Fue hace unas semanas, pero ya es noticia olvidada: una camioneta atropelló a un hipopótamo y lo mató. El animal —como todos los de su especie— salió de las aguas en el ocaso del día para alimentarse de hierba y tallos frescos y se encaminó hacia la carretera que conduce de Medellín a Bogotá. Unos pasos adelante, con la exactitud que tienen los imprevistos, el golpe de ciento catorce caballos de fuerza lo tumbó sobre la vía, a cinco kilómetros de Doradal. La sangre manó de su jeta entreabierta y salpicó el suelo. La colisión del animal, de unos mil trescientos kilos de peso, contra la camioneta, de unos mil quinientos, debió provocar un estallido comparable al de esas bolas de acero forjado con que se derriban paredes de concreto.
La camioneta, una Renault Duster, quedó con la trompa destrozada, pero el conductor y su acompañante salieron de ella sanos y salvos, sin más dolencias que el susto. El hipopótamo fue amarrado con cables y subido a un remolque, igual que un vehículo estrellado. Desde la llegada de la especie al país, a principios de los ochenta, es el primer ejemplar que encontró la muerte en un accidente de tránsito.
Los hipopótamos son los animales más peligrosos de África, incluso más que cocodrilos, serpientes y leones, así que es una suerte que aún no hayan matado desde su llegada a Colombia a principios de los años ochenta. Según Jacob Kushner, escritor de un reciente reportaje para National Geographic sobre el conflicto de esas bestias y los humanos en el lago Naivasha, al noreste de Nairobi, los hipopótamos matan a unas quinientas personas al año.
Una noche de noviembre del 2022, mientras conducía su motocicleta en la misma carretera donde ocurrió el accidente de hace unas semanas, Kevin Torres se encandiló con las luces de un camión y, cuando recuperó la vista, lo sorprendió el bulto oscuro de un hipopótamo cruzando la vía. Frenó de súbito, pero no pudo evitar estrellarse contra esa redondez. Por suerte el animal también se vio sorprendido y huyó a la arboleda entre el crujido de ramas. Kevin sufrió laceraciones y una fractura en el brazo derecho. Los casos en el oriente de Antioquia se repiten.
El 31 de octubre del 2021, Jhon Aristides Saldarriaga atisbó la muerte en forma de hipopótamo. Estaba pescando en un lago cercano a la Hacienda Nápoles cuando vio emerger al animal con las fauces abiertas y lanzando gruñidos rabiosos al sentir invadidas sus aguas. El hombre intentó escapar entre pastos y lodazales, pero la bestia, que corre mucho más que un humano, a unos treinta kilómetros por hora, lo alcanzó, le agarró el brazo con su jeta, lo zarandeó y lo lanzó unos metros más adelante. El hombre casi pierde la extremidad por la infección que le causó la saliva del hipopótamo, contaminada de microbios y bacterias. La inminencia de una tragedia en el Magdalena Medio sumas más casos.
En mayo del 2020, en el corregimiento Estación Pita, de Puerto Triunfo, Luis Enrique Díaz también vio salir de las aguas a un hipopótamo resoplando de furia mientras él llenaba una bomba de fumigación. Él no alcanzó a correr y el animal lo revolcó y casi lo pisoteó. Luis Enrique recuerda el peso brutal de las patas moliéndolo a golpes y el crujir de los huesos de una pierna y sus costillas, una de las cuales le perforó un pulmón.
Entre el 2020 y el 2023 se han documentado otros cuatro accidentes. En las redes sociales se pueden ver decenas de videos de hipopótamos caminando orondos por las calles de Doradal, yendo en manada por los caminos de la región, asustando a los turistas que se aventuran en los ríos para avistarlos y cruzando la carretera Medellín-Bogotá, una de la más transitadas del país. En los barrios y las veredas de Puerto Triunfo hay carteles con dibujos de hipopótamos y letreros de advertencia. En los colegios, las maestras les advierten a los niños que estén atentos y que no jueguen con ellos como algunos temerarios que los tratan igual que toros de corraleja.
Hace tres años, un grupo que navegaba por el río Magdalena fue sorprendido por una de las bestias que intentó perseguirlo. Hombres y mujeres gritaron, y por poco se botan de la lancha. En un video que circuló por la misma época, unos sujetos le arrojan piedras a un hipopótamo que pastaba tranquilo. Luego de varias pedradas el animal se enfureció y trató de ir tras los agresores que huyeron entre risas.
Después de más de una década de olvido estatal, la población de hipopótamos se extiende en un perímetro de mil quinientos kilómetros cuadrados. Ante semejante proliferación, en marzo del 2022 se catalogó a los animales como especie invasora. Dentro de las medidas están los disparos con perdigones cargados con GonaCon, un esterilizante veterinario que, por el tamaño de las bestias, solo asegura su eficacia después de tres dosis aplicadas con intervalos de tiempo. Otra medida que están considerando las autoridades es el envío de setenta de estos individuos a México e India, pero eso parece improbable, pues el traslado cuesta casi cuatro millones de dólares, unos dieciocho mil millones de pesos.
Mientras todo esto sucede, el peligro sigue caminando entre los habitantes del Magdalena Medio. ¿Quién morirá primero?, esa es la pregunta. ¿Será un conductor, un turista, un pescador, un grupo de niños camino del colegio?
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