Conticinio. Esa es la palabra exacta para definir el momento de la noche en que todo está en silencio. Regularmente ocurre a las tres de la madrugada. A esta hora, desde hace más de cuarenta años, Evelio Rosero comienza a escribir sus libros. Es una costumbre, no un agüero. El día que un amigo suyo lo supo, le dijo que esa era la hora de los suicidas. También de los vivos, le dijo Rosero. 

Escribe a mano alzada, con lápiz y en cuadernos de hojas amarillas. Lo hace bajo la luz de una vela, siempre de una nueva, porque el derretir de la parafina es, para él, el desvanecer del tiempo. A las seis de la mañana, cuando la barahúnda ya se le hace insoportable y su elemento para medir las horas se ha apagado, Evelio Rosero se pone de pie y deja de escribir en el papel para comenzar a hacerlo en su cabeza. 

Siguiendo esa rutina, escribió Juliana los mira (1987), Las muertes de fiesta (1996), Los almuerzos (2001), Los ejércitos (2007), La carroza de Bolívar (2012), Toño Ciruelo (2017), Casa de furia (2021) y siete novelas más. Con esa disciplina de monje, también publicó dieciocho libros de literatura infantil y juvenil, más otros tres de cuentos. 

La excusa para conversar con Rosero fue la reedición de su novela En el lejero (2003) por parte de Alfaguara, un sello de Penguin Random House, la editorial que compró en 2021 los derechos para publicar su fondo editorial. La cita se dio en la sala de CasaMacondo a las once de la mañana. El novelista llegó puntual. Vestía un saco ajado de dos botones, unos jeans desgastados por el tiempo, no por la moda, y unos zapatos que por sus suelas parecían haber recorrido, a pie, los ochocientos veintitrés kilómetros que hay entre Bogotá y Pasto, ciudad donde Rosero vivió su infancia. 

La conversación comenzó por ahí, por una casualidad geográfica: periodista y entrevistado hicieron la primera comunión en la basílica de Las Lajas, una construcción de más de cien metros de altura, erigida de manera inverosímil al borde de un cañón sobre el río Guáitara, a veinte minutos de Ipiales. Justamente, esa es la iglesia que se describe En el lejero, una novela fantasmal con ecos rulfianos.

Rosero habló del frío que cristaliza los huesos, de la búsqueda de ese abuelo al que le desaparecieron la nieta, de la violencia que atraviesa esa novela y de las violencias de Los ejércitos y Casa de furia, dos novelas que, junto con En el lejero, forman una trilogía sobre lo innombrable. 

Rosero evita usar la palabra «yo» (yo soy, yo hice, yo creo, yo, yo y yo). Se refiere a su obra como si fuera de otra persona. Tiene un tono de voz que no es aleccionador y que a ratos recuerda el sonido que producen las velas cuando llega el conticinio.

Aquí la entrevista completa:

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