Menú Cerrar

Entrevista
«Ha sido torpe, mentiroso y manipulador»: Habla el hijo de Jorge Enrique Ibáñez Najar, presidente de la Corte Constitucional
El primogénito del magistrado más poderoso del país —un destacado ingeniero mecánico, experto en ciencia de datos— cuestiona la integridad de las sentencias de su padre, en las que amparaba el derecho de los hijos no reconocidos de la población colombiana, mientras negaba el derecho del suyo.
Por y | Ilustración: Leo Parra

Compartir

El 12 de mayo de 1992, después de apagar las diez velitas de su pastel de cumpleaños, la madre de Jorge Enrique Robles le dijo que ya estaba en edad de saber una verdad que todos en la familia conocían, excepto él. Se la dijo mirándolo a los ojos. Su papá, José Máximo, no era su padre. Él lo había criado y cuidado, pero su progenitor era otro: un abogado y político de Tunja, la ciudad en la que había nacido y a la que iban de vacaciones a fin de año. Se llamaba Jorge Enrique Ibáñez. Fue la primera vez que el niño oyó ese nombre, igual que el suyo, excepto por el apellido.

Tras la investigación de CasaMacondo sobre la sentencia judicial en la que el padre prófugo fue obligado a reconocerlo, el hijo del presidente de la Corte Constitucional aceptó una entrevista desde Valencia, España, donde acaba de obtener un título de maestría en Ingeniería del Mantenimiento, con una tesis laureada sobre diagnóstico de fallos en motores eléctricos a partir del análisis de grandes cantidades de información y algoritmos matemáticos. 

¿Qué recuerda de ese día, cuando su mamá le confesó de quién era hijo?

«Estábamos en Ibagué, celebrando mi cumpleaños y el Día de la Madre, que son fechas muy próximas. Ella había comprado una tortica negra y una vela. Mi mamá siempre me habló con calidez y sencillez. Me dijo que era abogado, egresado de la Universidad Javeriana y que estaba en Bogotá. Yo le pregunté por qué no vivía con nosotros y ella explicó que él no podía, que era un hombre público con su propia vida. Su nombre, tan parecido al mío, se me quedó grabado».

Esa confesión entreabrió una puerta que el hijo se tardó muchos años en cruzar. Unos meses después, de vacaciones en Tunja, un tío lo llevó a conocer a Eudosia Najar, la madre de su padre. Vamos donde su abuela, le dijo.

¿Cómo reaccionó la mujer cuando lo vio?

«Mi tío tocó la puerta y la señora apareció, entonces le dijo mire, este es el hijo de Yolanda Robles y de su hijo Jorge Enrique. La señora me miró y me dijo: “Usted no es nieto mío” y cerró la puerta. Imagínese eso, uno de niño recibiendo ese portazo en la cara. Me dolió mucho, fue un rechazo muy fuerte. Mi mamá me consoló, pero ese momento me marcó. Entendí que esa familia no me quería y eso se me quedó grabado».

¿Cómo se conocieron su madre y Jorge Enrique Ibáñez?

«Ella estudiaba [para ser] auxiliar de enfermería y terminó cuidando al padre de un amigo de Jorge Enrique en el hospital San Rafael, en Tunja. Se conocieron un día en que él fue de visita y comenzaron una relación a escondidas, porque él estaba en el Partido Conservador, con ambiciones políticas, y ella era una mujer separada de un matrimonio anterior».

¿Qué la enamoró de él?

«Ella lo admiraba porque era un hombre elocuente. Él era un académico, un egresado de la Javeriana, y un político que manejaba muy bien las palabras. Mi mamá, siendo una mujer de un estrato más bajo, lo veía como alguien inalcanzable. Ella se enamoró de su inteligencia».

¿Qué imagen se fue haciendo usted de él, de su padre?

«Para mí era un fantasma, alguien de quien oía rumores pero que no formaba parte de mi vida. Mi familia siempre supo de él. Mi tío Édgar, abogado y simpatizante conservador, lo conocía de eventos. Pero nos mantuvimos al margen para no afectarlo. Eso me dejó con una ausencia que dolía, pero también con la certeza de que debía forjarme solo».

En entrevista con CasaMacondo, Jorge Enrique Ibáñez, presidente de la Corte Constitucional, dijo que sólo se había enterado de la existencia de su hijo en 2002, cuando lo demandó. Esa respuesta fue mentirosa, ahora lo sabemos, e injuriosa, de acuerdo con el testimonio de la madre, que una vez, en un acto público, le entregó al hijo para que lo cargara. Y lo cargó.

¿Cómo fue ese episodio?

«Ocurrió en 1982, el año en que nací. Fue en una convención de juventudes conservadoras en Tunja. Él me vio con mi mamá, me alzó unos diez segundos y se puso muy nervioso. Entonces me devolvió como si fuera algo prohibido. Mi mamá dice que alguien le pidió que se comportara para que no se armara un escándalo».

Lo que tanto temía el joven abogado era que los mandamases del Partido Conservador en Tunja, que proclamaban la devoción a la familia tradicional, católica, apostólica y romana, lo proscribieran recién comenzando su carrera política. Un hijo por fuera del matrimonio, con una mujer casada y además separada, suponía una lacra imborrable.

Entonces, ¿en Tunja todos sabían que usted era el hijo de Jorge Enrique Ibáñez Najar?

«Sí, lo sabía mucha gente. Él, primero que todos, y su familia y las personas de su núcleo social más cercano».

Diecisiete años después de aquel episodio, durante un viaje de prácticas laborales a Bogotá, Jorge Enrique se atrevió a buscarlo. Fue su primera vez en la capital. En esos días era estudiante de Mantenimiento Industrial en el SENA de Ibagué y el lugar donde lo hospedaron resultó vecino de la Javeriana, la universidad donde daba clases su padre. Así que se armó de valor y fue hasta allá, guiado por la emoción y la curiosidad. Pero no lo encontró.

¿Cuándo pudo hablar con él?

«Unas semanas después, en otro viaje a Bogotá. Llegué a la Javeriana, entré directo al edificio y fui al piso donde había leído su nombre, escrito en una cartelera. Mi corazón latía fuerte, con ilusión y miedo. Pregunté por él, dije que éramos conocidos. Después de un rato, como no me atendía, le pasé un papelito a su asistente para que se lo entregara. Decía que lo estaba esperando Jorge Enrique Robles, hijo de Yolanda Robles Ramírez. Cuando su asistente se lo pasó oí su expresión de sorpresa. Dijo “¡Uuff!”, y oí que le dijeron que tuviera cuidado, que se le iba a regar el café».

¿Lo atendió? ¿De qué hablaron?

«Sí, él salió, me miró a los ojos y me dio la mano. Me dijo vámonos, charlemos. Fuimos a un cubículo afuera, cerca de su oficina, en el sexto piso del edificio. Me dijo cuéntame toda tu vida. Hablé tres horas. De mi niñez, mis hermanos, todo. Él escuchaba atento, como un profesor o un juez, sin opinar y sin ningún gesto de cercanía o afecto».

¿Qué frase recuerda de las que él le dijo?

«La última, con la que se despidió. No me dijo más. “Aunque usted sea mi hijo o no lo sea, le voy a ayudar”. ¿Cómo así?, pensé yo. ¡Soy su hijo! ¿Por qué lo pone en duda? Yo salí muy desilusionado. Esa frase final no le hacía justicia a todo lo que yo acababa de contarle, con sinceridad y certeza».

Tras ese encuentro, Jorge Enrique decidió que exigiría su reconocimiento ante la ley. Un tío, abogado y testigo de las veces en que el padre prófugo había sido informado del nacimiento del hijo, redactó la demanda de paternidad. Pero la madre no quería recorrer ese camino. Decía que Ibáñez Najar era un hombre poderoso, que esperaran, que a lo mejor iba a recapacitar, que le dieran tiempo. Pero la decisión estaba tomada. El 20 de mayo de 2003, ocho días después de su cumpleaños, el hijo radicó la demanda de filiación en un juzgado de Ibagué.

En entrevista con CasaMacondo, Jorge Enrique Ibáñez Najar dijo que las pruebas genéticas con las que se demostró su paternidad habían sido manipuladas y que no ofrecían certeza.

«Es una afirmación cínica. Esas pruebas las hicimos en Yunis Turbay, con todo el rigor científico de esos laboratorios, los más reconocidos del país. El resultado arrojó una certeza del 99.99 por ciento. Mi padre jamás objetó ese informe. ¿Cómo pretende poner en duda los resultados?».

Su parentesco físico es, por lo demás, ostensible. Suponemos que muchas personas se lo habrán dicho.

«Sí. Yo mismo me sorprendí una vez en el juzgado, en una de las diligencias de la demanda. Él presentó una cédula antigua, de esas blancas con foto. Era de hace muchos años, de cuando era joven. Cuando la vi pensé: ¡Ese soy yo! El parecido era impresionante, no había forma de negarlo. Y su primera esposa, al ver mi rostro, también quedó asombrada».

Él dice que por culpa de su mamá, y de la demanda de paternidad, perdió su primer matrimonio.

«Él ha sido torpe, mentiroso y manipulador. Todo lo que le ha ocurrido es consecuencia de sus actos. ¿Por qué me escondió, por qué me negó? Yo nunca me acerqué a él con intención de perjudicarlo. Al contrario. Pensé en darle la oportunidad de que fuera mi padre, de que pudiéramos tener una relación de cercanía y cariño. Él fue quien le mintió a su esposa y a sus hijos».

¿Qué pasó cuando la prueba genética dictó sentencia y estableció su vínculo más allá de cualquier duda?

«Aunque aún faltaba el fallo del juez, decidimos reunirnos en su oficina. Fue entre septiembre y octubre de 2003. Yo fui con mi mamá. Nos recibió con cordialidad, pero con frialdad. Me preguntó, ¿cuánto dinero quiere?, ¿cincuenta millones? Lo podemos redondear. Mi mamá iba a hablar, pero yo la miré y le dije sin palabras que me dejara hablar a mí. Lo que yo quería era que él se portara como un padre, no como un banquero. Pero no fue posible. Su frialdad solo esperaba una respuesta de dinero».

¿Y cuánto le pidió?

«Yo le pedí cuotas mensuales para mantener un canal abierto. Acababa de pasar a la Universidad Nacional, al programa de Ingeniería Mecánica, y como había estudiado en un colegio público, en Ibagué, mi pago de semestre era el más bajo, un valor simbólico. Él aceptó darme quinientos mil pesos mensuales, pero puso sus condiciones».

La más oprobiosa fue que no usara su apellido. En el fallo en que la justicia lo reconoce hijo de Jorge Enrique Ibáñez Najar, proferido el 18 de mayo de 2004, el juez dejó constancia de que «la madre siempre fue manipulada por el demandado».

¿Ese dinero era suficiente para vivir en Bogotá?

«Era un salario mínimo y siempre lo pagó cumplidamente. Yo hacía magia para multiplicarlo. Me ayudaba dándole clases a mis compañeros. Iba enseñando lo que iba aprendiendo. Mi promedio siempre fue muy alto durante toda la carrera».

¿Por qué decidió cambiar su apellido después de tantos años?

«Porque sentí que ya no podía seguir callando. Él siempre puso sus condiciones, como que no usara su apellido para proteger su hogar. Pero mi silencio solo secundaba sus mentiras. Yo no quería seguir siendo un fantasma por decisión de un padre cuyo trabajo es impartir justicia».

Finalmente, a los cuarenta y tres años de edad, el primogénito de Jorge Enrique Ibáñez Najar, presidente de la Corte Constitucional, puede usar su apellido paterno, respaldado por un fallo judicial cuyo expediente alguien muy poderoso logró desaparecer primero, e hizo aparecer después, tras las denuncias de CasaMacondo. ¿Se trata del final de los intentos de negación del magistrado que, no obstante, insiste en negar su paternidad, alegando razones más allá de las pruebas de filiación genética? Jorge Enrique Ibáñez Robles no lo sabe y no se confía. Se declara atento. 

Él suma más de quince años de experiencia profesional. Vive con su mamá, Yolanda Inés Robles Ramírez, en Alfafar, en las afueras de Valencia, no muy lejos del parque natural de la Albufera, a donde sale a montar bicicleta para poner los ojos más allá de las pantallas y los algoritmos matemáticos. Su tesis de maestría fue premiada por la Asociación Española de Mantenimiento como la mejor de ese país en 2025. Acaba de ser admitido para comenzar sus estudios de doctorado y, hasta ahora, es autor de tres publicaciones científicas. Parece el hijo que cualquier padre quisiera tener.

Foto de José Alejandro Castaño

José Alejandro Castaño

Escritor, periodista y editor. Ha sido finalista del Premio Kurt Schork, de Columbia University, y ganador del Casa de las Américas de Literatura, del Premio de Periodismo Rey de España y tres veces del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Es autor de los libros: La isla de Morgan (U. de Antioquia, 2002), ¿Cuánto cuesta matar a un hombre? (Norma, 2006), Zoológico Colombia: crónicas sorprendentes de nuestro país (Norma, 2008), Cierra los ojos, princesa (Ícono, 2012), Perú, reino de los bosques (Etiqueta Negra, 2012). Es coautor del libro Relato de un milagro. Los cuatro niños que volvieron del Amazonas (El Peregrino Ediciones, 2023). Algunas de sus crónicas están incluidas en antologías y han sido traducidas al inglés, francés, alemán y japonés. Cofundador de CasaMacondo.
Ver todas las historias de José Alejandro Castaño
Compartir

Artículos relacionados

CasaMacondo es un medio de comunicación colombiano que narra la diversidad de territorios y personas que conforman este país. Tenemos una oferta de contenidos abierta y gratuita que incluye relatos sobre política, derechos humanos, arte, cultura y riqueza biológica. Para mantener nuestra independencia recurrimos a la generosidad de lectores como tú. Si te gusta el trabajo que hacemos y quieres apoyar un periodismo hecho con cuidado y sin afán, haz clic aquí. ¡Gracias!

Haz clic aquí para apoyarnos

CasaMacondo certificado JTI

CasaMacondo es el primer medio de comunicación colombiano con certificación bajo la norma internacional CWA CEN17493 de 2019, que garantiza la aplicación continua de criterios de responsabilidad, coherencia con sus polticas editoriales y transparencia en su labor periodística. Se trata de una iniciativa global de la Journalism Trust Initiative (JTI), liderada por Reporteros Sin Fronteras, el organismo de vigilancia de la libertad de prensa y los derechos humanos.