Un compromiso
Para muchos de nosotros, el ciclismo puede ser solo un deporte, pero para Ricardo Silva Romero es una pasión. Cuenta el escritor que el 16 de julio de 1984 se quedó embelesado, casi que atónito, viendo el Tour de Francia. En esa fecha se gestó un momento histórico para el deporte de Colombia: Lucho Herrera, un joven desconocido en el circuito ciclístico internacional, contra todos los pronósticos ganó la mítica etapa diecisiete que iba de Grenoble a Alpe d’Huez. Ese mismo día, Silva contrajo una deuda consigo: escribir una novela sobre aquel deporte de «desquiciados», como él llama a los ciclistas.
Una investigación
Una de las características más destacadas de esta novela es su minuciosa documentación. Fueron meses de inmersión. Silva pasó horas en la biblioteca Luis Ángel Arango, revisando archivos y viendo grabaciones de esa carrera y de ese año. El escritor quería que cada detalle fuera preciso y que los lectores pudieran sentir la emoción de esa época, algo que logró con creces; de hecho, algunos lectores me han dicho que han experimentado el dolor físico al que se someten los ciclistas en etapas que duran entre seis y siete horas.
Dos personajes de época
Ismael Monroy y Pepe Calderón encarnan a un narrador explosivo y a un comentarista reposado, personajes que terminan siendo un homenaje a los periodistas que en los ochenta hacían esfuerzos impensables, como transmitir el tour parando en cada pueblo para llamar desde teléfonos fijos e inventar mundos que después terminaban por convertirse en realidad. Durante la entrevista con CasaMacondo, Silva Romero habló sobre su arribo a la creación de Monroy y Calderón, cómo concibió a estos hombres tras la pista de Lucho Herrera, pero con historia propia en la novela…
Un reto
En Alpe d’Huez vemos a un Silva Romero diferente. Sus dos obras anteriores, Río muerto y El libro del duelo, estaban marcadas por la violencia y la muerte. Esta vez nos hace reír con lo absurdo de algunos personajes. Dice el escritor que si la tragedia es la suma del drama y la comedia, esta novela bebe de esas dos aguas, pero, sobre todo, de lo insensato y de lo inverosímil.
Un antagonista fascinante
Manfred Zondervan, un gregario y eterno segundón, se convierte en uno de los personajes más memorables del libro. Inspirado en muchos ciclistas que son esenciales para sus equipos aunque no posan en el podio, Zondervan es la representación de esos hombres que reflejan la lucha interna y el sacrificio que deben hacer, a pesar de tener claro que su papel en la historia es ese, el de la segunda fila, o incluso el de la última. Silva le dedicó varias semanas a buscar e investigar la vida de gregarios que fueron fundamentales para las victorias de ciclistas reconocidos como Bernard Hinault y Laurent Fignon.
Los protagonistas
La novela incluye a dos figuras legendarias: Bernard Hinault y Laurent Fignon. Hinault es esa leyenda que ya está de salida, pero que tiene un pendiente: ser mejor que Eddy Merckx. Sin embargo, en ese camino hacia la gloria se le atraviesa Fignon, un joven intrépido que no tiene ningún respeto por nadie, ni siquiera por sí mismo. El duelo de Hinault y Fignon durante toda la etapa es a muerte. Silva recurre a la analepsis para que los lectores sepan de la grandeza de estos dos personajes. En este duelo de capos, cuando menos se espera, aparece Luis Alberto Herrera Herrera, un jovencito de Fusagasugá, amante de los jardines, que les quita —por un día— la gloria a aquellos dos lunáticos del ciclismo.
Lucho Herrera es tan grande para Silva, que el escritor dejó escapar una confesión en medio de la conversación en CasaMacondo:
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