El mundo de la escritora rusa se desplomó cuando un médico le anunció que el hijo que estaba esperando no iba a sobrevivir. En esta crónica, ella relata su travesía por el sistema de salud kafkiano de su país.
«Dudé mucho tiempo si merecía la pena escribir este libro —afirma su autora, Anna Starobinets, en el prefacio de Tienes que mirar—. Es demasiado personal. Demasiado real. No es literatura». La historia que relata es suya, la vivió en carne propia, y comenzó en 2012, con una visita al radiólogo. Ese día, el médico le informó que el bebé de dieciséis semanas que llevaba por dentro tenía los riñones cinco veces más grandes de lo normal. Al salir de la consulta, la escritora se precipitó a su carro, se sentó y buscó en internet. No tardó en descubrir el nombre de la enfermedad y su más probable consecuencia. Todo parecía indicar que el bebé no iba a vivir.
La noticia supuso una disyuntiva para Anna y su pareja: ¿debían de seguir con el embarazo o interrumpirlo? A partir de ese momento, con una prosa limpia y directa, afilada por sus años como periodista, Starobinets registra en el libro los meses que siguen al diagnóstico. Las visitas a los hospitales, las consultas con los médicos, los temibles foros de internet. También anota, con la sinceridad y crudeza de una persona que quiere dejarlo todo en el papel, las emociones que la acompañaron durante ese tiempo: la culpa, la rabia, la tristeza, pero también el miedo. «Me da miedo la anestesia. Me da miedo el raspado. Me da miedo la legra. Me dan miedo todas estas palabras».
A medida que el libro avanza, oscilando entre lo externo y lo interno, entre los procedimientos y las sensaciones, Starobinets elabora una crítica feroz del sistema de salud de su país y, también, de su cultura. Tienes que mirar es, en buena medida, la denuncia de un país que parece abocado en maximizar el sufrimiento de las mujeres que quieren practicarse un aborto tardío (a pesar de ser legal si se dan ciertas condiciones sociales o médicas). «En Rusia —escribe Starobinets— no existen rituales ampliamente aceptados para expresar la compasión». Una escena, en el consultorio de un viejo médico de la escuela soviética, resulta particularmente tenebrosa.
La falta de empatía de los médicos y de las instituciones de salud —por no hablar de la burocracia— de su país se hace incluso más evidente cuando la escritora y su pareja visitan una clínica en Alemania. Allá, perplejos, descubren que el dolor puede ser aliviado. Allá, también, gracias a la distancia, pueden dimensionar la aspereza emocional de los rusos y, por lo tanto, de ellos mismos. En Rusia, sentencia Starobinets, «cualquier forma de aliviar el alma dolida, aunque sea un momento […] es obra del diablo, como la anestesia epidural. Así piensan las enfermeras. Así piensan los médicos. Así piensan los funcionarios. Así piensan las mujeres en redes sociales. Y, algo todavía más interesante: así pienso yo misma».
En la segunda mitad del libro, la severidad de la denuncia pierde impulso. El libro adquiere un matiz más sutil, menos enfático. En esas páginas, Starobinets se centra en escribir sobre el duelo. ¿Cómo se despide una madre de un hijo que apenas vivió? ¿Cómo se habla del tema cuando todos a su alrededor evitan nombrarlo? ¿Cómo se reúnen las fuerzas para querer volver a tener hijos? La prosa de la escritora deja atrás la furia y se vuelve más vulnerable: «Ayer era nuestra sangre común, la mía y la de mi hijo. Hoy la sangre es solo mía, y para mí sola es demasiada». Así, poco a poco, Tienes que mirar se convierte en la respuesta a lo que denuncia: en un espacio donde el amor, la solidaridad y la compasión se juntan para aliviar el dolor.
Una primera versión de esta reseña apareció en 2021 el portal de Diario Criterio, un medio de comunicación que dejó de ofrecer contenidos en 2023.
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