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La aurora, la mujer y el abanico

Publicado en Crítica, Edición 92
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¿Cómo imaginamos el comienzo del mundo? Una reflexión sobre el Génesis de la Biblia, Las olas de Virginia Woolf y el momento en que pasamos del sueño a la vigilia.

Tohu bohu es la palabra hebrea que aparece en el segundo verso del Génesis para designar el estado de la tierra, o del mundo, antes de la creación. Tohu bohu puede querer decir inhospitalario, incompatible con la vida. Puede significar también un movimiento de agitación confusa. Quizá un estado de indeterminación, vacío de formas y significado. También, según leí en una nota de traducción, Tohu y Bohu pueden ser nombres propios muy antiguos, los nombres de las divinidades primordiales del caos.

El tercer y el cuarto verso del Génesis siguen así: «Tinieblas sobre la faz del abismo, / el espíritu de Elohim sobre la faz de las aguas». Aquí las tinieblas se contraponen a ese «espíritu». Si ese espíritu se contrapone a las tinieblas es porque es luz, o porque lleva la luz en sí, como su alma, como su centro. Así que la luz vuela sobre el agua, la oscuridad sobre el abismo.

Veamos ahora las primeras frases de Las olas de Virginia Woolf: 

«Aún no se había levantado el sol. No se distinguía el mar del cielo, exceptuadas unas tenues líneas que mostraba el mar, como un paño con arrugas».

En lo que pareciera su versión del Génesis, Virginia Woolf reemplaza ese estado Tohu bohu por un movimiento marino: «se llenaba el paño gris de surcos de gruesos trazos que se movían, uno tras otro, bajo la superficie, siguiéndose, persiguiéndose perpetuamente». 

Ese movimiento de olas, de ondas lentas, sinuosas y continuas, debe parecerse al movimiento de la mente durante el sueño, o a ese poso que se asienta en lo hondo de la mente aún en la vigilia: la mente profunda, abierta, insondable. El inconsciente, le dicen. Un agua profunda que se mueve bajo la superficie a un ritmo desconocido.

La comparación entre ese movimiento marino y el sueño no tarda en aparecer en el texto de Woolf: «La ola hacía una pausa y volvía de nuevo suspirando como quien duerme, cuyo aliento va y viene de forma inconsciente». 

En la primera página de Las olas, la luz no viene del espíritu de Elohim. La luz divina está encarnada aquí en una mujer acostada bajo la línea del horizonte. La mujer levanta el brazo y sostiene una lámpara en la mano. La lámpara entonces alumbra. Y el soplo del espíritu viene a ser un abanico: «…como si hubiese levantado una luz el brazo de una mujer tendida bajo el horizonte y se extendiesen por el cielo unas varillas blancas, verdes y amarillas, en forma de abanico».

Mujer, lámpara y abanico son la imagen del soplo y la luz divina, o de la aurora, de la luz de la naturaleza, que quizá son lo mismo. Y esto nos hace pensar que el Génesis cuenta simplemente lo que sucede cada mañana cuando sale el sol. Así de sencillo. Y cada mañana, la profundidad oculta de la mente en el sueño se transmuta poco a poco en la transparencia de la vigilia. 

Es curioso ese momento en que pasamos progresivamente de la inconsciencia a la conciencia, del sueño a la vigilia, cuando despertamos de a poquitos. Viene entonces el día. El día se separa de la noche, claro, pero también brota de ella, porque la luz es la semilla que la noche tiene oculta. Y de la mente del sueño, infinita y extensa, sin bordes ni palabras, brota nuestra mente cada día. 

Me pregunto si estos dos momentos o movimientos de la mente pueden unificarse en uno. Si podemos estar al mismo tiempo despiertos y dormidos. Si la mente consciente y la inconsciente pueden llegar a ser una sola, una misma, como de hecho lo son, porque no tenemos dos mentes, solo una. 

Quizá esa unificación pueda llamarse también comienzo, despertar, creación, génesis. 

Me pregunto si la conciencia, como una mujer que lleva una lámpara encendida, puede cruzar una puerta y seguir andando en silencio para alumbrar el mar, el abismo.

Una primera versión de este texto apareció en el portal de Diario Criterio, un medio de comunicación que dejó de ofrecer contenidos en 2023.

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