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Jesús de alquiler

Publicado en Opinión, Edición 83
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Dos hombres que hicieron de Mesías en las dramatizaciones de sus parroquias —uno en Bogotá y otro en Medellín— sufrieron su propio viacrucis después de ser despedidos, el primero por pedir sueldo y el segundo por desdentado. ¿Cómo resumir el mensaje de lo divino al comienzo de la Semana Santa? 

Estaba recién afeitado, pero un hombre que cruzó la calle lo reconoció y le pidió la bendición. Él inclinó el cuerpo hacia adelante e hizo el gesto con la mano derecha, como rebanando el viento. A fuerza de ser el hijo de Dios durante casi dos décadas en los viacrucis de la parroquia del barrio Egipto, en el centro de Bogotá, muchos lo consideraban un hombre admirable, digno de devoción. Juan Bautista Espejo era albañil, constructor de casas y reparador de techos. Sus vecinos contaban de madres que lo buscaban para que rezara por un hijo a punto de nacer, por un abuelo agonizante, por un marido sin trabajo. El día que lo entrevisté me mostró una fotografía de él cargando una cruz de balso, apenas más pesada que una silla. Pero todos creían que pesaba mucho, me dijo. La sangre que le corría por el rostro la compraba en un almacén de artilugios para teatreros. Al parecer, el realismo de sus gestos hacía llorar a las mujeres y enmudecía a los perros que, antes de verlo pasar camino de la crucifixión, ladraban asomados en los balcones. En esos días iba a cumplir treinta y nueve años y sin embargo parecía de treinta y tres. Semejante virtud, que debía permitirle seguir encarnando a Jesús mucho más tiempo, de pronto era inútil. Rafael Ríos, el párroco de la iglesia de Egipto, acababa de anunciar que no estaba dispuesto a pagarle a Juan Bautista para que hiciera de Mesías. Él y los apóstoles ahora piden sueldo, se quejó el sacerdote. Si quieren actuar, que sea por fe, no por plata, dijo en un sermón de domingo, mientras dos mujeres recogían la limosna. ¿Qué le queda a un salvador desterrado? Jaime Puerta hizo de Jesús en una parroquia del noroccidente de Medellín, en el barrio Robledo Aures. Lo hizo muchos años, hasta un Viernes Santo en que, después de mirar al cielo y declamar que todo estaba consumado, tosió su caja de dientes por culpa de la fuerza excesiva del soldado romano que lo golpeó con su lanza en un costado. Fue humillante, me dijo en las afueras de un almacén en El Hueco, donde anunciaba rebajas vestido de payaso. Una monja había recogido la prótesis furtiva, y la celebración había continuado a pesar de las risotadas de los creyentes. Nadie entre la muchedumbre de peatones podía imaginar que ese de rizos verdes una vez había encarnado al hijo de Dios. Pero en su recuerdo no había amargura. Puerta decía que a pesar de los reveses de la vida mantenía intacta su habilidad de hacer milagros y que, con lo que ganaba aquí y allá, le alcanzaba para darle de comer a su familia. El megáfono de su perorata de rebajas era de color rojo, igual que sus zapatos y su nariz de hule. ¡Venga, deje el afán y déjese querer!, predicaba el payaso a todo pulmón, como si anunciara la conversión del mundo. Lo divino, pienso ahora, mucho años después, quizá se resuma en esa idea comedida y fecunda, tan poderosa.

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Foto de José Alejandro Castaño

José Alejandro Castaño

Escritor, periodista y editor. Ha sido finalista del Premio Kurt Schork, de Columbia University, y ganador del Casa de las Américas de Literatura, del Premio de Periodismo Rey de España y tres veces del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Es autor de los libros: La isla de Morgan (U. de Antioquia, 2002), ¿Cuánto cuesta matar a un hombre? (Norma, 2006), Zoológico Colombia: crónicas sorprendentes de nuestro país (Norma, 2008), Cierra los ojos, princesa (Ícono, 2012), Perú, reino de los bosques (Etiqueta Negra, 2012). Es coautor del libro Relato de un milagro. Los cuatro niños que volvieron del Amazonas (El Peregrino Ediciones, 2023). Algunas de sus crónicas están incluidas en antologías y han sido traducidas al inglés, francés, alemán y japonés. Cofundador de CasaMacondo.

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