En julio de 2019, H. Pascal, un autor de culto mexicano que escribía poemas, cuentos de ciencia ficción y literatura híbrida de tintes eróticos, murió de un infarto fulminante en la Ciudad de México. Su hija Aura García-Junco (1988), también escritora, se había distanciado de él hacía años. Al poco tiempo, acomodó la biblioteca de su padre en su apartamento —lejos de sus libros, inicialmente— y, poco a poco, comenzó a explorarla. De esa tarea nació Dios fulmine a la que escriba sobre mí, publicado a finales de 2023 por la editorial Sexto Piso, una hermosa obra que actúa como perfil del padre y como un ensayo sobre el duelo, las vidas de quienes amamos y el rol de la literatura en la vida de quien escribe.
Para Aura García-Junco, quien estudió Letras Clásicas en la UNAM y se ganó un lugar en la lista de los 25 mejores narradores jóvenes en español de la revista Granta con una ingeniosa novela llamada Anticitera, artefacto dentado. El libro la llevó a enfrentarse al cariño que sentía por su padre, a las oleadas de tristeza que acompañan el duelo y a todo aquello que, en cierto momento, la llevó a distanciarse de H. Pascal, escritor excéntrico reconocido por sus cuentos neogóticos con influencias del ciberpunk.
El escritor Santiago Wills intercambió varios correos con la autora para preguntarle sobre la escritura de sí misma como personaje, lo que se esconde (o no) en la escritura autobiográfica y el deber frente a la verdad que tienen los escritores en la ficción y la no ficción.
Octubre 17, 2024
Querida Aura:
Perdón por la tardanza para empezar esta correspondencia. Quería escribirte apenas terminé de leer Dios fulmine a la que escriba sobre mí —viví ese fenómeno tan bello del que alguna vez habló Sontag: terminé de leer y de inmediato quise escribir—, pero, como suele ocurrirme cada vez con mayor frecuencia, postergué y postergué y postergué la primera palabra. Al final, lo mejor que se me ocurrió para empezar fue esta disculpa. ¿Qué dice esa decisión sobre mí? ¿Qué puede uno pensar de un escritor cuya primera palabra es «perdón»? ¿Habla acaso de mi herencia católica, del hipócrita carácter de los bogotanos o, quizás mejor, de la aguda crisis que vivo frente a la escritura? Las preguntas son retóricas, por supuesto. Las incluyo, no para abrirme frente a quienes leerán estas cartas (quizás en parte sí), sino porque me traen a uno de los temas por los que deseo preguntarte.
El uso de la primera persona suele confundir a la mayoría de lectores, quienes suelen identificar al narrador con el escritor. El «yo» del texto se toma como un reflejo perfecto del «yo real», sea lo que sea eso. En esa medida, si el narrador cree x o narra que hizo x, el lector a menudo cree que el autor cree x o hizo x en el pasado. La identificación suele ser problemática, sobre todo cuando el narrador incurre en juicios o acciones moralmente reprobables. Y la confusión es mayor cuando la mayoría de los hechos que se narran en el texto se adaptan más o menos bien a la realidad: si la autora, por ejemplo, narra la muerte (y parte de la vida) de su padre y efectivamente los hechos se corresponden con la realidad, la tentación es pensar que todo lo que se dice en la obra es no ficción. Pero rara vez suele suceder de esa manera, ¿no es así?
La editorial Sexto Piso presenta Dios fulmine a la que escriba sobre mí como un «libro híbrido, entre el ensayo y la narrativa personal». No me interesa ahondar en un debate sobre géneros o sobre la verdad, sino más bien entender cómo fue escribirte a ti misma como personaje. ¿Cómo decidiste qué incluir y qué no? ¿Qué barreras optaste por no cruzar o qué puertas preferiste no abrir? ¿Hasta dónde llega o dónde contuviste la realidad a la hora de crearte como personaje en un libro autobiográfico?
Un gran abrazo,
Santiago
Octubre 23, 2024
Querido Santiago,
Yo que he cruzado el Rubicón de la ficción más ficcional, es decir, la ficción especulativa, a la ficción menos ficcional, es decir, la narrativa autobiográfica (aunque quizás sea polémico llamarlo de esa manera y hay mucho más de ficticio de lo que habitualmente se considera) tengo muchas sensaciones encontradas. Por un lado, me queda claro que para construir un libro tienes que construir un mundo, sin importar si estás hablando desde un yo mayor o menormente apegado a tu propia experiencia y vida, o si estás construyendo personajes ajenos.
Sin duda, el arsenal con el que cuentas para narrar tu propia experiencia es más amplio y más inmediato, pero no por ello deja de ser cierto que cuando escribes ficción pura, estás recurriendo más o menos a los mismos recursos. Quizás tengas que ampliar y flexibilizar o hacer incluso una investigación para poder llevar hasta los lugares que quieras llevarlos, pero que al final emanan del mismo corazón, por decirlo de una manera muy cursi. Por otro lado, está ese yo, ese yo que eres tú pero no eres tú, que siempre digo que es como un doble, es un yo que me parece muy engañoso. Es el yo en el que te pones tú como autora, pero que al mismo tiempo sabes que no será plenamente tú, que tienes que crearlo para que alguien afuera lo conozca tal como tú ya te preconoces o crees que te preconoces. Es como tener una primera cita y empezar a narrarle al otrx, recién salido de Tinder, quién eres. Nunca se trata tanto de tu esencia, lo que quiera que eso sea, sino de tu performance de lo que curadamente cuentas para mostrar un ángulo. Siempre se te escaparán cosas que no quieres y otras las ocultarás acuciosamente.
No me malinterpretes: no por ello creo que sea menos genuino, sino que quiero señalar que es una narrativa con un objetivo externo. No eres tú en el psicólogo hablando para ajustar las tripas del alma. Eres tú creando algo que alguien más leerá como una obra. Hay mucha reescritura para llegar de lo uno a lo otro. Siempre tiene que haber una conexión muy visceral, creo yo, cuando estás narrando desde un yo, por más que sepas que tendrás que moldear las acciones de tu protagonista o de la persona que eres tú en el texto; moldear las cosas que narras, dejar fuera situaciones que consideras perniciosas para personas vivas o que incluso no tienen sentido dentro de una construcción de una tensión narrativa, aunque tengan sentido en tu historia. A pesar de todas esas consideraciones tanto éticas como estéticas, siempre habrá un sustrato muy firme de realidad en un texto de narrativa de no ficción. Los límites entre una cosa y lo otro son dudosas, en ocasiones incluso para el o la propia autora, como la idea de realidad objetiva lo es.
Hace años, cuando Carrère hablaba de novelas sin ficción, había mucha gente que respingaba, como si aludiera a un oxímoron brutal. Creo que en este momento ya es mucho menos notorio este respingo. Estamos muy acostumbrados a leer narrativa de no ficción. Este es el siglo de la no ficción. A partir de la introducción de un relato personal, de que la terapia se ha vuelto algo tan preponderante y que cada vez nos narramos más a nosotres mismes, es evidente que hay una abundancia de no ficción en el mundo y, a la vez, dificultades para leer desde lo metafórico obras que sí tienen realidad, pero también invención.
Te mando un abrazo,
Aura
Octubre 28, 2024
Querida Aura:
Me gusta mucho esa idea del doble como performance. Ese personaje/autor que de alguna manera oculta su esencia (lo que quiera que eso sea) para que el lector le vea de cierta forma. Lo anterior puede involucrar una sinceridad brutal o un camuflaje perfecto, una escritura que oculta ciertos hechos, como uno de esos geckos cenizos que se confunden con la corteza de un árbol, o que simplemente los omite para evitar problemas. Alcanzaste a mencionar algo de ello y quería preguntarte más por la ética detrás de la escritura de las vidas ajenas.
Mark Twain célebremente pidió que su autobiografía se publicara al menos cien años después de su muerte, para así poder escribir con total franqueza sobre su vida. Su decisión puede verse como un acto de compasión (Twain tenía opiniones bastante fuertes sobre algunas personas cercanas), un acto de honor por la verdad (pienso en esa frase latina que me repitieron hasta el cansancio mientras estudiaba Filosofía: Amicus Plato, sed magis amica veritas), o una genialidad comercial (cuando finalmente se publicó el primer volumen, en 2010, no causó el revuelo que se esperaba, pero sí entró por un buen tiempo en la lista de bestsellers). Es, por lo demás, un lujo que solo un autor de semejantes proporciones puede darse. Si la mayoría diéramos semejante instrucción, la sugerencia se olvidaría. Vaya uno a saber qué va a ocurrir dentro de cien años —la situación no pinta nada bien ni para la literatura ni para la humanidad—: escribimos para el hoy, el mañana o, en el mejor de los casos, para dentro de un par de años. Y, en esa medida, las historias sobre las personas cercanas tienen efectos reales.
«Cuando nace un escritor en una familia, esa familia está acabada», escribió Milozs. En tu caso, ya había uno. No es común que aparezcan dos. Se me vienen a la cabeza las hermanas Brönte, Mary Shelley y su madre, Mary Wollstonecraft, y Kingsley y Martin Amis. Habrá muchos más, pero no deja de ser una rareza. Y luego tú escribiste este bello libro sobre tu padre. ¿Cómo fue el proceso de elección a la hora de escribir el libro? ¿Cómo decidiste qué incluir y qué no? ¿Qué barreras optaste por no cruzar o qué puertas preferiste no abrir? Las preguntas son prácticamente las mismas, pero en este caso el filtro incluye al otro. A tu padre. A quién debe responder quien escribe: ¿a las personas que quiere, a la verdad o, quizás, a alguna regla interna que defina un punto entre esos dos supuestos absolutos?
Un abrazo,
Santiago
Noviembre 4, 2024
Como siempre, acá vengo tarde. Para quienes leen sin fechas, han pasado unas cuantas semanas de la carta pasada a esta. Muy curioso lo que posibilita este ejercicio pausado.
De pronto me parece que el arte es una enfermedad contagiosa y que en las familias en las que este es muy central, es inevitable que haya una cadena de artistas, que o se dediquen a él o mínimamente tengan esta vocación, enfermedad, o como quieras llamarlo, aunque no la ejerzan. Al final es una manera de ver el mundo. Pero contrario a lo que muchas personas piensan, el arte no es inocuo, es un arma de gran filo. Nunca hay que obviar el hecho de que el mundo que el arte refleja también muestra sus facetas menos halagüeñas. En el caso de la literatura, su poder mimético y a la vez discursivo y crítico, la hacen siempre peligrosa y en tantas ocasiones ha sido censurada por ello.
De pronto me vi escribiendo una historia que era para mí al mismo tiempo real e irreal porque la muerte de mi padre tejía un velo sobre la realidad. Las emociones eran muy reales, pero a la vez opacaban la historia. En parte a eso se refiere Vivian Gornick, gran diosa de la escritura personal, cuando dice que se puede tener una situación (en mi caso la muerte de mi papá), pero para llegar a tener una historia, se necesita crear, inventar, unx narradorx que sepa contar la historia como cualquier narradorx de novelas lo haría. Es a la vez más fácil, porque eres tú, y más difícil, porque no puedes ser tú. Paradoja maravillosa, ¿no? Cuando escribes tu historia siempre tienes que estar muy al tanto del hecho de que la realidad no es nada, sino aquello que pasa por la matriz de la percepción y que es moldeada para la retransmisión.
En el caso de la literatura, este moldeo también pasa por una pretensión artística y por lo tanto por una serie de adecuaciones de índole estética, cosa que yo tuve que hacer muchas veces en el libro. La gran maravilla de que este libro esté escrito desde este híbrido de novela y ensayo es que me permitió en muchos casos hacer reflexiones explícitas todas las preguntas (incontestables) sobre la propia escritura.
Llevamos poco tiempo en la reflexión colectiva sobre quién puede contar qué y cómo. Nada es definitivo ni lo será, yo creo. En mi caso, ya hablando de lo práctico, hacia el final de la escritura me pregunté en todos y cada uno de los casos si era necesario para la historia que estaba contando para el libro que estaba escribiendo que apareciera tal o cual anécdota tal o cual personaje. Si la respuesta era: se puede prescindir de esto y la historia o las emociones que se transmiten o la experiencia literaria seguirá íntegra, lo quitaba. Ese fue uno de los criterios. Otro, por supuesto, fue que me interesa más la gente viva que los libros y en la medida de lo posible intenté cuidarles. Claro que siempre habrá mucha falibilidad en esto porque al final, de nuevo, se trata de arte y se trata de crítica y se trata de cómo hacer la alquimia a una experiencia estética cuando fue tan solo una experiencia de vida. Magia endeble. ¿O qué opinas?
Aura
Noviembre 6, 2024
Querida Aura:
Concuerdo contigo, aunque por el momento, afortunadamente, no me he enfrentado a una situación similar. Tengo varias historias en la cabeza que quisiera escribir pero me ha faltado valentía para hacerlo. Temo —y me siento increíblemente atraído— por esa frase de Milozs porque, de alguna manera, me identifico con ella. No hace mucho conversé sobre este tema con Margarita García Robayo y me contó que tuvo una pelea con su madre luego de la publicación de uno de sus primeros libros. Su madre se reconocía —o creía reconocerse— en una de los personajes y eso la molestó. Hacia el final de Dios fulmine a la que escriba sobre mí está la siguiente reflexión: «No quiero herir a quienes amo. No quiero herir a nadie, ni siquiera a quienes odio. A veces pienso que me faltan agallas para escribir este libro y veo de frente la conveniencia de una ficción más lejana. Novelar siempre, tachar culpables, torcer historias, sacrificar en nombre de la estética, pero también del decoro». Decía hace un par de semanas que no me interesaba preguntarte sobre la verdad, pero creo que fracasaré.
La razón es la siguiente: el libro, en parte, es un bello retrato de tu padre; incluye esas luces y sombras que conviven en cualquier persona, pero sugiere que algunos hechos quedaron por fuera, o que preferiste borrarlos en algún momento de la reescritura. La experiencia literaria sigue íntegra, pues este camino hipotético que imagino pertenece a otra clase de obras —más periodísticas, ¿quizás? Pienso en Carrère—. Pero ¿te arrepentiste o te has arrepentido en algún momento de haber incluido o de no haber incluido algo de lo que está en el libro? ¿Tal vez porque faltó una faceta o perspectiva más? De antemano, me disculpo porque creo que todas estas preguntas nacen de esa obsesión periodística por esa verdad aristotélica que suele ser mucho menos poderosa que la literaria, pero la curiosidad —otra de esas características enervantes de los periodistas— me obliga a insistir para ya cerrar esta correspondencia. ¿Aún tienes dudas sobre aquello que incluiste y aquello que dejaste por fuera?
(Por cierto, la solución a la que llegó la madre de Margarita García Robayo es simple y algo elegante: no volvió a leer los libros de su hija para ahorrarse dolores de vientres).
Un fuerte abrazo,
Santiago
Noviembre 11, 2024
Querido Santiago,
A veces me pregunto qué se sentirá estar del otro lado de la narración. Hasta el momento no me ha pasado, pero al estar rodeada de escritorxs, siento el riesgo a flor de piel. Hay una escena en la primera temporada de la serie White Lotus, en la que precisamente una joven periodista se encuentra a la empresaria de la que hizo un perfil. Cuando la empresaria recuerda el reportaje, estalla en furia porque la manera en que la periodista escribió las cosas le pareció condescendiente. La periodista estaba segura de haber transmitido su admiración en palabras; la empresaria, de lo contrario. Qué locura es la manera en la que estamos aferradxs al control de nuestra imagen y cómo la idea de verdad aristotélica, como tú dices, es tan parecida a una burbuja de chicle. A lo mejor suena a que me desvié de tu pregunta, y sí. Si algo me ha constatado este año de lecturas diversas de este libro, lo que escribas siempre será leído de acuerdo al sesgo vital de las personas que leen. Esto es especialmente agudo en la no ficción. No me queda claro por qué, pero las personas se involucran desde lo personal de una manera visceral, a veces muy bella, a veces muy violenta. Supongo que es como cuando conoces a una persona en la vida real y lees en ella muchas cosas más que solo lo que dices, te reflejas de otra manera. Obviamente la labor de la escritura es poner las piezas y el tono para que una obra sea por sí misma, pero al final sigue siendo una obra abierta a la interpretación. Si hubiera o no puesto una línea más o una línea menos, no siento que la diferencia fuera a ser considerable. En la escritura de no ficción, siempre corres el riesgo de volverte verborréicamente enciclopédica en el afán de precisar, de obligar la lectura que quieres, de controlar al o la lectora. No se puede. Prefiero elegir la idea del relato como literatura, de elegir solo aquellas cosas que son necesarias para que este funcione como tal, al menos desde mi perspectiva. Hay que dejar al libro existir en todas sus dimensiones de lectura, aunque sea difícil. Ojalá te animes a escribir esas historias pendientes.
Gracias por conversar conmigo.
Aura
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