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Opinión
La Amazonía es un espejo retrovisor para el mundo
El 10 de noviembre, representantes de casi 200 países llegaron a Belém do Pará, en la desembocadura del Amazonas, para la trigésima Conferencia de las Partes (COP) de Naciones Unidas sobre cambio climático. El periodista brasilero Marcos Colón reflexiona sobre el significado y el futuro de la Amazonía mientras se negocia el destino del mundo.
Por | Ilustración: Leo Parra

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… ante el cual la modernidad, cultura de olvido, está ciega

La Amazonía se ha considerado durante mucho tiempo una promesa de futuro. Para los planes de desarrollo, es la última frontera; para los gobiernos, es una tierra explotada en nombre de la soberanía nacional; para el mercado, es un caldo de cultivo para las materias primas; para las ONG, es el epicentro de una crisis ambiental.

Pero ¿qué pasaría si invirtiéramos la perspectiva? ¿Qué pasaría si, en lugar de proyectar futuros sobre la Amazonía, nos dejáramos ver a través de ella? Porque la selva, al fin y al cabo, ve. Ve y, si nos fijamos, nos revela quiénes somos. Cuando observamos lo que sucede en la Amazonía, nos miramos, de hecho, ante un espejo que revela las fisuras de nuestra civilización. El desarrollo se transforma en retraso y destrucción: el monocultivo del pensamiento, el autoritarismo disfrazado de progreso, el afán extractivo que lo devora todo, incluso el futuro.

La Amazonía, con su vastedad de conocimientos y su experiencia enciclopédica de las formas de vida, expone el fracaso del proyecto moderno que, en nombre del desarrollo, ha normalizado la destrucción como método. En la actualidad se acepta que la selva amazónica, a la que los europeos llegaron en su afán de conquista en el siglo XVI y siguientes, no fue nunca un espacio «salvaje» dejado de la mano de Dios, como un terrible descuido o una poderosa bendición, sino que, como dijo el antropólogo francés Phillipe Descola en La selva culta: simbolismo y praxis en la ecología de los achuar, siempre ha sido una «selva culta». Es decir, no se puede comprender la Amazonía sin tener en consideración los miles de años de relaciones ecológicas y sociales de cientos de pueblos que habitan su espacio, donde cada uno de ellos ha configurado y conformado sus particulares territorios dejando su impronta cultural en la selva, a la vez que la selva deja su impronta en sus culturas.

Se trata de una profunda diferencia de perspectivas. La de los pueblos indígenas amazónicos se ha elaborado y llevado a la práctica cuidadosamente durante miles de años como un continuo proceso de complementariedad y convivencia con la selva viva. La perspectiva moderno- occidental, por otro lado, está basada en la apropiación, el dominio y la extracción. Donde los pueblos ven vida capaz de compartirse, la modernidad solo ve recursos y materias primas para explotar.

En el pensamiento yanomami, los xapiri, los espíritus guardianes de la selva, descienden de los cielos sobre sus espejos, unas superficies brillantes y reflectantes que sirven de medio de conexión entre el reino visible y el invisible. Los chamanes, que cuidan de estos espejos, son los únicos capaces de ver y oír a los xapiri. A través de ellos, interpretan los mensajes de la selva y ayudan a mantener el equilibrio entre los humanos, los espíritus y el mundo natural.

Los espejos no son instrumentos que cualquiera puede ver: son dispositivos cósmicos de comunicación que manejan solo quienes saben hacerlo. Cuando el chamán yanomami Davi Kopenawa los describe, evoca un mundo en que el propio reflejo es activo, un intercambio entre reinos, entre los humanos y la selva, el pasado y el futuro. La modernidad, por el contrario, no ve nada en los espejos: se ha convertido en una civilización de olvido, sorda a los ecos relacionales y espirituales que los chamanes, a través de los xapiri, aún mantienen.

Esta distinción es importante. Durante décadas, el discurso medioambiental hegemónico prometió «rescatar», «salvar» a la selva, a menudo enmascarando, con buenas intenciones, un sesgo colonial, ya fuera conservacionista o preservacionista. Pero la Amazonía no necesita que la salven. Necesita que la escuchen. Y escuchar requiere humildad, valentía y un compromiso ético con quienes la han habitado y protegido durante milenios.

Hay dos características que definen la arrogancia con la que Occidente ha pretendido esconder su provincianismo e instalar su falsa premisa universalista. La primera es la reivindicación de la superioridad de su «civilización», por lo que todas sus acciones, aun siendo destructivas, se consideran necesarias para «salvar la humanidad» o, mejor, de «su» humanidad.

En consecuencia, es una civilización falsamente salvacionista, porque pone el énfasis —y esa sería la segunda característica— en saber hablar y nunca en saber escuchar, pues, como dice el filósofo Carlos Lenkersdorf en Aprender a escuchar: enseñanzas maya-tojolabales, «escuchar en serio exige, ante todo, que nos acerquemos a la persona o las personas que queremos escuchar y que nos escuchen, que nos arrimemos a la voz de la persona para escucharla y que nos escuche. Así el nosotros se hace realidad tangible».

Así, la arrogancia de Occidente no solo le impide ver a la Amazonía —salvo a través de la lente de su ambición de acumular bienes—, sino que también lo ensordece ante la palabra de sus pueblos. De esta forma, desperdicia miles de años de experiencias y sabidurías, pues, citando de nuevo a Lenkersdorf, escuchar a los pueblos de la selva implica un «acercamiento que exige comportamientos nunca pensados», ya que «el acercamiento es el primer paso hacia tierras desconocidas», «es la entrada a la perspectiva de los que ven y viven el mundo de otro modo».

Algunos no somos insensibles a las señales que nos envía la Amazonía. No vemos la selva como un escenario para la redención occidental. Nuestras creencias clave son otras: la solidaridad, la integración, el respeto y la defensa de una pluralidad de formas de vida. Nuestro ambientalismo no es una mera reacción al colapso, es una ideología civilizadora que surge de él, una resistencia activa y creativa al exterminio de pueblos, ríos y mundos posibles, incluso el nuestro. Es una resistencia que también reimagina y reconstruye; un acto de continuidad con las historias vivas de la selva, que moldea relaciones nuevas y simbióticas entre la Tierra y nuestras culturas.

Decir que no salvaremos la Amazonía no es un acto de resignación. Es una postura ética. La selva y sus pueblos han sobrevivido a siglos de violencia colonial. Nuestro objetivo no es solo evitar que continúe la destrucción, sino crear las condiciones para la renovación: luchar con todas nuestras fuerzas para que quienes la protegen puedan seguir existiendo y para que podamos imaginar y construir un futuro habitable para nosotros y nuestros hijos.

Estuve en Atalaia do Norte en el tercer aniversario del asesinato del periodista británico Dom Phillips y del indigenista brasileño Bruno Pereira. Vi de cerca cómo el recuerdo de lo sucedido se transformaba en semilla en el rostro de los indígenas, en las canoas que surcaban los ríos, en las radios comunitarias que siguen denunciando a los invasores. El lugar que vi no era de duelo: era un lugar de lucha. Y allí comprendí, una vez más, que la Amazonía no es un telón de fondo estático, pasivo. Es una lección. Es, a la vez, un espejo retrovisor y un faro. Y mientras haya quienes luchen por ella, habrá otro mundo insistiendo en nacer.

La COP30: ¿Performance o punto de inflexión? El 10 de noviembre inició la 30.ª Cumbre del Clima de la ONU, esta vez en una capital amazónica, Belém do Pará. ¿Será solo una exhibición más? ¿Otra performance en la que Brasil se presenta como una potencia verde mientras flexibiliza las normas para obtener licencias ambientales, persigue a los defensores de los derechos humanos y empuja a los mineros a entrar en tierras indígenas? ¿O será un punto de inflexión, donde finalmente escucharemos lo que dice la selva?

De hecho, el lunes 20 de octubre de 2025, a pocos días de empezar la COP30, el Gobierno de Lula da Silva, a través del Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (Ibama), autorizó a la petrolera estatal, Petrobras, a perforar un pozo en busca de petróleo en alta mar, en la cuenca de la desembocadura del Amazonas, una región de gran sensibilidad medioambiental y biodiversidad.

Los efectos de tal explotación sobre la Amazonía solo podrán cuantificarse muy a posteriori, después de que las corporaciones involucradas ya se hayan trasladado, como suelen hacer, a otros lugares de extracción; sin embargo, la selva y sus pueblos a buen seguro sufrirán sus desastrosas consecuencias casi de inmediato y durante décadas o siglos.

Así que, lamentablemente, las decisiones políticas que Jair Bolsonaro y Lula da Silva tomaron en contra de la Amazonía y sus pueblos solo difieren en la forma: Bolsonaro seguramente las hubiera anunciado a los cuatro vientos, mientras que Lula y el Partido de los Trabajadores lo hacen por lo bajo, incluso en vísperas del evento en que se presentarán ante el mundo como el presidente y el partido del «desarrollo verde» y en favor de la Amazonía y sus pueblos.

Ambos dirigentes coinciden en la idea de un supuesto «horizonte de progreso», aunque a partir de posturas ideológicas al parecer radicalmente diferentes: Bolsonaro, sin miramientos, busca imponerlo sin dar ninguna explicación, actuando no solo para perjudicar sino para eliminar a los pueblos de la Amazonía; Lula lo impone a partir de la desintegración cultural y territorial de dichos pueblos. Ambos son arrogantes por entender que no hay otros horizontes posibles, porque no se atreven a escuchar la palabra de los pueblos que los han desarrollado y descrito desde hace milenios.

La Amazonía, ya desangrada por la central hidroeléctrica de Belo Monte (autorizada en 2010 por un gobierno del Partido de los Trabajadores y en pleno funcionamiento desde 2019) y resistiendo a cada nueva propuesta de «progreso», no es solo la primera línea de la crisis climática. Es el espejo donde se proyectan nuestras contradicciones más profundas.

Si queremos un futuro, debemos empezar por ver y reconocer lo que este espejo revela. Al mirar por el espejo de la Amazonía, vislumbramos no solo lo que hay detrás de nosotros, sino también lo que somos y lo que aún podríamos ser. Vuelto hacia el pasado, nos ayuda a reconstruir recuerdos olvidados; vuelto hacia el presente, nos revela quiénes somos con más veracidad; vuelto hacia el futuro, refleja otro horizonte de sentido para todas nuestras vidas. Su reflejo nos recuerda que lo que vemos depende siempre de hacia dónde miramos.

* Marcos Colón es profesor de Medios de Comunicación y Comunidades Indígenas de la Iniciativa de las Tierras Fronterizas del Suroeste en la Escuela Walter Cronkite de Periodismo y Comunicación de Masas de la Universidad Estatal de Arizona. Es autor del libro La Amazonía en tiempos de guerra (Planeta, 2025) y organizador del libro de ensayos Utopias Amazónicas (2025).

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