Yolanda Inés Robles Ramírez y Jorge Enrique Ibáñez Najar comenzaron una relación sentimental a escondidas, con encuentros fortuitos en hoteles de Bogotá, adonde viajaban desde Tunja, la ciudad en la que habían nacido y en la que vivían, a ciento quince kilómetros de la capital. Tanto recelo y distancia para verse parecían justificados. Ella había estado casada pero su marido la había abandonado, lo que, en esos años, le imponía una condición vergonzante, de mujer deslucida. Era la lógica prejuiciosa e ignorante de entonces, en 1981.
Él, en cambio, era un aprendiz de político, un visitante asiduo de la sede local del Partido Conservador, frente al Club Boyacá, lugar de encuentro de las familias más pudientes de Tunja. Aquel era el último año del gobierno de Julio César Turbay y de su Estatuto de Seguridad, un régimen de detenciones arbitrarias, allanamientos sin orden judicial, tortura, desaparición forzada y juzgamiento de civiles en consejos de guerra. Belisario Betancur, el candidato conservador a la presidencia, prometía acabar con ese régimen patibulario.
Jorge Enrique Ibáñez Najar ganó visibilidad vociferando discursos a favor de esa candidatura, ganadora de las votaciones el 30 de mayo de 1982, el mismo mes y año en que nació su hijo, de la relación a escondidas con Yolanda Inés Robles Ramírez. Su reacción fue molesta y distante. La madre le exigió reconocer al niño y formalizar el parentesco, pero él padre hizo de político y le pidió tiempo. Su carrera estaba comenzando y lo mejor para todos era que siguiera creciendo, no que se estancara.
Para convencerla, Jorge Enrique Ibáñez Najar le ofreció dinero y visitas cada tanto. Pero las sumas eran insuficientes para la manutención del niño. Y las visitas eran esporádicas, una o dos veces al año. Según diría la madre del niño, su comportamiento en esos encuentros era el de un hombre obligado por las circunstancias, sin muestras de afecto ni alegría con él. Veinte años después, en 2004, el hijo decidió romper ese entorno de negación y manipulación y entabló una demanda de paternidad. Los exámenes genéticos ratificaron el parentesco con una certeza indiscutible del 99.99 por ciento.
Tras una larga investigación, CasaMacondo contó los detalles de ese fallo. El magistrado de la Corte Constitucional, el máximo tribunal jurídico del país, le propuso al hijo que renunciara al derecho de usar su apellido. «No quiero que se destruya mi hogar», le dijo. La madre había decidido llamarlo con sus dos nombres de pila: Jorge Enrique, así que el apellido lo convertía en su homónimo. Para convencerlo de renunciar al derecho otorgado por la justicia, Ibáñez Najar le propuso pagarle estudios en Bogotá. Y el muchacho aceptó.
Desaparición y aparición del expediente
Diecisiete años después, en 2021, el hijo decidió reclamar su apellido paterno, lo que precipitó la búsqueda del expediente del fallo y reveló su desaparición. El cartapacio, que detallaba la manipulación a la que Ibáñez había sometido a la madre para evitar que interpusiera una demanda, se esfumó de los archivos judiciales como por arte de magia. Solo sobrevivió una copia de la sentencia, enviada a una notaría en Tunja. Y a pesar de que el juzgado denunció penalmente la pérdida, la Fiscalía archivó el caso, alegando falta de pruebas para identificar al responsable.
Tras la denuncia de CasaMacondo sobre esa desaparición, publicada el 16 de agosto, y tras un intento fallido de Jorge Enrique Ibáñez Najar para que este medio se retractara de lo descubierto, el cartapacio apareció del mismo modo sorprendente con que había desaparecido, en alguno de los lugares donde las autoridades lo habían buscado. Los detalles que revela el expediente son elocuentes, e interrogan con mayor severidad al presidente de la Corte Constitucional.
Ibáñez Najar sostuvo que nunca había tenido relaciones sexuales con la madre de su hijo y afirmó que la mujer era diez o quince años mayor que él, en un intento por acentuar su carácter de joven inexperto, frente a la mayor adultez de ella. Y la tachó de oportunista y de haberlo chantajeado. Dijo que el niño había sido concebido dentro del matrimonio de Yolanda Inés con su esposo, pese a que el hombre la había abandonado más de un año antes de su concepción y dos años antes de su nacimiento.
En el juicio, Ibáñez Najar reconoció que supo de la existencia del niño en 1982, pero le dijo a CasaMacondo que solo se había enterado de él en 2002 e intentó desprestigiar a la madre. «Sus amenazas se volvieron constantes […] y de ellas fuimos víctimas con mi esposa Idalia Rocío Yara Sabogal, quien desde el momento mismo en que surgió la calumnia y la amenaza siempre estuvo al tanto de esta situación que empezó hace exactamente veinte años». Esa afirmación también discrepa con lo que le dijo a CasaMacondo. «Yo tenía un matrimonio con dos hijos, la señora (madre del hijo negado) destruyó mi matrimonio porque me echaron de mi casa».
En el expediente recién recuperado se lee otra declaración del padre imputado, en la que intenta desprestigiar a la mujer:
«En el mes de noviembre de 1982, fui a la ciudad de Tunja con el objeto de investigar esta situación para ponerla en conocimiento de las autoridades y obtener la protección necesaria de éstas para mí y para mi familia, pero fui atacado físicamente en la Plaza de Bolívar por el apoderado del demandante en esta causa y luego por su hermana, la madre del menor, motivo por el cual, luego de la intervención de los miembros de la Fuerza Pública, fuimos conducidos a una Inspección de Policía, en la cual la señora fue conminada a comportarse debidamente».
A la luz de sus propios fallos, el presidente de la Corte Constitucional parece otra persona. En la sentencia T-127 de 2024 decretó lo que él mismo, en la práctica, ha negado obstinado: «El derecho fundamental a la identidad de los hijos no reconocidos exige que el Estado garantice, mediante procedimientos ágiles y efectivos, el reconocimiento de su filiación paterna, asegurando su dignidad y el acceso a los derechos derivados de su vínculo familiar».
El hallazgo sorprendente del cartapacio plantea preguntas: ¿Por qué y cómo se perdió un expediente con una sentencia de paternidad en contra del magistrado más poderoso del país? ¿Quién o quiénes intervinieron en su archivo y foliación? ¿Cuáles son las responsabilidades administrativas o penales derivadas, primero de su pérdida y luego de su aparición? La Fiscalía, que reabrió la indagación tras la publicación de CasaMacondo, ahora puede intentar responder esos interrogantes.
Por lo pronto, el expediente obliga a revisar las declaraciones públicas de Jorge Enrique Ibáñez Najar. En el documento recuperado se leen las afirmaciones que hizo ante un juez, bajo la gravedad del juramento, y que se contradicen con las que le dio a CasaMacondo. ¿En qué lugar de idoneidad profesional y honradez personal queda su nombre y la autoridad de su mandato? Para intentar defenderse y justificar la negación de un hijo por más de cuarenta años, el presidente de la Corte Constitucional mintió, manipuló, tergiversó.
Habla el hijo negado cuarenta y tres años
Jorge Enrique Ibáñez Robles es, además de homónimo de su padre, muy parecido a él: contextura mediana, rostro alargado, frente ancha, ojos oscuros, nariz de punta redonda y fosas nasales simétricas, de ancho medio y forma ovalada, sin aletas prominentes; el labio superior más delgado que el inferior, con las comisuras ligeramente descendentes. El hijo del presidente de la Corte Constitucional habló en exclusiva con CasaMacondo.
¿Qué le ofreció su padre, el señor magistrado, para que no usara su apellido?
«Nos sentamos en su oficina y llegamos a un acuerdo: me daría una mensualidad hasta finalizar la carrera, que era de cinco años. Yo quería un vínculo padre e hijo, no solo el dinero».
¿Dónde estudió usted y de cuánto dinero era el acuerdo?
«Estudié en la Universidad Nacional de Bogotá, donde pagué costos mínimos gracias a proceder de un colegio público en Ibagué. El acuerdo incluyó quinientos mil pesos mensuales iniciales, con incrementos anuales, equivalentes a algo más de un salario mínimo de la época».
¿Cómo era la relación con su padre?
«Biológicamente es mi padre. Yo no decidí que él fuera mi padre, yo no decidí nacer, pero nunca se ha establecido una relación como padre, entonces no le puedo decir que él es mi padre, sino que biológicamente lo es».
¿Lo quiere?
«Él no se ha comportado como padre, no podría decir que es mi padre porque no se ha comportado como mi padre».
¿De adulto volvió a hablar con él?
«Tuvimos un primer encuentro en 2001 o 2002, en la Universidad Externado. Hablamos por horas, pero él solo me ofreció ayuda sin reconocer la paternidad. Solo tras la demanda y la prueba de ADN irrefutable, en 2004, hubo un reconocimiento legal, pero no emocional. Mi verdadero padre fue quien me dio su apellido inicialmente y se comportó como tal».
¿Cómo valora las actuaciones del magistrado Ibáñez Najar defendiendo el derecho de los hijos a ser reconocidos y el comportamiento que tuvo con usted y con su mamá?
«Profesionalmente es brillante, pero en esto ha sido incoherente con lo que predica».
Nota editorial:
CasaMacondo contactó al magistrado Jorge Enrique Ibáñez Najar para darle el derecho de réplica sobre los nuevos hallazgos, pero esta vez no respondió.