haya viajes al exterior. De ahora en adelante te vas a dedicar a escribir crónicas; los temas que quieras.
El artículo que había escrito Castro Caycedo (y que sorprendió a Santos Castillo) se titulaba «¿Patriotas o sacrificados? Las autoridades no saben qué hacer con los restos». La crónica contaba el hallazgo de veinticinco calaveras que pertenecían a soldados del ejército libertador acribillados en el páramo de Pisba en 1819. El relato gustó tanto en los lectores del diario que once días más tarde el historiador Germán Arciniegas, en una columna de opinión, elogió frases, párrafos, metáforas y los vínculos establecidos por aquel joven periodista. Castro Caycedo tenía veintiocho años y se convertiría en la principal pluma de El Tiempo, y más tarde en el escritor con más ventas de la editorial Planeta.
Cuentan quienes compartieron redacción durante la siguiente década con él —entre ellos el periodista Gonzalo Guillén—, que el método entre Santos Castillo y Castro Caycedo para escoger los temas de las crónicas se volvió más que particular: en una de las paredes de la oficina del director había un mapa de Colombia. Castro Caycedo entraba y señalaba al azar un lugar del país. Santos Castillo, como un ciego que confía en su bastón, autorizaba el viaje.
Así, el país leyó por primera vez crónicas periodísticas escritas en el lugar de los hechos, en parajes comon Bahía Honda (La Guajira), Caño Negro (Arauca), Carurú (Vaupés), Calamar (Guaviare), Cumaribo (Vichada), Sibundoy (Putumayo), Yarí (Caquetá), Santo Domingo (Cauca), El Encanto (Amazonas). El único sitio en Colombia al que Castro Caycedo nunca pudo ir fue a la serranía del Chiribiquete.
Dice Julio Sánchez Cristo que Germán Castro Caycedo como cronista fue el primero en todo. Fue el primero en sacar las cámaras de un set y hacer más de mil crónicas y reportajes con su programa Enviado Especial (1977-1995). Fue el primero en publicar una entrevista al jefe máximo de una guerrilla, Jaime Arenas (1969). Fue el primer periodista en internarse en lo que quedaba de la cárcel del Araracuara (un viaje que tomaba diez días de ida y diez de regreso) con el fin de revelar la esclavización y venta de ochocientos indígenas huitotos, andoques y muinanes (1969). Fue el primer periodista en cruzar a pie el tapón del Darién para escribir seis crónicas (1972). Fue el primer periodista en llegar a las llanuras de La Rubiera (Arauca) para revelar la masacre de dieciséis indígenas cuibas (1974).
Entrevistó en la clandestinidad a Pablo Escobar, Gonzalo Rodriguez Gacha, Carlos Lehder y Fabio Ochoa, los capos del cartel de Medellín. Reveló en un reportaje de ocho entregas la identidad de Jaime Bateman, el jefe del M-19.
En 1995, a Castro Caycedo le dolió tanto la muerte de su mentor en la televisión, Fernando Gómez Agudelo, que decidió acabar Enviado Especial y regresar a la escritura. Escribió veinticinco libros de no ficción y otro más, supuestamente novelado (Candelaria), en el que lo único que se inventó fueron los nombres de los protagonistas.
Su hija Catalina Castro Blanchet acaba de publicar Mi padre: Germán Castro Caycedo (Planeta), un libro con estas y otras historias de este prolífico cronista. Aunque ella es arquitecta y desde hace veinte años vive en París, decidió seguir el consejo de su esposo Renaud Blanchet, quien en 2009 le dijo que la historia de su padre no debía quedar en el olvido. Primero intentaron que él mismo la contara, pero el escritor, por pudor, se negó a escribir su autobiografía. Le rogaron durante tres años, pero Castro Caycedo siempre rechazó la idea.
Renaud, que sabía que Catalina también le había heredado el «ángel» de la escritura a Germán, la animó a tomar el timón de aquel barco cargado de memorias. Fue en 2012 cuando ella empezó la labor en serio. Las primeras entrevistas fueron difíciles. El periodista y escritor aflojaba muy poco sobre los secretos detrás de sus entrevistas, crónicas, reportajes, viajes y libros.
Sin embargo, con la paciencia de un confesor y con la lupa de un arqueólogo, Catalina se metió en el archivo de su padre a desempolvar documentos, rebobinar cintas y desanudar recuerdos. Hubo algo que ayudó a que el método fuera más armonioso: Germán y Catalina se cruzaron cartas durante toda su vida. Allí ella encontró las primeras pistas de lo que pasaba en la vida de él cuando ella tenía uno, siete, quince, dieciocho, veinticinco o treinta años…
La estructura del libro apareció como una epifanía. Catalina pudo estar al lado de su padre durante sus últimos días de vida. Esos episodios de alucinaciones, miedos, risas, recuerdos, dolores, amores y últimos resuellos abren cada uno de los capítulos del libro.
Hablamos con Catalina sobre su obra y sobre su padre, quien para muchos fue el mejor cronista de su época.
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