Entrar a Salsipuedes (TusQuets, 2022), la primera colección de relatos del escritor caleño Harold Muñoz, es visitar un mundo que suena «a pura bala, motores de diésel y rumba». Es volver a oír el reguetón de comienzos de siglo y mirar en el cielo la pólvora que alumbra de colores la noche y que emula, en su fugacidad, el ascenso y el declive del narcotraficante de turno. Es sentir el calor abrasador de una ciudad inflamable que arde de fútbol y que se refresca en las piscinas de los conjuntos cerrados. Es treparse en los árboles de mango en busca de la mejor fruta y reírse del aprendiz de funeraria que soporta el peso del hombre más gordo del mundo. Y es, también, ser testigo de como un puñado de personajes, casi todos adolescentes y niños, encuentran refugio tras las rejas de la unidad residencial Oasis de Guadalupe, un tamiz que les criba la furia de las calles y de la vida adulta.
Salsipuedes, como Los afortunados (Seix Barral, 2019), de la escritora Julianne Pachico, es un obra que desdibuja los límites entre la novela y el libro de cuentos. Sí, cada uno de los doce relatos que componen el libro puede leerse por separado. Cada uno encierra una tensión, dibuja un arco, apunta a una resolución. Uno, «Cogollos», es una especie de metacrónica que nos habla de los bonos de carbón desde las playas del Pacífico. Otro, «Cuando ellos me llaman», se centra en la cotidianidad de un adolescente que busca su propia voz mientras navega las olas del deseo, la filiación, la muerte, la normatividad, el fútbol y la música.
Las estrategias narrativas también varían. Si unos tienen una estructura convencional, en otros (como en «Salsipuedes», que narra un viaje claustrofóbico a un partido de fútbol; o en «Un daño irreparable», un monólogo de un joven que sufre de otitis) el autor comprime las conversaciones, el presente y el pasado en un extenso párrafo, en una especie de susurro sostenido, acariciador, que nos revela de a pocos la intimidad de su narrador.
Pero Muñoz también entrelaza los cuentos. Todos los personajes están atados, de alguna manera u otra, a un mismo tiempo (finales del siglo XX, comienzos del siglo XXI) y a un mismo espacio (la unidad residencial Oasis de Guadalupe y la ciudad de Cali, que en el libro aparece con el topónimo Salsipuedes). Comparten, además, puntos de referencia: el periódico El Ayer, el insoportable vecino del bloque C, la piscina en el corazón del conjunto. El libro, así, nos ofrece un juego de perspectivas. La prima que aparece en un cuento más adelante regresa como la amante en otro. La traga de un narrador luego resurge como la hija de otro. La estrategia ensancha las lecturas de los personajes, si bien por momentos esa apuesta se enreda levemente: uno de los personajes, el Cavernario, parece tener más de una biografía; un hecho que suscita confusión.
Salsipuedes dialoga en varios planos con Nadie grita tu nombre (Emecé, 2018), la extraordinaria primera novela de Muñoz que relata la infancia y juventud de una joven llamada Kenia, en San Antonio, un pueblo del Valle del Cauca acordonado por la minería ilegal y la evangelización. Para empezar, ambas obras examinan la forma en que las corrientes sociales (lícitas e ilícitas) encauzan la vida de la gente y dan forma a sus topografías internas. Los personajes de Muñoz, en ese sentido, no existen en planos aislados. Se mueven y se revuelven dentro de los remolinos políticos, religiosos, económicos y estéticos de sus contextos.
Los dos libros, además, se preocupan por la relación que existe entre el territorio y las personas. En Nadie grita tu nombre, los lectores presenciamos la paulatina desaparición de San Antonio. En Salsipuedes, por el contrario, Muñoz nos hace conscientes de la condición privada del Oasis de Guadalupe señalando una y otra vez la violencia que asola a la ciudad a pocos metros de sus rejas, donde aparecen cuerpos abaleados en las calles y existe una escombrera que «año a año se llena de desechos y de más gente y de perros y de caballos que duermen en cambuches». El énfasis en la geografía se acentúa en ambos libros con la presencia difusa del Norte, de Estados Unidos y del «primer mundo», un sueño en el que muchos depositan sus esperanzas de un mejor futuro y que Muñoz problematiza con agudeza.
Con Nadie grita tu nombre, Muñoz se anunció como un escritor que tiene una enorme habilidad para cristalizar sus inquietudes en imágenes puntuales que revelan, en un brochazo, todo un entramado de jerarquías, anhelos, fragilidades y afectos. Pienso en el barequero que entierra sus manos en el lodo en busca de oro y encuentra los restos del cuerpo de una mujer; pienso en la hermosa escena en la que la madre de Kenia carga a su hija en brazos en una playa frente al mar y le dice: «La luna es una niña como vos. Solo que ella es blanca y pecosa».
En Salsipuedes, más que imágenes profundas (aunque las hay), Muñoz nos ofrece voces con distintas texturas. El libro se siente, por momentos, como un experimento, casi como un juego, en el que su joven autor (Muñoz tiene treinta y dos años) se divierte tanteando diferentes registros, como un artista mezclando nuevos colores en su paleta de madera, a veces priorizando el humor, a veces la exactitud, a veces las ramificaciones del apego. El resultado es una colección de relatos que, si bien varían en términos de calidad y de cohesión (como ocurre siempre con los libros de cuentos), tomados en conjunto confirman lo que ya nos avisó Nadie grita tu nombre: que Harold Muñoz es una de las voces más potentes de la nueva literatura colombiana.
En 2022 apareció una primera versión de esta reseña en el portal de Diario Criterio, un medio de comunicación que dejó de funcionar.