En 1959, el mundo del jazz se encontraba en un punto de inconformidad y efervescencia creativa que, mirando hacia atrás, podemos identificar como una verdadera revolución. Fue un año que, además de marcar el cierre de una década, sirvió de antesala para los giros sociales que estaban por venir en Estados Unidos y el mundo. En este contexto, el jazz se convirtió en un reflejo vibrante de los movimientos por los derechos civiles, la exploración de nuevas libertades y el cuestionamiento de las normas establecidas contra los afroamericanos en Norteamérica.
Esto no ocurrió de manera aislada. Veinte años antes, Billie Holiday interpretó Strange Fruit, una poderosa canción de protesta que denuncia el linchamiento de afroamericanos en el sur de EE. UU. La canción, con su cruda y emotiva descripción de los cuerpos colgando de los árboles, se convirtió en un símbolo de la lucha contra el racismo. El panorama en 1959 no era diferente: aunque para la época la música popular gozaba de ciertas libertades, el jazz estaba en el momento preciso para apostarle a un manifiesto de carácter contestatario desde su diversidad y estilo. Ya lo había dicho Malcom X sobre la música afroamericana: «Es el único espacio de Estados Unidos en el que el hombre negro puede crear libremente».
Cuando evoco esta época, recuerdo la primera vez que me encontré con Kind of Blue, de Miles Davis. Fue en una vieja tienda de discos de Ciudad de México. Dentro del local, un espacio medianamente oscuro, lleno de cajas de libros y discos en una especie de sótano cerca de la zona del Zócalo, el propietario, un aficionado al jazz clásico de Verve, Blue Note, Impulse! y otros sellos legendarios, me aseguró que lo que estaba a punto de escuchar cambiaría mi percepción de la música para siempre. No se equivocaba. Había visto la carátula —el rostro de Miles extasiado, de traje azul, en comunión con su trompeta— infinidad de veces, pero nunca me había detenido a escucharlo.
Cuando sentí las primeras notas de So What, la canción que abre el álbum, me vi transportado por una pieza que transcurre entre lo inesperado y la simpleza del desparpajo. Una canción que, con sus tensiones, expectativas y giros repentinos, deja ver el arrojo de un genio que se atrevió a desafiar la industria y el género, sin importar lo que dijeran los eruditos y críticos; ese disco de 1959, con otros que expondré más adelante, no solo transformaron el jazz, sino que también se convirtieron en un reflejo de los cambios sociales que estaban sacudiendo a Estados Unidos. Kind of Blue fue la banda sonora de la lucha por la igualdad y la justicia.
En esta ocasión, decidí crear una lista de reproducción para reunir en un mismo lugar estas obras de arte, una cápsula del tiempo que nos transporte al espíritu de 1959, el año en que el jazz emergió como un vibrante grito de libertad. Se me ocurre que los músicos de aquel tiempo, en un acto de sincronía colectiva, decidieron narrar a través de sus instrumentos la complejidad y el fervor de los acontecimientos que se desarrollaban en Estados Unidos. Por eso cada pieza musical no existe aislada y surge como parte de un manifiesto, reflejando, desde su particular perspectiva artística y personal, los movimientos y las turbulencias de la época. El legado es una colección de álbumes y canciones que no solo documentan un momento histórico, sino que también funcionan como un viaje sonoro en el que quedaron impresas las aspiraciones y reflexiones de estos virtuosos del jazz.
Escuchar Kind of Blue, de Miles Davis, es como abrir una ventana a otro mundo. Con Miles al frente y genios como John Coltrane y Cannonball Adderley en los saxos, este disco nos envuelve en una nube de sonidos que nos hace sentir que todo es posible. En aquellos tiempos de cambio, entrar en este álbum era como escuchar a un amigo que te entendía y te mostraba un camino rebelde, un escape, un refugio en medio del caos. Miles desafió todo, garabateó el disco en un papel en una tarde y luego se metió a un estudio a improvisar con sus músicos lo que les dictara el alma. Arte en el más puro y fiel sentido de la palabra.
En su disco Time Out, Dave Brubeck se salió de lo predecible al mezclar ritmos que nadie esperaba encontrar en el jazz. «Take Five» y «Blue Rondo à la Turk» son la entrada a una danza que invita a recorrer compases diferentes y exploraciones atrevidas que confirman que las diferencias pueden crear algo hermoso. Este, a mi parecer, fue un recordatorio de que juntos, en nuestra diversidad, podemos crear armonía con una intención clara. El álbum también refleja el espíritu crítico de Dave, un músico blanco que amaba la música de los afroamericanos y deseaba propagar el espíritu de unidad. Curiosamente, este disco marcó para muchas familias estadounidenses su introducción al jazz, motivadas por la imagen de un pianista blanco como Brubeck, fusionándose con ritmos y músicos afroamericanos.
Giant Steps, de John Coltrane, fue otra revolución. Coltrane, con su saxo tenor, nos llevó por un viaje lleno de desafíos, marcando un antes y después no solo en el jazz, sino en la manera en que vemos el mundo. Fue como si nos dijera que avanzar, cambiar y mirar hacia dentro está bien. Coltrane se convirtió en una suerte de médium del jazz, que se dedicó de manera obstinada a tejer una conexión espiritual entre este género y su propia búsqueda musical. Su sendero marcó el rumbo que luego siguieron músicos como Pharoah Sanders, Sun Ra y Roland Kirk.
Bill Evans, en Portrait in Jazz, transformó el piano en un vehículo de emociones, con Scott LaFaro al bajo y Paul Motian en la batería. Este trío, bajo la dirección de Evans, nos invita a detenernos y escuchar de verdad, a encontrar un golpe de tranquilidad que contrasta con la euforia habitual del género e invita a respirar un poco de paz y conectar con lo esencial en nuestras vidas. Evans, con su espíritu introspectivo, logra balancear la melancolía con una dulzura única, creando un ambiente que es a la vez fresco y familiar, sin olvidar lo desafiante y revolucionario del momento. Aquí, la innovación y la tradición se entrelazan en una introspección sonora, donde cada nota, proyectada desde la sensibilidad de Evans, juega un papel crucial en la narrativa emocional del álbum, un hito del género.
Charles Mingus, en Mingus Ah Um, celebró su vida, con todas sus complicaciones y contradicciones, usando su bajo para dibujar un mundo donde la música es un puente entre historias y sueños, un grito contra la injusticia y un canto a la belleza de la resistencia. En este álbum, Mingus, un músico proveniente de una familia de origen sueco y afroamericano por parte de sus abuelos paternos, y chino y británico por parte de sus abuelos maternos, se enfocó en una búsqueda individual que se decantó finalmente en una joya capaz de señalar el racismo y la opresión en piezas como Fables of Faubus, que protesta contra las acciones del gobernador de Arkansas Orval E. Faubus. Mingus lo tenía claro: si la música no provocaba algo, no servía.
What a Difference a Day Makes, de Dinah Washington, no se queda atrás. Es magia y dulzura. Con cada una de las canciones de este álbum, Dinah transforma lo cotidiano en extraordinario, recordándonos el poder sanador y transformador de la música. Este trabajo es un testimonio de la conexión de la música para tejer lazos de fraternidad y ofrecer consuelo. A partir de su interpretación, Washington no solo nos invita a apreciar la belleza en las pequeñas cosas, también nos enseña a enfrentar la vida con soltura y fortaleza. Cada melodía es una lección de cómo la música puede ser un refugio en los momentos más difíciles. En el disco, Washington se consagra como narradora de historias cotidianas, transformando lo ordinario en arte. Un vínculo de solidaridad racial en épocas en las que, para los afroamericanos, sentarse en un asiento reservado para blancos en un autobús era considerado un crimen.
Al explorar esta playlist, no solo rendimos homenaje a la extraordinaria creatividad que caracterizó el año 1959, sino que también nos vinculamos con una época en la que la música sirvió como potente vehículo de expresión y agente transformador. A través de esta, compartimos el boleto de regreso a una época cargada de emociones, sonoridades, rebeldía y, sobre todo, la euforia de querer cambiarlo todo y hacerlo de nuevo y para todos. Disfruten este viaje en el tiempo.
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