Una prostituta de Remedios me llamó por teléfono y me dijo que los policías del pueblo habían cavado una mina de oro dentro de la estación, un túnel vertical de quince metros de profundidad. Era una revelación inverosímil. En esos recovecos auríferos del nordeste de Antioquia, a doscientos y tantos kilómetros de Medellín, los policías deben patrullar los barrios para evitar que la gente cave túneles en las casas y desmorone el cimiento de las paredes. En Remedios, Segovia y Anorí hay barrios de casas desvencijadas por el efecto dominó que originó la excavación de una familia en su propia cocina. La historia de un socavón en la estación de policía era la promesa dorada de un gran relato. Los que me vieron entrar a la población, con cámara fotográfica y vestido con el chaleco de prensa de El Colombiano, dieron por cierto lo que hasta entonces era un rumor. ¿Viene por lo de la mina en la estación de policía?, me preguntó el conductor que me recogió en el aeropuerto de Otú, en las afueras del municipio. Cuando se enteraron de mi llegada, los policías me mandaron una razón con un vendedor de copitos de nieve. Que se devuelva para Medellín, que a la estación solo entra si va preso, me dijo el hombre con voz de hielo. Tuve suerte. Al día siguiente llegaría un ingeniero de la Secretaría de Minas del Departamento para verificar los rumores, y en la Alcaldía se conformó una comisión de notables en la que terminé incluido, por iniciativa del párroco del pueblo. El hoyo resultó una garganta oscura de un metro y medio de diámetro y más de veinte metros de profundidad, lo mismo que un sótano de diez pisos, en el centro de la estación de policía. La única manera de descender era sentado sobre una tabla de madera, amarrada a un malacate que los policías giraban empapados en sudor. Su coartada para la excavación había sido un documento del Ministerio de Defensa en el que les ordenaban construir una trinchera donde resguardarse en caso de un ataque guerrillero. Las especificaciones estaban escritas en un papel con sellos oficiales. La profundidad máxima debía ser de ciento cuarenta centímetros. Yo lo vi en persona. Hay tanto oro en el nordeste de Antioquia que la gente se roba la tierra de los caminos para procesarla con mercurio y extraer dinero de ella. En Segovia, los drogadictos excavan los separadores de las aceras y barren el polvo de las calles. En el basurero municipal encontré familias que recuperaban trazas de oro de entre la montaña de desechos. ¿Cuánto dinero desenterraron los policías de un hoyo semejante? No lo sé, y no voy a decírselo, me respondió el ingeniero de minas en el fondo del pozo, los dos mirando arriba, al cielo de ese infierno, las cabezas diminutas de los policías armados con sus fusiles, mirando abajo. «Policías buscan El Dorado en Remedios» fue el título de esa historia que publiqué dos días después, a pesar de las amenazas. No he vuelto por allá desde entonces.
Policías minerosEn el corazón aurífero del nordeste de Antioquia, un grupo de policías cava una mina bajo la estación, valiéndose de un permiso para construir una trinchera de resguardo. Esta es otra historia mínima de un cronista de viajes a pie, al parecer tan audaz como afortunado. Por José Alejandro Castaño | Ilustración: Leo Parra
