Jean Galvis fue una de las mujeres más importantes del jazz en la escena nacional. Tan importante como desconocida, porque su rastro se perdió durante largo tiempo a pesar de haber sido incluida en el listado de las diez mejores pianistas del mundo, según publicó The New York Times en 1967. Pero ese no fue su único mérito. Jean fue una mujer rebelde y libertaria que se atrevió a desafiar los cánones de la Colombia mojigata de su época. Sus actuaciones en los bares bogotanos Doña Bárbara, Hipocampus y Jazz Bar fueron memorables y un gran aporte para el movimiento musical de aquellos años. En su legado sobresale haber compuesto la letra de Mi mundo, el primer bolero lésbico escrito por una colombiana y que por estos días cumplió cincuenta años. 

Jean Galvis (Archivo - The Virgin Islands Daily News, 1965)
Jean Galvis en Nueva York. (Archivo The Virgin Islands Daily News, 1965)

En el caso de Eugenia, el nombre de pila de Jean, la música fue una forma de escapar. Nació en Bucaramanga hacia 1939, en una familia conservadora y muy reconocida de la capital santandereana. Con escasos diecisiete años, en 1956 llegó al Conservatorio de Peabody, en Baltimore, para formarse como intérprete de música clásica. Un sueño que abandonó al enamorarse del jazz y viajar a Nueva York, donde, en contra de todos los pronósticos, encontró trabajo rápidamente en clubes, restaurantes y hoteles por lo exótico que resultaba para la época la puesta en escena de una mujer pianista de jazz. Ese salto marcó una ruptura con lo convencional y con la familia, que prácticamente la borró de su historia. El padre nunca se repuso del giro que dio su vida. Él, que soñaba con verla en auditorios interpretando a Mozart o a Chopin, jamás comprendió su admiración por Bill Evans, McCoy Tyner y Tom Jobim. 

Foto: Tito Jean
Jean Galvis. (Archivo El Tiempo, febrero de 1977)

El virtuosismo y la calidez de Jean fueron claves a la hora de presentarse en diversos escenarios, componer para otros artistas y viajar a Puerto Rico, donde se dice que estableció una amistad cercana con Tito Rodríguez. En los circuitos musicales incluso se comenta que ayudó a conceptualizar la sonoridad del álbum Let’s To Do The Bossa Nova, de 1962. La influencia del jazz y la bossa nova le sirvieron para componer, ese año, la música de It’s Like Love, interpretada por el cantante norteamericano Mark Murphy. Ese fue, quizás, su primer acercamiento al universo sonoro de Brasil, con influencias del cool jazz y el hard bop.

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Sencillo de Mark Murphy, Like Love, con música de Jean Galvis (1962)

El bolero Mi mundo, su manifiesto musical, fue publicado en julio de 1973 (acaba de cumplir cincuenta años) en el álbum TV Show, prensado para el sello United Artists Latino y en la voz de su amigo Tito Rodríguez, una de las figuras más importantes del género. La letra es una confesión abierta que en la voz de un hombre no da pistas, pero sí en la escritura silenciosa de su compositora. La canción refleja el sentir de una mujer que confiesa su amor por otra, desde la orilla de un mundo raro e incomprendido. Un amor secreto, visto con recelo. «Sé que mi mundo es raro y no lo comprendes, es nuevo para ti. Y aunque tienes miedo, hay también deseo, eso bien lo sé».

Mi mundo, Tito Rodríguez

Para Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera podría ser un bolero de 380 páginas. Los hombres dominaban esa prosa, transmitiendo sus sentimientos de amor o nostalgia a través de canciones que eran como deliciosos perfumes en envases pequeños, cortas y a veces empalagosas, pero cargadas de frenesí y una especie de oda al amor idealizado o imposible.

Y aunque era un género predominantemente masculino entre los años treinta y sesenta, el bolero tuvo que enfrentar el desafío de expresar sentimientos en una sociedad machista y religiosa, donde hacerlo era visto como una debilidad o una indecencia, pero ya en la Bogotá de los setenta estaba replanteando su mirada histriónica e idílica. Eran tiempos de reflexión, de rechazo a la guerra en Vietnam, de música protesta, guerrillas de izquierda y minifaldas; la llegada de sonidos estridentes anunciaba una ruptura con los moldes establecidos.

Jean Galvis no fue ajena a esas corrientes sonoras de Latinoamérica y el mundo. Y si miramos al bolero desde sus ojos, hallaremos un género que naufraga en medio de la rebeldía de los jóvenes que se enamoran abiertamente y sin reservas. Una generación que saltó de la serenata a la píldora anticonceptiva, del susurro del baile romántico al frenesí del amor libre y sin ataduras. Su lírica agoniza porque no va de la mano de los ácidos, la marihuana y otras euforias de finales de los sesenta. El señor bolero viene de traje, impecable, con el cabello corto y bien peinado. Así, casualmente, dice Javier Aguilera, solía llegar Jean a sus presentaciones.

En la letra de Mi mundo convergen miedo y deseo. «Y temor de pensar que a mis caricias tú te entregarás». Es un relato atrevido para la época, que narra la comunión del descubrimiento y la seducción, un puñado de sensaciones nuevas que, seguramente, en una bossa o un rock and roll serían paisaje. Pero cuán simbólico es cantarle al amor libre y homosexual desde un género machista y nostálgico que agoniza por la llegada de la balada, además, interpretado en la voz de uno de sus íconos y en su penúltimo álbum antes de morir. ¡Todo un grafiti musical!

La grabación y publicación de Mi mundo supuso un salto hacia un estilo diferente, que hereda del movimiento literario latinoamericano un tono más abierto y realista, que en lo rítmico y armónico se nutre de la bossa nova brasileña y del soul y el jazz norteamericanos. Nina Simone, Jobim y Vinicius lo tenían muy claro: había que cantar desde el alma y decirlo todo sin tapujos. De esta corriente bebió Jean. Por eso, a su regreso, se sintió libre, con un estilo que no permitía ataduras, coherente con su orientación sexual y su forma resuelta de ver la vida. 

Otra mujer

En 1974, después de su periplo por Nueva York, Eugenia Galvis volvió a Colombia convertida en otra mujer. Su nombre artístico era un juego sonoro inspirado en Eugene, la pronunciación en inglés de Eugenia, su diminutivo, Gene, y la sonoridad en español (Yin). Algunos cuentan que había regresado en busca de un viejo amor, pero lo único cierto es que llegó para romper la escena capitalina. Hoy, cincuenta años después de su aparición en los bares de Bogotá, resulta inexplicable que no haya un registro sonoro que ratifique su talento y el peso de su obra, sobre todo en una época en la que compartió escenario con músicos como Armando Escobar, Germán Chavarriaga y Javier Aguilera. 

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Jean Galvis. (Archivo El Tiempo, abril de 1980)

Era la época dorada de la salsa en Colombia. En medio del frenesí y la bohemia, Jean conoce y se hace cómplice del pianista Joe Madrid, con quien no solo comparte veladas musicales en la Gran Manzana sino en su regreso a Bogotá. Sobre esto, Javier Aguilera, el baterista de su banda en el bar Doña Bárbara, comenta: «Jean era una intérprete absolutamente versátil, su buen gusto y percepción de la música era exquisita, podía transmitir la misma dulzura en un estándar del jazz o cualquier género, era un ser humano muy especial». A su llegada a Bogotá, Jean era una mujer madura que ya había librado batallas personales y tenía claro su criterio musical, pero quizás el contacto con músicos de Nueva York sugiere el encuentro de su estilo con el desparpajo y la soltura del Caribe; la bohemia hedonista de los bares y clubes de la capital del mundo contribuyen a la construcción de esa libertad que tanto pregonaba. 

Jean quería dejar huella en la Colombia parroquial de la época y se ganó un lugar en una sociedad que apenas empezaba a entender su propuesta. Algunos colegas evocan su aparición en programas de TV en los canales 9 y 11, recitales musicales en teatros y universidades hacia 1980; también su dupla con la baterista norteamericana Peggy Dromgold, una profesora de Literatura Inglesa de la Universidad de los Andes y referente del feminismo, con quien se aventuró a armar un cuarteto musical junto al bajista Luis Montero y el flautista Sergio Becerra, compañeros a la hora de interpretar sus composiciones y algunos estándares del jazz. «Era una mujer muy de la escena de aquella época, coincidimos en algunos programas donde yo era el presentador en una franja musical de viernes en la noche», dice el presentador y locutor Manolo Bellón.

En ese año, obedeciendo a la demanda cultural de la ciudad, se aventuró a crear The New Group, otra banda pensada con la intención de versionar la obra del jazzista norteamericano Duke Ellington, en un show ofrecido en la cafetería del Centro Colombo Americano. En esas sesiones la acompañaban el baterista Alfonso Herazo, Mario René en flauta y saxo y Rubén Jaramillo en la percusión. Allí hacía estándares del jazz, la bossa nova y algunas de sus composiciones, en su mayoría, inéditas hasta hoy.

Foto: (Archivo El Tiempo Febrero 1977)
Álbum de Tito Rodríguez con Mi mundo, de Jean Galvis

Su exploración la llevó a tocar en Cali y a amenizar veladas en cafés y bares de Bogotá, y fue hacia 1981, en la creciente escena musical de la época, cuando perdió la calidez de su sonrisa y se apagó definitivamente el sonido de su piano. Jean, como confirmaron algunos de sus amigos cercanos, murió en una clínica de la capital luchando contra un cáncer de garganta. Aunque, después de una vida bohemia que le permitió volar a donde quiso con su música, su legado nos dice que decidió inmortalizarse en el firmamento musical como una supernova de armonías que se fue consumiendo poco a poco, cuya única estela es un bolero perdido en los años; un tesoro oculto y desconocido en un álbum de Tito Rodríguez que podemos rememorar y volver a descubrir, cerrando los ojos, una noche cualquiera.

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