Es un hecho comprobado que los entornos familiares —que supuestamente deberían ser seguros—, a menudo se convierten en territorios hostiles y peligrosos para los menores de edad, porque es allí donde primero son abusados por padres, abuelos, tíos o primos. 

Algo así le sucedió a un hombre al que llamaremos Felipe (omitimos su verdadera identidad por razones de seguridad), un seminarista de Villavicencio que le contó a la psicóloga del seminario que en su niñez, entre los nueve y los once años de edad, él y uno de sus primos fueron abusados sexualmente por su tío, el sacerdote José Edermey Bernal Fajardo. A pesar de estos dos abusos, y de dos más, el arzobispo Misael Vacca absolvió al religioso y lo nombró vicario parroquial en San Isidro Labrador, en Guamal, Meta.

Cuando la psicóloga Vilma Milena Villalobos escuchó este testimonio invitó al joven a denunciar a su tío ante las autoridades civiles, pero Felipe no quiso, pues le tenía pavor a Bernal. «Me puede hacer daño», le dijo el seminarista. También temía por las represalias que pudiese tomar su papá, un hombre muy agresivo, contra su hermano sacerdote. Una semana después de esta confesión, el joven se retiró del seminario. Desapareció. La psicóloga insistió para que denunciara, pero él se negó y apagó su celular.

El 13 de junio de 2019, Villalobos fue a la curia y contó lo que había sucedido. Con base en esa denuncia, el arzobispo Óscar Urbina ordenó una investigación al Tribunal Eclesiástico. Para tal fin delegó al padre Hernando Olaya y a Ricardo Calderón Sánchez, quien además es uno de los sacerdotes involucrados en la denuncia de un hombre que dice haber sido abusado sexualmente e inducido a la prostitución por treinta y ocho sacerdotes, como lo cuenta el libro Este es el cordero de Dios

La reacción de Urbina fue tardía, pues, años atrás, ya había recibido otras denuncias contra Bernal Fajardo, pero no hizo nada. Lo encubrió hasta que ya no pudo guardar el secreto y la nueva información llegó a oídos de la psicóloga del seminario.

El interrogatorio canónico al padre Bernal se llevó a cabo el 20 de septiembre de 2019, según consta en el archivo secreto al que tuvo acceso CasaMacondo, y en este le formularon cinco preguntas. En sus respuestas contó que estudió Filosofía y Teología con los padres trinitarios, pero se retiró voluntariamente «por circunstancias que eventualmente se estaban presentando en la comunidad».

Bernal Fajardo nació en Algeciras, Huila, en 1969. Es sacerdote desde 1997, su primera parroquia fue Reina de la Paz, en el barrio La Vega de Villavicencio, y la segunda en Jesús de la Buena Esperanza, en el barrio Montecarlo, donde tuvo inconvenientes con «algunas personas que le presentaron quejas a monseñor», dijo ante el Tribunal, agregando que en esa parroquia un joven lo había acusado «de haber cometido actos inmorales con él». También fue capellán de las Fuerzas Militares. 

A pesar de que el caso contra Bernal Fajardo llegó a los curas investigadores Olaya y Calderón por cuenta de la denuncia del seminarista contra su tío, presentada ante el vicario general por la psicóloga del seminario, no hubo ninguna pregunta al respecto. Tampoco hubo contrapreguntas en el interrogatorio. 

«Hemos reunido suficientes pruebas verbales, escritas y de audio sobre su violación de su promesa canónica de la castidad celibataria. ¿Podría usted decir algo al respecto?», indagaron los investigadores. La respuesta de Bernal fue clara: «Yo creo que he caído en algunas oportunidades en imprudencias de índole sexual y en algunos momentos en actos sexuales con hombres adultos. La experiencia del retiro de ALMAS me ha servido mucho para reorganizar mi vida sacerdotal y mi afectividad».

El cuestionario continuó: «¿Cree usted prudente algún tipo de ayuda para estas situaciones que usted mismo reconoce durante esta declaración?». Sí, padre, todo lo que la Iglesia me pueda colaborar será bien recibido», —respondió Bernal.

«¿Tiene algo más que agregar?», fue la quinta y última pregunta de los dos curas investigadores. «Reconozco que he caído en estas situaciones porque bajé mi vida de oración, y me he comprometido a incrementar mi vida espiritual sacerdotal», concluyó el acusado.

Este tipo de interrogatorios ocurre en todos los Tribunales Eclesiásticos del país. Sacerdotes que fungen como jueces de sus colegas, amigos, vicarios parroquiales, profesores de seminario. Curas que investigan a otros curas y que en muchas ocasiones ambos, juez y parte, arrastran los mismos delitos a cuestas. Recientemente, cuatro presbíteros que dependen del más célebre encubridor de pederastas de Colombia, el arzobispo de Medellín, Ricardo Tobón Restrepo, absolvieron al telepredicador Carlos Yepes, denunciado tres veces por pederastia.

Un mes después del brevísimo interrogatorio al que fue sometido Bernal Fajardo, los dos investigadores le entregaron el informe a monseñor Óscar Urbina. No existe en el texto ni una sola palabra sobre la denuncia del sobrino, pero sí muchas sobre otras acusaciones que Urbina había recibido en el pasado contra Bernal. El primer hecho que narra este documento es que por los mismos días de la denuncia de la psicóloga en la Arquidiócesis, otra persona había denunciado a Bernal Fajardo por «conductas inapropiadas de tipo sexual con algunos jóvenes cercanos a la parroquia». Luego agregan: «Dicha acusación adquirió veracidad desde el momento en que el arzobispo recordó que en años anteriores ya había sido acusado el sacerdote en cuestión de los mismos comportamientos incoherentes con su estado clerical». 

Supuestamente en aquella ocasión las denuncias «carecían de indicios o peso probatorio» y por eso Urbina no hizo nada. Pero de un momento a otro sí recordó los delitos del cura,

le parecieron graves y procedió a suspenderlo el 21 de octubre de 2019.

Además de su sobrino, dos jóvenes denunciaron a Bernal Fajardo: «Desde hace cuatro años empezó a acosarme sexualmente pidiéndome por WhatsApp fotos desnudo y pidiéndome también que le realizara masajes en su cuerpo», declaró en la Arquidiócesis un hombre al que llamaremos Martín, un joven que terminó accediendo a las pretensiones sexuales de Bernal por tanto acoso, necesidad y ofrecimiento material. 

Los hechos ocurrieron en la casa cural y los dineros salieron de las limosnas de los feligreses. «Él se aprovechó de una situación dura que estaba atravesando en ese momento, sin importarle, y pasando por encima del proceso espiritual que venía realizando en el grupo juvenil», recordó Martín.

Otro joven, a quien llamaremos Danilo, dio crédito a lo que declaró Martín y agregó: «Yo fui monaguillo y pertenecí a la parroquia Jesús de la Buena Esperanza y el padre José fue mi padrino de confirmación, yo tenía dieciséis años, para mí fue extraño, pero chévere y bonito el hecho de que él se hubiese ofrecido a ser mi padrino, hasta que empezó a hacerme comentarios salidos de tono, como por ejemplo, qué hago con la novia o cómo tengo mi pene, y al yo ver eso me alejé de la parroquia».

Los escándalos de Bernal Fajardo eran de público conocimiento. Aún así, el arzobispo Urbina lo encubrió y protegió, como lo demuestra el informe de los dos investigadores del Tribunal Eclesiástico: «En la carpeta personal del padre José Edermey aparecen cartas firmadas por varias personas, pertenecientes a la comunidad parroquial, quienes afirman que el padre malversa los fondos parroquiales para pagar o encubrir episodios oscuros».

La carta de la comunidad contra el padre Bernal, y enviada al arzobispo Urbina, es contundente: «Esta parroquia es muy generosa, pero tristemente el uso del dinero no ha sido el correcto, ya que se ha utilizado para satisfacer tanto sus malos comportamientos, los cuales ya son conocidos por usted». En la misiva, firmada por cuarenta y cinco feligreses, la comunidad enumera a todas las personas que reciben dinero de su párroco y «que es usado para comprar el silencio de ellos». Identifican sobre todo a un familiar del padre, a quien apodan Lucho, el primo del seminarista abusado.

Este hombre se le aparecía al cura casi todos los días a pedirle plata después de la misa. Lo tenía chantajeado, cuentan en la carta, porque sostuvo relaciones sexuales con él y guarda fotos y videos que así lo demuestran. Los escándalos de Lucho fueron tan públicos que se subía hasta el altar a reclamarle al cura en plena misa. Bernal Fajardo cedía en todo, dicen los feligreses: le compró moto, carro y le pagaba el arriendo, todo por cuenta de una comunidad generosa con su parroquia.

Con base en todas esas denuncias, y sin mencionar la que dio origen a la investigación del Tribunal, es decir, la del seminarista contra su tío, los investigadores acusaron a Bernal ante el arzobispo por los delitos de «malversación de bienes parroquiales para silenciar a las personas implicadas; el uso indebido, con varias personas, de las redes sociales para solicitar y motivar la consumación del delito». 

Con unos cargos menores el arzobispo Urbina se deshizo del cura para encubrir otros delitos más graves. Según la Arquidiócesis de Villavicencio, la Fiscalía ya conoce este caso.

Óscar Urbina Ortega, expresidente de la Conferencia Episcopal, salió de Villavicencio el 23 de abril de 2022 acusado de encubrir a, por lo menos, cuarenta sacerdotes denunciados por pederastia en esa jurisdicción y por presuntamente haber abusado sexualmente de un niño que le confesaba sus pecados para recibir la primera comunión.

Su reemplazo fue Misael Vacca Ramírez, quien absolvió a José Edermey Bernal Fajardo en las últimas semanas a pesar de su prontuario, y lo nombró vicario parroquial de San Isidro Labrador, en el municipio de Guamal, Meta, donde tendrá contacto permanente con niños, niñas y adolescentes. Al ser consultado por CasaMacondo, Bernal dijo que el arzobispo era el único que podía entregar información sobre su nuevo nombramiento, y al cierre de esta investigación, el alto prelado no había respondido nuestros mensajes.

En tan solo seis meses, Vacca Ramírez ha demostrado que seguirá la misma línea de encubrir a sacerdotes pederastas, tal como lo hizo su antecesor. Recientemente absolvió a Hernando Tovar, uno de los treinta y ocho sacerdotes señalados de abusar sexualmente e inducir a la prostitución a un hombre desde su niñez y por veinte años. Igualmente confirmó en sus cargos de vicario general y canciller, respectivamente, a William Prieto Daza y Carlos Villabón, los dos sacerdotes que cohonestaron con Óscar Urbina para encubrir a decenas de curas denunciados por pederastia.

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