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Tres poemas 

Publicado en Opinión
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Un cronista recuerda los textos que descubrió leyendo las paredes de un antro donde descuartizaban a los muertos. ¿Qué límite pueden compartir la belleza y el horror?

Las Cuevas eran un nido de drogadictos, la plaza de vicio más grande de Medellín. Una noche me sumergí en ellas y conté su historia. Quedaban en Barrio Triste, muy cerca de las sedes de la Alcaldía y de la Gobernación, del Concejo Municipal, de la Asamblea Departamental, del Palacio de Justicia. Adentro de sus corredores y habitaciones morían hombres y mujeres, y a veces niños. Para evitar la pestilencia de los cuerpos, los vendedores de droga ordenaban cercenarlos y luego, escondidos en bolsas de basura, arrojarlos al río. Unos días después de la publicación de mi testimonio, el sitio fue demolido por orden del alcalde de la ciudad. Él supuso, estúpido y soberbio, que si derribaba los muros, ya no habría niños drogándose en las aceras. Yo volví a Las Cuevas después de que ciento cincuenta policías irrumpieron en sus pasadizos, túneles y habitaciones contiguas. Debía correr antes de que una retroexcavadora lo derribara todo. Esa segunda vez, a plena luz del día, me acompañó una periodista y un fotógrafo. Entonces me detuve en las paredes y descubrí poemas escritos con tinta de lapicero, borroneados por agujeros y suciedad, salpicaduras de sangre, de escupitajos, de insectos muertos. Fue hace veintidós años. Ahora los drogadictos indigentes son multitud en Medellín. Los multiplicó la indiferencia, en un territorio que regentan las bandas criminales y los policías corruptos que las protegen. Según las autoridades, los indigentes suman nueve mil. Deambulan desperdigados en una isla de orfandad que flota a la deriva por las riberas del río y las calles del centro. Estos poemas son tres de los seis que alcancé a copiar en Las Cuevas. Todo lo demás fue convertido en relleno sanitario. 

Poema uno

Dios es mocho.
Le prometí que iba a cambiar,
que quería escupir todo lo malo,
le dije que me ayudara.
Le recé un padrenuestro
y le rogué,
y le rogué
y le rogué
y le rogué
y le prometí 
que si me extendía 
la mano y me sacaba
no se iba a arrepentir,
pero Dios no me oyó.
Yo creo que es mocho,
porque al fin 
no le vi las manos 
por ningún lado.

Poema dos

Vagina es la santa más popular,
la beata con más fieles en el mundo. 
Ante ella se inclinan reyes, 
ricos y mendigos. 
Hombres sabios y brutos, honestos y rateros la veneran, la besan, la acarician, lo dejan todo por ir tras ella.
Y aunque santa Vagina no es grande, apenas una enana de rostro deforme, 
le caben joyas, dinero, poder, propiedades, palacios, carros, barcos, naciones enteras. Ese es su milagro: 
se traga todo.

Poema tres

Te preguntas por el infierno. 
Crees que las llamas del demonio 
resoplan en un cuento, 
en una fábula de la Biblia 
y te relajas porque piensas 
que está lejos, 
entonces un día descubres 
que Lucifer existe 
y que su fuego quema 
hasta hacer arder sueños,
 ojos, manos y pelo. 
Pero ya es muy tarde.
Como el plástico derretido 
no puedes reponerte. 

Foto de José Alejandro Castaño

José Alejandro Castaño

Escritor, periodista y editor. Ha sido finalista del Premio Kurt Schork, de Columbia University, y ganador del Casa de las Américas de Literatura, del Premio de Periodismo Rey de España y tres veces del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Es autor de los libros: La isla de Morgan (U. de Antioquia, 2002), ¿Cuánto cuesta matar a un hombre? (Norma, 2006), Zoológico Colombia: crónicas sorprendentes de nuestro país (Norma, 2008), Cierra los ojos, princesa (Ícono, 2012), Perú, reino de los bosques (Etiqueta Negra, 2012). Es coautor del libro Relato de un milagro. Los cuatro niños que volvieron del Amazonas (El Peregrino Ediciones, 2023). Algunas de sus crónicas están incluidas en antologías y han sido traducidas al inglés, francés, alemán y japonés. Cofundador de CasaMacondo.

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