Desarmando la biblioteca de mi padre
Frank Báez
FCE
84 páginas
Los cuarenta poemas de este libro parecen estar unidos por un mismo hilo, un hilo de lana cruda con el que algún gato podría jugar durante horas. Un hilo imperfecto, áspero, como la vida misma, en el que podrían hilvanarse estos cuarenta poemas al igual que las cuatro décadas recién cumplidas. Porque los cuarenta, ásperos e imperfectos, llegan con cierta nostalgia y ciertos achaques, demostrando que hay algo más frágil que el cuerpo. Báez explora esa fragilidad y se anima a desentrañar el hilo: lo desmenuza hasta sus fibras más delicadas, buscando con desesperación animal, más aún cuando la muerte da pelea. Así parece ser este juego de tira y afloje entre lo que es y lo que ya no es más, y la memoria en el medio, como la gran aliada del deseo de retener: los libros de la biblioteca del padre podrán ser embalados en cajas («Todos esos volúmenes que fueron deseados / y amados y que no volverán a ser leídos / con la misma entrega y el mismo entusiasmo»), pero el padre jamás dejará de estar.
Lucía Vargas Caparroz
Fervor de tierra
Andrea Cote
Tusquets Editores
296 páginas
Las voces lastimadas que pueblan los veinte años (2003-2023) de poesía reunida de Andrea Cote se mueven —y conmueven— entre ruinas. Traen «noticias del abismo»: de un puerto quebrado y «un río quemante», de casas que se agrietan, de inviernos hechos de derrumbes y praderas secas que parecen «la pedriza que sobró después de hacer el mundo». Esas voces —sobrinas, hermanas, madres, hijas— hablan de sus pérdidas y heridas, de sus huidas y derrotas, pero también de su devoción a «lo que transcurre en claridad / y sin nosotros». Se inclinan, con reverencia humilde, ante los «templos invisibles» de todos los dioses «de lo deshabitado»: el sol, la lluvia, el desierto. Cantan su pena para buscar el don de las tierras arrasadas y entregarles una ofrenda de «malherida pureza». Por eso, en vez de sucumbir a la devastación del paisaje, cada una se esmera en escuchar su «respirar furioso» y «escarbar la grama, / amasar la piedra, / triturar chamizo hasta / exprimirle su promesa». Fervor de tierra es su improbable fruto: cien poemas que se alzan, con la luz fósil de una plegaria antigua y la dureza de los escombros, como «poderosos tumultos de lo derribado».
Felipe Sánchez Villarreal
Grietas de la luz
Federico Díaz-Granados
FCE
98 páginas
«Al principio —nos dice una voz— solo eran olvidos». «Luego —añade— vino la pérdida». Grietas de la luz, de Federico Díaz-Granados, cuenta el ocaso de esta voz enferma, cuyo canto da a luz a su propia muerte. Treinta y tres poemas configuran la historia de una mente que, apagándose, dibuja el ciclo de toda génesis: a la oscuridad, por cuyas grietas se hace la luz, siempre la sucede una luz agrietada de negrura. Este libro es la partitura feliz de una elegía, y sus poemas se oyen como treinta y tres movimientos de un único acto (el acto vertiginoso e irrepetible de una vida). Quien lea esta obra comprenderá por qué una grieta es siempre un grito escindido. Desde el fondo de cada página, el lector oirá la conminación que este libro parece hacerle —«¡grita!»— y clavará en el centro del llamado un puñal hecho vocal: «¡eh!». Al transformar su grito en grieta, el lector verá que en toda fisura siempre hay otras, y se preguntará cuántas grietas más, para bien o para mal, caben en los surcos de un cerebro.
Nicolás Barbosa
La última generación
María Luisa Sanín
Cardumen
70 páginas
La última generación de María Luisa Sanín habla de los cuerpos diversos, les niñes que aún no se han hormonado, las «chicas chicas internetudas», los clics, los gigabytes, y nos entrega «una arqueología de nuestro plástico habitar». Habla con ternura de la dureza «no seas resentida, bebé», muestra la presencia asoladora del neoliberalismo, «el bamboleo del mercado». Se instala, como lo afirma Agamben, «en una singular relación con el propio tiempo, que adhiere a él y, a la vez, toma distancia». Hablar del hoy es, entonces, ir al «registro fosil» para releerlo desde este espacio diverso y proponer que tenemos «ancestres». Luego sucede el distanciamiento: se detiene en los «objetos que son el futuro del pasado», Blockbuster, en la historia del siglo XX, en Chérnobil, la ruina del 68, y nos permite experimentar de qué manera hacen parte de ese magma oscuro que es el tiempo. Este libro también se resiste: hay una materia que lo sigue atravesando todo desde hace millones de años, «éramos / formas insulsas y necróticas», hay nuevas maneras de nacer, como lo hace el poema que «no necesita semen […]» ya que «es célula que explota / en / células».
María Paz Guerrero
Órbita de cosas olvidadas
Víctor Gaviria
Seix Barral
360 páginas
A Víctor Gaviria lo conocía y lo respetaba como cineasta y narrador; como un acucioso retratista de esta sociedad en veinticuatro fotogramas por segundo. Quizá hubiera sido mejor quedarme con eso, pero ya es tarde: he leído la antología que reúne su obra —casi cincuenta años de versos— y ya no puedo devolverme. He descubierto su sensibilidad, su astucia delicada, su mirada sencilla y su olfato para las revelaciones cotidianas. Me he paseado por las habitaciones frescas, con «el viento que despeina y refresca». Me he maravillado con los poemas que escribió sobre los borrachos, el fin de año, las noticias, los restaurantes, el desorden, los fantasmas, los vivos, los muertos y las muchachas de cejas densas. He sonreído con sus frases cinceladas, he aplaudido sus imágenes sorpresivas y he repasado la belleza mundana con que describe cualquier rutina. He viajado por Medellín y por los pueblos de Antioquia. Y también he caminado por los andenes para hacer memoria y ver pasar junto a él, observador y cronista en verso, los fugitivos «días del olvidadizo». Ahora siento envidia.
Sinar Alvarado