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VIP (Very Important Person)

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José Alejandro Castaño

Opinión | 11 de julio de 2025

Por cada paraíso portátil, por cada parcela privada, hay un afuera al acecho, una multitud de denigrados sometidos a la tristeza, a la frustración, a la inmundicia, es decir a la vida cotidiana. Mejor no confiarse.

En las cárceles colombianas, hacinadas e inmundas, hay celdas VIP para presos adinerados. Hace años entré a una de ellas en Bellavista, en las afueras de Medellín, una de las prisiones más hacinadas del país, construida para mil setecientos reclusos y atestada con casi cuatro mil. Un capo de sicarios apodado el Señor mandó construir una suite en el espacio de cuatro calabozos sin importarle que el resto de sus compañeros de patio tuvieran que apretujarse en sus literas de hormigón, cientos de ellos en el suelo, los pies rozando las cabezas, los más infelices sentenciados a dormir alrededor de los sanitarios, sobre salpicaduras de orín. La suite del Señor medía lo que un departamento de soltero, y tenía un cielorraso de espejos, una cama del tamaño de una piscina para niños, un comedor de seis puestos, un horno microondas, un televisor adosado a la pared —del tamaño de un ventanal—, y un refrigerador de dos puertas repleto de botellas de licor, comidas preparadas, frutas y preservativos. El cuarto era de baldosas de mármol y en vez de rejas había una puerta de madera con cerradura dorada y un timbre que sonaba como el claxon de un carro de helados. Afuera, sobre el dintel, había una pequeña placa con las letras VIP, esa sigla en inglés que significa «Persona Muy Importante». Los presos la habían traducido a su modo: «Vive Inteligente Pudiente». En un mundo cada vez más apretujado, caótico y desesperanzado, la sigla VIP también puede entenderse como una constancia del paraíso, una especie de cielo portátil, pasajero e individual, que se paga con dinero o se compra con fama. Y no importa si se trata de una fama provisoria, culpa de un equívoco. Se puede ser un patán con un carné de lo que sea —de periodista, por ejemplo— y disfrutar de un trato VIP. Es posible entonces que, liberados de la quimera de un edén celestial, hayamos terminado evocando edenes terrenales. De una noche, por ejemplo, en la sala VIP de un teatro donde crees haber encontrado el amor e imaginas que puedes llevártelo a casa. O edenes de una hora en una sala de viajero frecuente, tomando vino y comiendo nueces mientras esperas la salida de un vuelo de regreso a la tierra. O edenes inodoros en cuartos de hospital rodeados de jardines y médicos diligentes que casi logran convencerte de que les importas. Si es cierto que Dios existe, es posible que lo más cerca que llegues a estar de él sea en la zona VIP de un concierto de tu cantante favorito, salpicado de su sudor y su saliva. Pero no hay que confiarse. Por cada paraíso portátil, por cada parcela VIP, hay un afuera al acecho, una multitud de denigrados sometidos a la tristeza, a la frustración, a la inmundicia, es decir a la vida cotidiana. Desde la perspectiva de un preso condenado a dormir sobre los rastros de orín de sus compañeros, la sigla VIP exhibida en la puerta del capo todopoderoso puede traducirse como «Vive Ijo de Puta». El rencor, ya deberíamos saberlo, tiene mala ortografía.

Foto de José Alejandro Castaño

José Alejandro Castaño

Escritor, periodista y editor. Ha sido finalista del Premio Kurt Schork, de Columbia University, y ganador del Casa de las Américas de Literatura, del Premio de Periodismo Rey de España y tres veces del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Es autor de los libros: La isla de Morgan (U. de Antioquia, 2002), ¿Cuánto cuesta matar a un hombre? (Norma, 2006), Zoológico Colombia: crónicas sorprendentes de nuestro país (Norma, 2008), Cierra los ojos, princesa (Ícono, 2012), Perú, reino de los bosques (Etiqueta Negra, 2012). Es coautor del libro Relato de un milagro. Los cuatro niños que volvieron del Amazonas (El Peregrino Ediciones, 2023). Algunas de sus crónicas están incluidas en antologías y han sido traducidas al inglés, francés, alemán y japonés. Cofundador de CasaMacondo.

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Publicado en Opinión

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