Exhalar. Tomar mucho aire. Y no respirar hasta que la historia termina. Ese es el efecto que produce «Entonces», el segundo relato de Las ventanas y las voces, el libro de cuentos de Juan Carlos Botero, publicado en 1998 y reeditado por Alfaguara en 2024. Aunque el mecanismo de la historia es identificable —no utilizar puntos seguidos o puntos aparte durante todo el relato—, lo magistral está en las bisagras invisibles que Botero utiliza. Ese trabajo de carpintería le llevó meses y se nota, no solo en el armado sino en los detalles de un hombre que sabe cómo narrar el lugar menos explorado por los humanos: las profundidades del mar.
A los pocos días de que la editorial anunciara la reedición, invité al escritor a mi casa para hablar sobre este y los otros seis cuentos que aparecen en el libro. Me contó, por ejemplo, todo lo que le costó escribir el primer relato, titulado «El encuentro», a saber de que lo hizo en 1986, época en la que la documentación se hacía en las bibliotecas —bajando y subiendo libros de las estanterías, escarbándolos, pellizcando aquí y mordiendo allá—, y no con la facilidad de hoy, que con solo una pregunta y un clic es muy posible que ese semidiós omnipresente llamado internet ofrezca la respuesta.
A esa altura de la conversación ya se habían mencionado nombres como los de Raymond Carver, Borges y Rulfo. Sin embargo, la pregunta que siguió la hice con prevención. La respuesta reveló a la persona y no al escritor. Cuando le dije que sentía que el tercer cuento, «La fiesta», era un relato desde el privilegio, Botero, en lugar de negar que había sido un afortunado, fue más allá, recordando que su niñez, su adolescencia y sus épocas de estudio evidentemente fueron las de una persona rodeada de comodidades; sus padres, sobre todo el artista, pero también su madre, que dirigió durante años el Museo de Arte Moderno de Bogotá, eran frecuentados por millonarios, políticos, intelectuales, artistas. Desde aquellos tiempos, nunca faltó nada; al contrario, la abundancia se palpaba, como sucede en ese cuento. Incluso sobraban, también, las tragedias.
El cuarto cuento fue, quizás, el que hizo que Juan Carlos Botero Zea se apartara un poco de esa sombra inmensa que lo perseguía: la de Fernando Botero Ángulo. El aspirante a escritor tenía veintiséis años. Durante meses se sentó a escribir un cuento sobre un hombre que desciende a las profundidades del océano y allá la vida lo pone a prueba. Igual que en «Entonces», en esta historia al lector también le faltará el oxigeno. Su trabajo lo envió al Concurso Latinoamericano de Cuento de Puebla, México. Los participantes debían enviarlo bajo un seudónimo, de manera que nadie sabía que el hijo de uno de los artistas más famosos del mundo estaba en competencia. Juan Carlos fue el ganador, y aunque nunca nadie se lo preguntó, ese premio le dio los primeros méritos para comenzar a ser llamado «Juan Carlos, el escritor», y no «el hijo de Botero».
Se amaban, eso sí. Cuenta Juan Carlos que tal vez con quien más habló sobre libros y escritores fue con su padre. Fernando Botero era un lector compulsivo. De hecho, sus obras le deben mucho a esa mezcla explosiva de literatura y creatividad. Profesaba tal respeto por los libros que fue el propio Fernando quien mandó llamar a su hijo Juan Carlos para que escribiera su biografía, que se titula El arte de Fernando Botero. Es la única a la que el maestro le dio crédito porque el resto le parecían una «mierda». A propósito, muy pronto será reeditada por una de las grandes editoriales de habla hispana, teniendo en cuenta que sus primeras ediciones se agotaron con la muerte del artista.
La conversación siguió con apreciaciones sobre el oficio de escritor, la disciplina de un autor para encontrar su propia voz y la preparación constante que debe tener quien aspira a ser leído. Por un libro escrito, cien leídos, acotó Botero, quien a la fecha ha publicado nueve libros, entre ellos Los hechos casuales (Alfaguara, 2022), una novela que da cuenta de su madurez como escritor y la capacidad que tiene para convertir sucesos reales en maravillosas piezas de ficción.
Entre pregunta y respuesta, al final, Juan Carlos Botero recordó la relación humana y profesional que tenían, tal vez, los dos más grandes artistas colombianos del siglo XX, Gabriel García Márquez y Fernando Botero. Dice Juan Carlos que su padre admiraba la obra del premio nobel, pero que no le caía bien como ser humano. Para él, García Márquez era una mala persona.
Pero, más allá de la relación de Juan Carlos con su padre, la reedición de Las ventanas y las voces es una oportunidad para acercarse a la obra de un escritor que ha sorteado las trampas de la fama paterna para labrar un camino propio, uno, a menudo, sumergido en las profundidades del mar.
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