Alguien en el mando superior estuvo a punto de impedir el ascenso a coronel de Pedro Arnulfo Sánchez Suárez, nuevo ministro de Defensa y primer militar en retiro en ese cargo desde la promulgación de la Constitución de 1991, hace treinta y tres años. Fue el momento más crucial de su carrera. El otorgamiento del permiso al grado siguiente se oficializaba en una ceremonia de gala mediante una carta sellada que incluía una disertación de Simón Bolívar sobre el honor de un soldado que sirve con amor a la patria. La negativa, y en consecuencia la orden de retiro y el cese de funciones, no incluía ese sermón sino un escueto gracias. El primero en recibir la carta fue Sánchez, pero él no abrió el sobre hasta que el último de sus compañeros de promoción recibió la suya.

Un año antes de esa ceremonia había sido incluido entre los diez mejores oficiales de la Fuerza Aérea Colombiana y había recibido un premio institucional por su liderazgo y desempeño, dos condecoraciones de más de una docena recibidas hasta entonces, primero como piloto de guerra y después como experto en táctica y estrategia militar. En la carta, firmada por sus superiores y sin las palabras del Libertador, decía gracias en letra cursiva, con la solemnidad de un epitafio. Quizá la sensación más cercana a ese sobresalto haya sido la vez en que un disparo impactó la cabina de su helicóptero artillado, un B212. La bala siguió una trayectoria imposible, entró por el orificio del altímetro y rozó su casco por el lado derecho, a milímetros de la sien.

Ocurrió en Lejanías, Meta. Él se palpó el rostro, luego constató que el proyectil se había incrustado en el fuselaje, detrás de su silla. Era una bala calibre 7.62, de un fusil Kalashnikov. Fue su bautizo de fuego, la primera dentellada de la muerte librada con fortuna. Para algunos de sus compañeros pilotos, su primera vez resultó la última. Tuve suerte, me dijo en medio de la búsqueda de Lesly y sus hermanos, a comienzos de junio de 2023, al sur del río Apaporis, en las selvas próximas al Chiribiquete. Su tono de voz pausado y explicativo, detenido en los detalles, parecía el de un profesor universitario, no el del comandante del Comando Conjunto de Operaciones Especiales.

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Pedro Sánchez, al sur del río Apaporis, en la búsqueda de Lesly y sus hermanos. Fotografía de José Alejandro Castaño. 

¿Por qué razón le habían negado el ascenso a coronel con una hoja de servicios semejante, repleta de condecoraciones y de notas de felicitación? Él recuerda que su hijo Alejandro acababa de nacer y que, cuando le dio la noticia a su esposa, ella sintió un nudo en el pecho y se le secó la leche. Fueron los años más dolorosos de su vida. Su hermano Luis Rodolfo, también piloto de la Fuerza Aérea, había muerto el 30 de abril de 2012, en un accidente aéreo, mientras viajaba como pasajero entre Barranquilla y Caucasia, a bordo de un helicóptero. Él era el niño de Edelmira, su mamá, que no pudo reponerse de esa tristeza caída del cielo y murió poco tiempo después. ¿Cómo se mastican las tristezas más duras sin quebrarse los dientes, general?, le pregunté.

Sánchez no eludió la pregunta e imaginó una respuesta allá, en lo profundo de la Amazonía, al sur del Apaporis, mientras una araña tarántula caminaba sobre la punta de su bota. No solo las tristezas, me dijo, también los dolores, los enojos, las frustraciones, hay que masticarlas despacio. Y me dijo algo más, con la autoridad que le brinda su experiencia de catorce años como piloto de helicópteros artillados: en la vida hay que tener un propósito, un norte, y dirigirse a él con serenidad y valentía. El nuevo ministro de Defensa suele decir frases que suenan célebres y que podrían escribirse en retablos para colgar en la pared. Más peligroso que quedarse sin combustible es estar en el aire sin saber adónde ir, dice él. Otro suceso transparenta su carácter personal. Fue el siguiente episodio que pudo truncar su carrera.

El 20 de octubre de 2002, el helicóptero que pilotaba quedó por debajo de la línea de fuego de una ametralladora .50, situada arriba de un cañón sobre el municipio de Belalcázar, en el oriente del Cauca, atacado por doscientos guerrilleros de las FARC. Ese día, setenta subversivos murieron cuando los dos camiones en los que huían fueron alcanzados por los cañones de los aviones Mirage y Douglas AC-47 fantasma, y de los helicópteros B-212 Rapaz y Black Hawk Arpía. En su afán por alcanzar a la totalidad de los guerrilleros, el piloto del Douglas AC-47 le pidió al capitán Sánchez que abriera fuego contra un tercer camión. Dispárele, le insistía el piloto del avión fantasma, dotado con cámaras de precisión.

Él ametralló el camino para obligar al conductor a detenerse, pero el camión solo aceleró y a la polvareda levantada por los disparos de advertencia se sumó la estela de las llantas a toda prisa. Se va a escapar, le decían desde el avión fantasma, dispare. Sánchez tenía el vehículo en la mirilla. Bastaba accionar el disparador de su carga de cohetes y ametralladoras para que volara por los aires. Pero él no lograba distinguir a ningún guerrillero. ¿Usted sí los ve?, le preguntó al piloto del avión fantasma, que enseguida le respondió que sí. Entonces el objetivo es todo suyo, le dijo Sánchez y alzó vuelo, para despejarle el espacio y que procediera según su certeza. No hubo más disparos.

Poco después, un grupo de soldados comprobó que en el camión iban cuatro rescatistas de la Defensa Civil que habían atendido el llamado de auxilio tras el ataque subversivo. Sin convicciones el pulso nunca es firme, me dijo Sánchez veintiún años después, empapado de sudor y debajo de una ceiba, uno de los árboles más grandes de la Amazonía. Ningún otro helicóptero voló más ni disparó más veces en Belalcázar que el comandado por Sánchez. Sin embargo, a pesar de sus aciertos y de las vidas que salvó, fue el único piloto al que sus superiores se negaron a felicitar y, en cambio, le ordenaron marchar con la bandera de Colombia en la ceremonia en la que el resto de sus compañeros recibieron medallas de condecoración.

Él nunca desfiló con más aplomo, el rostro firme, el gesto altivo. Su condecoración, así lo asumió, fue marchar con la bandera. Unos días después publicó una reflexión sobre el valor de las medallas. Las más importantes, escribió, son las que imponen la verdad, el honor y la justicia. Algunos de sus superiores, acostumbrados a una obediencia ciega, y muda, volvieron a mirarlo con recelo. Esa vez, tras la negativa de su ascenso a coronel, y ante la inminencia de su retiro del servicio, Pedro Sánchez accedió a escribir una carta solicitando que se reconsiderara su situación. Él no quería escribirla. Ese gesto de súplica le parecía deshonroso. Pero su esposa, y muchos de sus compañeros, lo animaron a hacerlo.

Al día siguiente de que lo proscribieran, supo que un proyecto estratégico de doctrina militar, diseñado por él, había sido premiado con financiamiento internacional para su implementación. Eso lo animó a escribir aquella misiva que activó una reacción en cadena,  igual que hacen los detonadores con las cargas explosivas, y el muro que algún general había levantado en su contra cayó derruido. La carta que le dieron de respuesta incluía la disertación de Simón Bolívar sobre el honor de un soldado que sirve con amor a la patria, lo que confirmaba su ascenso y la continuidad de su carrera militar. Él dice que contuvo las lágrimas recordando lo que le dijo su mamá el día que se marchó de Boavita, en Boyacá, para hacerse militar. Llorar en las despedidas y en las bienvenidas es de mala suerte, le había dicho ella, forzando una sonrisa.

Una reseña sucinta de su hoja de servicios dice que Pedro Arnulfo Sánchez Suárez sumó seis mil ochocientas horas de vuelo como piloto de guerra y que fue el segundo general de la Fuerza Aérea Colombiana, ahora llamada Fuerza Aeroespacial, en liderar el Comando Conjunto de Operaciones Especiales, la fuerza élite que diezmó a las FARC y las obligó, después de numerosos intentos fallidos, a sentarse a negociar un acuerdo de paz definitivo. Pero de todos sus logros militares, uno humanitario, casi cosa de niños en un sentido literal, es el que más lo emociona y enorgullece: la búsqueda de Lesly y sus hermanos, hallados cuarenta días después de su desaparición en lo profundo de la selva. Su relación con ellos es entrañable, íntima, de familia. Pero él nada revela de aquello porque se los prometió. Y Sánchez no rompe promesas. 

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Pedro Sánchez, recién descendido a la selva desde un helicóptero, al lado de sus hombres. Fotografía de José Alejandro Castaño. 

La prenda militar que quizá más extrañe, ahora que viste traje y corbata, es la boina roja que distingue a los comandos, expertos en combate terrestre. La prueba que otorga el derecho de usarla suele hacerse al inicio de la vida militar, no al final. Él fue el oficial de más alta graduación en merecerla, después de completar un entrenamiento que incluye descenso a rapel, pista de arrastre, polígono de precisión, marcha forzada de diez kilómetros con veinte kilos de armamento y saltos desde torre de paracaidismo y plataforma en agua. Su autoridad estaba fuera de toda duda y no hacía falta exponerse al riesgo de un escarmiento público, sin embargo, él creía indigno liderar una fuerza élite de comandos sin ser uno, así que completó el curso en 2022, igual que un soldado, sin ostentar su grado de general.

La vida es de ida y de vuelta, lo sabe él. Por orden del presidente Gustavo Petro, ahora es el superior jerárquico del conjunto de generales de las fuerzas militares y de policía. Él se declara tranquilo y confiado. De todas las distinciones que hay en su oficina, entre medallas y pergaminos, la más significativa es una tarea escolar de Alejandro, su hijo, escrita de su puño y letra: «Mi papá es piloto militar y ha volado avión y helicóptero. […] ha salvado vidas y ha rescatado enfermos de la selva y continúa ayudando porque dirige la operación Esperanza para traer con vida a los cuatro niños perdidos en la selva», se lee en una hoja de cartulina sobre su escritorio. Para el general en retiro, la admiración de su hijo vale todos los soles. 

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Pedro Sánchez, a punto de descender a la selva, revisa el mapa de búsqueda de Lesly y sus hermanos. Fotografía de José Alejandro Castaño. 

Pedro Sánchez y sus hermanos niños

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