Antígona González
Sara Uribe
Himpar editores
152 páginas
Este poema de Sara Uribe es el encargo de todos los vivos por invocar a todos los desaparecidos: la tragedia actualizada por la barbarie contemporánea. A base de repetición, la súplica se desplaza: «Tadeo González. Ausente. Tadeo González. Ausente. Tadeo González. Ausente». Contrario al llamado de lista en el salón de clase. Sin cuerpo no hay sepulcro, no hay a donde llevar flores, ni lugar donde depositar el llanto. La escritura como estrategia frente al olvido, al desprecio estatal, un tejido textual que se expone a la manera de un coro sin miedo a la reescritura. La pregunta por los derechos humanos en México extendida a la reverberación que puede suscitar su lectura desde Colombia: la tristeza irresuelta de quienes arrastran en la memoria los nombres de los ausentes: «Nombrarlos a todos para decir: este cuerpo podría ser mío». La ciudad de Tebas transportada hasta el golfo de México donde todas encarnamos como tercas Antígonas el derecho de enterrar a nuestros seres amados.
Carlos Sosa
Emily Dickinson y lo incompleto
Tania Ganitsky
Seix Barral
200 páginas
Recuerdo que una vez Tania Ganitsky me dijo que Salma Ancira, la traductora increíble de Marina Tsvietáieva al español, comprendía el alma de Tsvietáieva. Me parece que Tania también comprende la de Emily Dickinson, y por eso puede traducirla, es decir, traducir sus poemas, soñar con ella, vivir con ella en un mismo espacio mental, alimentar visiones comunes, escribirle cartas, escribirle un libro. A su vez, Ganitsky le pide a Dickinson que traduzca su alma. Se lo pide desde que siendo adolescente empezó a leerla. Después de todo, es lo que hacemos cuando realmente leemos a alguien, una traducción mutua. Las dos lo hacen bien. Conversan como espíritus. En algunos momentos, al leer, tuve la impresión incómoda de estar entrometida en un drama, en algo demasiado privado. Pero este fue el premio a mi intromisión: las magníficas versiones que ofrece generosamente Ganitsky de los poemas de Dickinson, en especial de sus Hermosas nadas.
Andrea Mejía
El cuatro está solo
Mario Montalbetti
Planeta
304 páginas
Es posible que el título del libro logre despistar. El apellido del poeta tampoco ayuda mucho: Montalbetti (parece argentino en sus intenciones). Pero ni el fútbol es el tema del libro ni el poeta es argentino. Mario Montalbetti (1953) es el más peruano de los poetas peruanos de su generación, y su primera antología publicada en Colombia, El cuatro está solo, corrobora esta idea: sea que fije su atención en los paisajes del Telarmachay, la metafísica del caballo de paso peruano o de cierta idea de Lima, Montalbetti ha sabido cultivar, durante más de cuatro décadas, una poesía de fascinante plasticidad, entre la inquietud entusiasta por el lenguaje, sus teorías y sus desvíos. Ensayista y doctor en lingüística, quizás lo más peruano de Montalbetti no sean los temas ni la ubicación geográfica de sus poemas, sino más bien el volumen de su curiosidad, la calidad de sus obsesiones nacionales y un respeto erudito por la riquísima tradición poética de su país, que se intuye en la textura de su voz: singular y expansiva como pocas entre sus contemporáneos.
Jaime Zapata Villarreal
Pan piedra
Laura Garzón
Cardumen / Luna Libros
104 páginas
Luego de leer Pan piedra me urge volver a Cali y pedirle la receta de los pandebonos a mi abuela. He dicho, por años, que voy a hacerlo. Aunque no quiero únicamente la fórmula. Me gustaría que cocinemos y que me perdone, como hacía en mi infancia, por comerme la masa cruda. A Laura también la pillaron con las manos en la masa, varias veces, me atrevo a pensar. Su abuela le perdonaba ese y cualquier pecadito. Eran ellas, la niña Reina y Dioselina (la abuela) y El Mundo (la madre) en una casa del barrio Restrepo de Bogotá. Juntas conformaban una trinidad femenina sin Dios Padre ni culpa; una masa que crecía de forma orgánica y tierna. El padre, de hecho, irrumpe en el poemario para hacer pizzas con una hija que habría preferido no tener —porque se supone que a los niños les gustan las pizzas—. Es como una levadura que no hace crecer el pan, que lo violenta. Pan piedra es una oración a las mujeres que no nacieron de la costilla de Adán, que agradece los alimentos que nuestras cuidadoras pusieron sobre la mesa.
Harold Muñoz
Y ahora qué hago yo con esta cuchara
María Alejandra Buelvas Badrán
Alcanfor editoras
76 páginas
Este es el primer poemario de María Alejandra Buelvas Badrán, poeta cordobesa nacida en Montelíbano y antropóloga de la Universidad Nacional. También es el primer libro de la editorial independiente cartagenera Alcanfor. «Me detendré en la imagen» es el nombre de uno de sus poemas y el dictamen del poemario entero. Entre olas, viento y polvo se alza la voz dulce y crítica de la poeta que, con humor, nos muestra las bellezas del tiempo caribeño, sin dejar de señalar sus grietas, sin silenciar las piedras que el río lleva, aunque sean las palabras las que crean las piedras que el río no lleva. Como el dios que baila, la lectora se pasea entre los versos de un poema y otro, encontrando entre líneas cierta ligereza del espíritu y una mirada de lo infraordinario, de aquello que parece escaparse en el agite de la cotidianidad. Este poemario, que ganó el Premio Nacional de Poesía Tomás Vargas Osorio en 2022, es un paréntesis vital. Se ofrece como un espacio para que la lectora suspire y sonría ante una gran algarabía.
Daniela Pabón
Los mejores 50 libros de 2023
Este especial fue financiado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes.
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