Los mejores 50 libros del año

No Ficción

La escritura de Joan Didion tiene la rara mezcla de la racionalidad penetrante, la fragilidad de su cuerpo y una fuerza insólita que le permitió resistir los embates de su destino. En Apuntes para John, Didion abre los arcanos de sus conversaciones con el doctor Roger MacKinnon, una eminencia del mundo de la psiquiatría de los años noventa en Nueva York. Es el cambio de siglo, su marido John vive aún y su hija Quintana sufre de alcoholismo agudo. La escritora, inquieta y ansiosa, narra sus sesiones personales; le cuesta aceptar el desgarro vital de su hija y está atravesada por las culpas. El diario refleja una sociedad norteamericana donde el secretismo, el control y las violencias soterradas siguen siendo la envoltura de una convivencia espinosa. Cada párrafo es un universo íntimo y el paisaje doloroso de lo ineludible: nadie puede aliviar el sufrimiento de otro ser humano. Hoy todos están muertos: John, Quintana, Joan y el psiquiatra. Consuela pensar que, en este libro póstumo, la escritura de Didion los salva en su amor o que, después de Freud y su diván, el ser humano puede redimirse a través del diálogo. Un libro no apto para mentes sensibles.

Diana Castro Benetti

Fotografía: Sebastián Freire.

Este libro puede consolar a quienes hemos sentido avidez curiosidad por la formación lectora de Mariana Enríquez, por no mencionar a los que hemos querido abrir su cabeza, coger su cerebro y ponerlo en una mesa de cirugía con la esperanza de entender científicamente cómo están (des)ordenados los libros en su memoria o de observar las cicatrices que ha dejado en su imaginación la lectura. «El horror me atrae como un imán», dice en uno de los ensayos de Archipiélago, junto a otras confesiones menos conocidas, como que se «destruye de desinterés» leyendo a Proust y otros del canon. Habla de los libros que la electrizan, de las cosas que subraya, de las horas y lugares en los que lee. El gusto literario es para Mariana E. una conexión esotérica inexplicable; quizá por eso concibe la lectura como una conversación con alguien que entiende su sensibilidad. Ella es un animal que podría pasar delante de un espejo y quedarse adentro del vidrio para siempre. Yo sigo a la espera de que se aparezca en mi casa, y me mire, y que podamos conversar hasta querernos.

Danielle Navarro

Fotografía: Elena Ternovaja.

Este libro de Frank Báez encuentra en el texto sintético «Escribir desde el Caribe» una declaración de principios donde el autor se sitúa dentro de su tradición, la misma de Derek Walcott, Aimée Cesaire, V.S. Naipaul o Saint John Perse. Allí Frank nos habla de la manera en la que concibe su escritura, una forma de enfrentar el vacío del tiempo con resolución y ánimo festivo, al convocar la alegría, con lo que crea una manera de escribir como quien no se da cuenta de que lo está haciendo, con lucidez, en páginas atravesadas por la impronta de una vida vivida a plenitud. En este conjunto de crónicas que es Bajo otras luces descubrimos cómo el poeta nos pasea por su tierra natal, familia, amigos, lecturas y destinos como España o la India, nos invita a emprender con ánimo risueño la travesía de un crucero lleno de poetas, a sorprendernos con la tumba doble de Cristóbal Colón, o buscar el sortilegio —para evadir el fukú, esa palabra temida que los caribeños temen con natural superstición atávica, y que nombra algo que va más allá de la mala suerte y se confunde con el maleficio invencible—, uno que todo caribeño desea evadir sin énfasis, sin jamás nombrarlo.

Juan Felipe Robledo

Fotografía: Wikimedia Commons.

Cartas nunca enviadas y otros papelitos de la poeta y artista chilena Cecilia Vicuña es un libro íntimo e intenso que nos revela, como si de un negativo se tratara, el contenido de un archivo de notas y cartas que la autora escribió durante los cinco años en los que vivió en Bogotá, tras una etapa de estudios en Inglaterra y el golpe de Estado que dio inicio a la dictadura de Pinochet en Chile. En la selección que Juan Diego Pérez hace de los materiales archivados, se despliegan dos relatos que se intersectan y cruzan y que tienen a Bogotá como eje común y como lugar que performa la poética de Vicuña: uno sobre la «vibración política» y la «energía revolucionaria» que la autora reconoce en las calles y plazas de la ciudad, en la cultura popular y la música. Otro sobre la importancia del habla local, del sonido de las palabras y de «la energía liberadora que con ellas se despierta». Estas cartas nunca enviadas hablan también de la importancia de los afectos cuando se es extranjero y de cómo escribir es un forma de llamar al otro y de esperar una señal suya, de vuelta.

Gina Saraceni

Fotografía: archivo personal.

Qué fácil parece lo que hace: con qué liviandad, con qué intuición inusual domina el sistema nervioso de su talento; tiene como política la curiosidad omnívora, está siempre atenta a desplegar en sus libros, cada tanto y en dosis razonables, belleza, contención, curiosidad. María Negroni es tan coherente con su trayectoria literaria que, casi por instinto, su obra va en contravía de las necesidades de una época saturada de atajos creativos. No hay prisas, todo se siente a una velocidad propia. En Colección permanente, su último libro, ejercita este horizonte personal: prosas breves que se leen como relámpagos de erudición, reflexiones novedosas sobre maestros antiguos e imaginarios, entrevistas inventadas (pero no por eso menos reales) a Valéry, Huidobro, Dickinson; ensaya desvíos poéticos a problemas filosóficos, tantea rutas alternas para el diario literario, la miniatura narrativa y los haikús de pensamiento. Somos invitados a esa hagiografía íntima, como aves de paso que sobrevuelan el territorio de su entusiasmo.  

Jaime Zapata Villarreal

Fotografía: archivo personal.

La artista antioqueña Débora Arango debe mucho de su notoriedad al hecho de haber sido «Nuestra Señora de los Escándalos», como la llamó la crítica de arte Sol Astrid Giraldo. El escándalo ha obstaculizado ver su vida y su obra, que en buena medida permanecen en zonas de misterio, sobre todo en los años del silencio y el encierro. Ni siquiera biografías como las de Santiago Londoño pudieron entrar del todo en ese espacio protegido. Cabezas Albán no escribió una biografía, sino un ambicioso perfil. Los perfiles, como género periodístico, muestran al personaje en circunstancias que los definen. Aluden a la totalidad, no la abarcan. Débora aparece aquí multiplicada; es también otras artistas de su tiempo (Käthe Kollwitz, Elfriede Lohse-Wächtler), la genealogía de mujeres que marcó su vida, el tiempo histórico que le tocó vivir. El libro no solo trae noticias de Débora, algunas nuevas. Es una muestra de atrevimiento en la estructura y la composición, y de fina comprensión de los hilos secretos que unen personas y hechos aparentemente desligados. Y una manera de ensayar una historia social de las imágenes.

Pedro Adrián Zuluaga

Fotografía: Amador Álvarez.

En El loco de Dios en el fin del mundo, Javier Cercas sigue el método que ha aplicado en varios de sus mejores libros, como Anatomía de un instante o El impostor: con hechos y personajes reales, el autor español crea una trama que va al ritmo de un thriller. Aquí recorre las entrañas del Vaticano con el fin de construir un retrato de Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco. Cercas —ateo confeso— acepta la propuesta de altos cargos de la Iglesia Católica, que le ofrecen viajar con Francisco a Mongolia, pero les pone una condición: poder hablar con el Papa a solas para hacerle una pregunta (y llevarle la respuesta a su madre). Esa pregunta —nada menos que sobre la resurrección— es la columna vertebral del libro; y la búsqueda de la respuesta es una de las razones por las cuales se avanza hasta el final. Si bien no es la mejor obra de Cercas —tiene ciertos momentos que son repetitivos—, es interesante leerla no solo por entrar en su particular estilo, sino por el complejo retrato que hace de Francisco.

María Paulina Ortiz

Fotografía: Marcela Becerra.

¿Qué hubiera pasado si Gabriel Turbay llega a ser presidente de Colombia? Este libro trata de un «presidente que no fue», pero no pretende hacer historia contrafactual. Y, por eso, no cae en la novelesca pregunta: ¿qué hubiera pasado si…? Lo que pretende, y consigue con creces, es reivindicar y poner en el lugar que le corresponde a una figura política notable que fue opacada, vilipendiada e injustamente olvidada. Gabriel Turbay, médico santandereano, hijo de inmigrantes libaneses, sin ningún lazo de parentesco con el expresidente Julio César Turbay, fue, ni más ni menos, el gran artífice de la República Liberal (1930-1946), la cual empezó a declinar desde el momento en que los jefes liberales decidieron cerrarle el camino a su aspiración presidencial, con las graves consecuencias que trajo el retorno de los conservadores al poder. Un libro riguroso en su investigación, grato de leer, que da un golpe en la mesa y replantea la historia conocida de esa época y el papel que en ella cumplieron sus principales protagonistas. El caso más relevante —y sorprendente— de esa desmitificación es, sin duda, el de Jorge Eliecer Gaitán. 

Luis Fernando Afanador

Fotografía: archivo personal.

De niño, la antipatía que sentía por las verduras se comparaba tan solo con el afecto que tenía por las frutas. Debido a las recomendaciones nutricionales de la época, siempre había alguna en casa: patilla, piña, granadilla, mango Tommy, durazno de Meza. Cada vez que me visitaba, mi abuela materna me traía de regalo un enorme melocotón que conseguía en un carro de frutas de una calle cercana. Cuando salíamos de la ciudad, mis padres compraban mandarinas, mamoncillos o cualquier otra fruta que los vendedores ambulantes ofrecían en los trancones. En Colombia, hay una conexión profunda entre estos envoltorios de semillas y la infancia, como insinúa Mariana Matija en el prólogo de Frutas asombrosas: guía ilustrada de frutas nativas, endémicas y exóticas de Colombia. Este libro, un compendio de 202 entradas recopilado por el ingeniero ambiental Gian Paolo Dáguer y bellamente ilustrado por Luisa Martínez, explicita esa relación. No solo sorprende con sus frutas extrañas (mano de tigre, chimbalo, cupatá), sino que nos transporta a sabores olvidados con la mención de magdalenas proustianas nacidas de una flor.

Santiago Wills

Fotografía: archivo personal

Impreso en Colombia: fotografía masiva en el siglo XX, publicado por Ediciones Réplica, llena un vacío en la historiografía del arte colombiano. Durante décadas, proyectos de referencia, como El fotolibro latinoamericano de Horacio Fernández y Martin Parr, han ofrecido una imagen parcial de Colombia que este libro corrige con creces. Estructurado en cinco capítulos, cada uno con un ensayo histórico y otro visual, el libro recorre el fotoperiodismo en momentos de crisis, confronta los imaginarios pintorescos del territorio con los libros de denuncia agraria y traza la consolidación del fotolibro como práctica artística deliberada. También muestra cómo estas publicaciones dialogan con los cambios técnicos y editoriales del siglo XX, y cómo la circulación de imágenes moldeó narrativas colectivas. El resultado es un libro que trasciende el objeto de colección para funcionar como archivo y herramienta de investigación, abriendo múltiples líneas para continuar escribiendo la historia de la fotografía en Colombia.

Valentina Gutiérrez Turbay

Fotografía: Daniel Gómez.

El escritor y melómano Juan Carlos Garay es un hombre de radio, y en estos ensayos sentimos como si las palabras nos fueran susurradas al oído, como si estuviéramos escuchando una emisora nocturna. Garay logra esta intimidad, la de un amigo que habla con nosotros, pero también estos ensayos nos hablan de la inmensidad, con una prosa asombrosa. «En el día nos asomamos al sol; nos asomamos a lo inconmensurable…». Este es un libro sobre la noche, y sobre cómo la música nos ayuda a orientarnos en la oscuridad. La plegaria en clave de blues de un hombre ciego, viajando ahora mismo en las cintas del Voyager; el sentido musical de los nocturnos de Chopin y Field, en un mundo en que ya no hay noches tan oscuras; «La luna» y esa canción de Elvis Presley en que el ídolo de Memphis parecería cantar desde aquel astro blanco; las canciones que escuchamos en los sueños, el silencio de las estrellas en el desierto de la Tatacoa. La noche no es la misma después de leer este libro, que además está escrito con la precisión y el misterio de un poema.

Santiago Espinosa

Fotografía: Ana María Menjura.

Alguien dijo alguna vez que hay inteligencias que son como un puñal, y otras que son como una mano tendida. La de Pablo Arango, sin duda, cae en el segundo cajón. El subtítulo del libro, «Una invitación a la filosofía en tres retratos», es muy preciso: estos tres retratos francamente magníficos —de Platón, San Agustín y Descartes— son un paseo por la indagación filosófica en Occidente. Desde el inicio de su libro, Arango pone la distancia del corsé de la escritura académica, cosa que los lectores no iniciados agradecemos enormemente. En realidad, su escritura tiene un tono conversacional que es un auténtico deleite. Su erudición es como una hermosa chaqueta de lino en verano: ligera, discreta y elegante. En ocasiones interpela directamente al lector, siempre con preguntas agudas que hacen sonreír, y lo conducen, de una manera amable pero también perturbadora, a la autorreflexión. Sí, las lectoras aprendemos mucho sobre la vida de estos tres filósofos, sobre el contenido y el método de su pensamiento, pero aprenderemos aún más sobre cómo pensar filosóficamente y por qué vale la pena desbrozar las propias convicciones y mirar, detenidamente, hacia adentro.

Marianne Ponsford