Durante cincuenta y ocho años, Cormac McCarthy produjo un conjunto de obras de enorme complejidad y riqueza lírica. Nació en el norte de Estados Unidos en 1933, pero se crió en el estado sureño de Tennessee, donde publicó, en 1965, su primera novela, El guardián entre el vergel, mientras trabajaba como mecánico de carros. Más adelante, vivió en Texas y en España, antes de finalmente asentarse en Santa Fe, Nuevo México, donde pasó sus últimos años entre físicos y matemáticos en el prestigioso Santa Fe Institute. La fama le llegó tarde, cuando su novela Todos los hermosos caballos (1992) ganó el National Book Award, y se acrecentó con las adaptaciones cinematográficas de No es país para viejos (2005) y La carretera (2006). Hoy, McCarthy es recordado, sobre todo, por Meridiano de sangre (1985), ampliamente reconocida por la crítica como una de las mejores obras de ficción del siglo XX.

Poco después de su muerte, los escritores y periodistas Christopher Tibble y Santiago Wills intercambiaron impresiones sobre el autor.

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Santi:

Cuando leí sobre la muerte de McCarthy te escribí de inmediato en tono de sorpresa. Justo el jueves pasado tú y yo salimos a comer y hablamos bastante sobre él. Me parece que nuestra charla fue mediada por la admiración que ambos sentimos por su obra. Sí, por la admiración, y también por un respeto casi reverencial. Hoy me he puesto a pensar si lo que me provoca su muerte es una sensación de duelo. Y no sé si sea el caso. No creo. Siento que se silenció una fuerza prodigiosa. Como si hubiera colapsado una estrella en el cielo.

Recuerdo que en la comida tú me hablaste de sus últimas dos novelas, que salieron el año pasado, y que yo te mencioné algunas de las entrevistas de él que rondan en YouTube. Es curioso: en muchas de ellas, más que hablar de literatura, McCarthy habla sobre física y matemáticas, dos temas que le fascinaban. En una dice algo hermoso: que el placer de solucionar un problema de matemáticas se asemeja a ver un animal salir de la lluvia y entrar a la casa. En otra de ellas, o quizás en la misma, alude a la fiesta a la que acudió cuando fue parte del primer grupo en recibir la beca MacArthur, la de los genios, y de cómo se sintió más cómodo entre los científicos que querían sentarse a discutir un problema de física que entre los artistas que bajaron al coctel de bienvenida listos para salir de fiesta. No sé por qué esa anécdota me gusta tanto, pero creo que tiene que ver con el contraste que señala entre cierta mesura de su personalidad y la fuerza arrolladora de su literatura. Sobre todo pienso en la que uno encuentra en Meridiano de sangre, la novela que el crítico Harold Bloom dijo haberse memorizado. Y cuando pienso en ella pienso en ti. Porque sé que al escribir tu primera novela, Jaguar, no solo seguiste el precepto tan repetido por McCarthy de que las novelas en verdad están hechas de otras novelas, sino que quisiste, de alguna forma, canalizar el espíritu de ese libro durante tu proceso de escritura. ¿Cómo fue eso?

Chris

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Querido Chris:

Con todas las contradicciones que el hecho conlleva, yo no puedo evitar esa sensación de duelo. Parece extraño, aunque es lo más normal del mundo: si se puede tener un duelo por un personaje ficticio, ¿cómo no tenerlo por un autor que, de una u otra manera, determinó tu camino? Esa tristeza está conectada con la pregunta que me haces. La primera vez que leí Meridiano de sangre entendí qué era lo que quería hacer. Esa obra portentosa sobre la conquista del Oeste aborda de una manera despiadada e increíblemente bella la violencia del hombre. Pienso en ella y pienso en muertes retorcidas, en ese elocuente y demoníaco gigante calvo, y en una tierra tapizada por cueros cabelludos ensangrentados y multicolores. Pero —y ahí radica parte de su genio—, al mismo tiempo, no siento un horror que me haga voltear la vista.

Lo anterior no es algo sencillo. Es fácil atrapar a los lectores con el morbo, pero eso no es lo que hace McCarthy en su novela. La fascinación nace, en su caso, de la prosa. McCarthy es un gigante del estilo. En la mayoría de sus obras, su voz tiene un peso particular, una suerte de revestimiento onírico, que nace de la mezcla de un vocabulario común espolvoreado por palabras esotéricas; de la ondulada variedad de sus oraciones; de la posición entre mítica, preterrenal, del narrador; de los brillantes monólogos en los que las palabras de los personajes se funden con la visión de quien narra (no es casual, como señala Joyce Carol Oates, que McCarthy prescinda de las comillas). Todo lo anterior nos permite explorar ese lado sádico y odioso del ser humano. Algo así intenté hacer en Jaguar.

Pero el duelo no es por lo que yo hice, sino por lo que McCarthy ya no hará. Un par de años antes de su muerte, Philip Roth dijo en una entrevista que no volvería a escribir. Sentí un dolor parecido aquella vez. Pensé, injusta y egoístamente, en esa frase de Kafka que Vila-Matas cita en Bartleby y compañía: «Un escritor que no escribe es un monstruo que invita a la locura». Confiaba en que Roth se arrepentiría, que le sería imposible jubilarse. Sí, quizás sus obras no fueran igual de poderosas, pero algo descubriría, porque, como la voz de McCarthy, la voz de Roth me hablaba y me señalaba caminos. Estoy seguro de que te ha sucedido algo parecido, ¿no es así?

¿Qué escuchabas tú en la voz de McCarthy? No hace mucho, me escribiste sobre un caballo en su trilogía de la frontera. ¿Hubo algún eco de esos libros que aún te persiga, como a mí Meridiano de sangre?

 S. W.

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Santi:

La voz de McCarthy llegó por primera vez a mis oídos hace tres años. Yo estaba de vacaciones en Estados Unidos con mi familia y tenía ganas de meterle el diente a una obra de ficción americana. En internet encontré una encuesta que sacó el New York Times sobre las mejores novelas estadounidenses que se publicaron entre 1981 y 2006. Meridiano de sangre ocupaba el segundo lugar, empatada con Submundo, de Don DeLillo, y con Pastoral americana, de Philip Roth; las tres estaban detrás de Beloved, de Toni Morrison. Sin pensarlo dos veces, salí a comprar la novela de McCarthy, y te puedo decir que me tumbó durante tres días en la cama. Nunca había leído una obra que me inquietara tanto, o que indujera en mí un estado similar al del trance. Como a ti, me hipnotizó el estilo, los diálogos, incluso la violencia que la atraviesa. También me cautivó el paisaje, que se renueva constantemente en una especie de profusión incesante, y que contrasta tanto con los personajes, a quienes nunca tenemos acceso del todo: su interioridad es un misterio. McCarthy parece decirnos: yo allá no llegó, no puedo. Miren las superficies. Miren los actos.

Es una novela muy cinética, ¿no te parece?

Para responder a tu pregunta, creo que todo esto me persigue, o más bien te puedo decir que me acompaña. ¿No te pasa que, cuando piensas en las novelas de los escritores que admiras, más que recordar una escena o un personaje, recuerdas su energía? A riesgo de sonar un poco excéntrico, eso es lo que me pasa a mí. La energía de la prosa se queda en mí. Cuando pienso en McCarthy, pienso en una energía oscura, críptica, musgosa, en algo que no se agota y que, en su núcleo, contiene una fuerza profética. Hace poco estuve leyendo un libro sobre el sufismo y me encontré con lo siguiente: para ellos, el profeta es el visionario, es el que sueña dentro del sueño de la realidad. Son aquellos, mejor dicho, que acceden al reino de lo simbólico. Esa definición me gusta, y me hace pensar en McCarthy. También me hace pensar en el «revestimiento onírico» que mencionas en tu carta.

Quisiera contarte algunas de mis impresiones sobre la trilogía de la frontera, pero no quiero excederme. Prefiero, por el momento, compartir contigo unas últimas reflexiones sobre Meridiano de sangre. La primera tiene que ver con el morbo. O con su ausencia, como tú bien dices. Hace unos días hablé del tema con un amigo y llegamos a la siguiente conclusión: que la morbosidad no hace parte de la receta de Meridiano de sangre porque la violencia que recorre la novela nunca se siente gratuita. Se siente, más bien, como parte fundamental del proyecto, en parte porque refleja de forma auténtica la época —y la región— que retrata. Tanto McCarthy como Roth eran maestros en ese sentido, ¿no crees? Los libros de ambos tenían un altísimo nivel de investigación.

Otro elemento de Meridiano de sangre que siempre me ha sorprendido es su colombianidad. El libro, al fin y al cabo, retrata a un ejército paramilitar. Durante buena parte del libro, la Glanton Gang, de la que hace parte el Kid, trabaja de la mano del Gobierno mexicano cazando indígenas en el estado de Sonora. Cuando leí Meridiano de sangre pensé a menudo que su huracán de violencia bien podría situarse en nuestro país. Y ahora que escribo esto, se me ocurre que quizás tú llegaste a la misma conclusión, y que por eso encontraste en esta novela una especie de guía para escribir Jaguar. ¿O será que estoy meando por fuera del tiesto?

Para acabar, te dejo un dato no tan menor:

¿Sabías que McCarthy se inventó más de quinientas palabras en Meridiano de sangre? Eso es una locura. La mayoría son compuestas, como cinderland o sweatblackened, pero igual es una proeza enorme. ¿Será que existe un escritor, aparte de Shakespeare, que haya innovado tanto el inglés como lo hizo McCarthy?

Pero hablemos de otros de sus libros. Sé que leíste sus dos novelas más recientes. ¿Qué tal te parecieron? ¿Sí te gustaron? O, como temías que pasara con Roth si hubiera seguido publicando, ¿no estuvieron a la altura?

Chris

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Querido Chris:

Te entiendo completamente en el tema de la energía. Cuando pienso en muchas de las novelas, cuentos o poemas que más aprecio, en varios casos, sí recuerdo escenas, frases o versos, pero, en general, lo que permanece es esa energía de la que hablas. En mi caso, siempre lo he pensado más como una suerte de sentimiento. Es algo similar a lo que me ocurre con los viajes. A menudo, me cuesta recordar lugares puntuales o escenas específicas que viví, pero siempre queda algo de la atmósfera de ese viaje. Es como si todos los recuerdos que tengo de ese tiempo estuvieran marcados por cierto patrón de colores, de vivencias, de sentimientos —una temperatura— que me cuesta describir, pero que podría señalar sin problema. Así me pasa también con la literatura. (Meridiano de sangre se siente frío y a la vez cálido, un viento púrpura y viscoso que te envuelve en ese atardecer rojizo del desierto, que menciona la segunda parte del título del libro).

Siguiendo con tus preguntas, contrario a lo que ocurre en la mayoría de los baños públicos, das justo en el blanco. Jaguar nace de ahí. O, más bien, parte de la decisión de que Martín Pardo, el protagonista de mi novela, fuera un paramilitar obedece a lo hecho por McCarthy. Creo que alguna vez te lo conté: en Jaguar quise hacer un homenaje a muchos de los libros que me han marcado. Meridiano de sangre aporta uno de los epígrafes — «Los lobos se matan selectivamente, hermano. ¿Qué otra criatura podría hacerlo? ¿Y no es la raza de los hombres aún más depredadora?»— y Jaguar hace un guiño al Juez, ese terrible y violento calvo que guía la pandilla, con la figura de Chamizo. Hay luego una alusión a Benjy Compson y otra a Joyce, que está ahí arriba entre esos ludópatas del idioma inglés que mencionaste.

En cuanto a sus dos últimas novelas, me encantaron. Quizás fuera la consecuencia del cariño que siento por su estilo o el hecho de que llevara dieciséis años sin publicar una novela —La carretera es del 2006—, pero me gustaron. Son muy diferentes de Meridiano de sangre, la trilogía de la frontera, La carretera o sus otras obras. El pasajero y Stella Maris siguen la vida del hijo y la hija de un físico que trabajó en el desarrollo de la bomba atómica. Él es un genio de la física, y ella de las matemáticas teóricas. Tienen una complicada relación incestuosa, ella se suicida (ocurre en la primera página en un bellísimo párrafo) y él no logra seguir adelante. Hay centenares de cabos sueltos, conversaciones con seres imaginarios y largas discusiones sobre matemáticas, el bosón de Higgs y física teórica de las que probablemente entendí poco. No obstante, la prosa sigue ahí. El estilo, la energía, la atmósfera. Y es una bella historia sobre la pérdida, el significado de la bomba y aquello que entendemos por realidad.

Se siente, además, un cariño especial por los temas que toca. Me lo contaste no hace mucho: desde hace años, McCarthy trabajaba sobre el estudio de la complejidad con el Santa Fe Institute, en Nuevo México, uno de los centros de pensamiento más reputados del mundo. Allí conversaba a diario con físicos teóricos y matemáticos sobre los temas de los que discurren sus últimos dos libros. Uno de estos era el inconsciente y lo que McCarthy llamó el problema Kekulé en un bello ensayo que escribió para la revista Nautilus. El nombre viene del químico alemán August Kekulé, quien luchó para encontrar la estructura del benceno hasta que una noche soñó con un ouroboro. De eso también tratan El pasajero y Stella Maris.

Por cierto, en la cena me mostraste un fragmento de Werner Herzog leyendo a McCarthy. Encontré el contexto en el que ello ocurrió. En el 2011, NPR, la radio pública estadounidense, reunió a Herzog, a McCarthy y al físico Lawrence Krauss para que charlaran usando como excusa La cueva de los sueños olvidados, el documental que el director alemán estrenaba por esa época sobre las pinturas rupestres de la Cueva de Chauvet. Acá está: https://www.npr.org/2011/04/08/135241869/connecting-science-and-art.

Te dejo, para terminar, una noticia que me entusiasma y aterra. El director John Hillcoat, el mismo que dirigió la versión cinematográfica de La carretera, planea adaptar Meridiano de sangre.  

S. W.

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Santi:

No sabía que se estuviera hablando de adaptar al cine Meridiano de sangre. Quisiera compartir tu entusiasmo, pero la verdad es que la idea solo me aterra. En líneas generales, me gustó la película de La carretera. Me pareció una adaptación rigurosa, fiel al libro, que no toma muchos riesgos estéticos. Pero, por eso mismo, uno puede argumentar que es demasiado juiciosa. ¿Cómo llevar al cine el tono de Meridiano de sangre? ¿Cómo transmitir su vertiginosidad? No conozco a fondo la filmografía de Hillcoat, pero me da la impresión de que se trata de un director algo conservador en sus formas. Ahora, creo que adaptar Meridiano de sangre sería un reto enorme para cualquier cineasta. Quizás Terrance Malick lo haría bien, en la línea de ese soplo poético que es su película El nuevo mundo.

Por otro lado, La carretera es una novela en extremo adaptable, ¿no crees? Al igual que No es país para viejos, la otra novela de McCarthy de los 2000 (que fue llevada al cine magistralmente por los hermanos Coen), La carretera tiene una concisión y una especie de austeridad que la diferencia de otras de sus novelas. Las dos son, en otras palabras, más escuetas, menos arrolladoras. No me parece una casualidad que, por esa misma época, McCarthy publicara su obra de teatro The Sunset Limited, que se limita a una ubicación y a retratar de corrido la conversación entre dos hombres. La obra está adaptada al cine, por si no la has visto; la protagonizan Tommy Lee Jones y Samuel L. Jackson.

De la incursión de McCarthy en el mundo de los guiones se habla poco. Quizás se deba a la tibia recepción que tuvieron algunas de las películas escritas por él, lo cual no deja de ser curioso cuando se toma en cuenta el enorme oído que tenía para el diálogo. El otro día encontré en internet uno de sus guiones inéditos, que comparto contigo por acá. Conociendo tu amor por el reino animal, seguramente te llamará la atención. La obra se llama Whales and Men: https://www.docdroid.net/MzuFjJR/whales-and-men-cormac-mccarthy-pdf.

¿Te ha pasado que la muerte de un autor coincida con la lectura de su obra? A mí la noticia de la muerte de McCarthy me llegó justo después de leer Todos los caballos salvajes y La frontera. En tu primera carta me preguntaste por la trilogía de la frontera, así que aprovecho este aparte para darte «mis dos centavos», como dicen los gringos. Te confieso que la segunda me gustó más que la primera. Si bien ambas comparten una misma ambición épica, y tratan sobre adolescentes americanos que huyen de sus casas y se adentran en México, Todos los hermosos caballos me pareció una novela un poco esquemática y, por eso mismo, predecible. Las escenas de amor, por otro lado, me parecieron algo trilladas. El amor romántico no era, qué le vamos a hacer, el tema de McCarthy; algún talón de Aquiles tenía que tener. La frontera, en cambio, es más rebelde. La aviva la impredecibilidad. McCarthy reduce la trama a su mínima expresión y nos ofrece, en cambio, un sombrío y onírico viaje en el que Billy, el protagonista, se cruza con lobos, artistas, ladrones, ciegos, campesinos, terratenientes, al tiempo que la muerte se ciñe sobre él y sobre aquellos a los que él ama. Es un librazo.

Hace unos minutos releí esta carta para pescar errores y me di cuenta de que va cronológicamente hacia atrás. Me parece entonces coherente terminarla en esa misma dirección. ¿Tú has leído la obra temprana de McCarthy? Me refiero a las novelas que transcurren en el «deep south», en la fértil tierra del gótico sureño y de Faulkner, Welty y Capote. Allí se sitúan sus primeras cuatro novelas, empezando con El guardián del vergel y terminando con Suttree, antes de que su ficción se desplace geográficamente hacia la zona fronteriza con México. Yo no las he leído, y me muero de curiosidad. Ahora que se nos fue McCarthy, me parece que llegó el momento de hacerlo. No dudo que allí encontraré más de esa oscuridad que a ti y a mí tanto nos deslumbra.

A todo esto, ¿tienes alguna cita favorita de McCarthy?

Chris

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Querido Chris:

Tendré que leer Whales and Men. Es cierto que muchos de sus guiones no son los mejores. Recuerdo la película El abogado del crimen. La dirigió Ridley Scott y contaba con un reparto sin par: Brad Pitt, Penélope Cruz, Javier Bardem, Michael Fassbender, Cameron Diaz, Édgar Ramírez, Natalie Dormer. Es malísima. Solo el inicio es medianamente rescatable. Tal vez por experiencias como esa es que la mayoría de los obituarios evitaron tocar el tema de los guiones.

Y no, Chris, tampoco he leído las primeras novelas, pero también buscaré hacerlo apenas tenga tiempo. Seguro allí también habrá varias frases entrecomillables. McCarthy es un escritor tremendamente citable, ¿no crees? Tanto sus narradores como sus personajes tienen frases bellas y sentenciosas en las que resulta difícil no detenerse. Yo suelo marcar las páginas de los libros en las que me topo con esas frases con un doblez, o una oreja de perro, como dicen los gringos. Quería buscar algunas en mi copia de Meridiano de sangre, pero no la encontré en mi biblioteca. Al principio me confundí, luego me preocupé y después sentí rabia por haber perdido el libro. Pero ahora sonreí porque acabo de recordar qué pasó con él.

Suelo prestar libros con relativa facilidad. Trato siempre de hacer una anotación mental firme para poder reclamarlos cuando los necesite. Los que olvido son aquellos que regalo, y usualmente prefiero comprar una copia nueva y que esa sea el obsequio. De ese modo, no pierdo ni las frases y momentos que señalé durante la lectura con las orejas de perro, ni las plumas, los naipes, los tréboles, las flores y otros recuerdos que a veces guardo entre las páginas. Sobre todo, no regalo los libros que son importantes para mí. Pero en alguna que otra ocasión lo he hecho. Y hoy mi copia doblada de Meridiano de sangre la tiene una persona a quien quiero mucho, así que no puedo compartirte más citas, aparte de la que señalé antes. ¿Por qué no cierras esta conversación con una de las tuyas?

S. W.

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Santi:

Te dejo tres citas. No van en ningún orden de preferencia.

Between the wish and the thing the world lies waiting.

«Entre el deseo y la cosa, el mundo yace a la espera».

De Todos los hermosos caballos

There is no God and we are his prophets.

«Dios no existe y nosotros somos sus profetas».

De La carretera

This is the hard lesson. Nothing can be dispensed with. Nothing despised. Because the seams are hid from us, you see. The joinery. The way in which the world is made. We have no way to know what could be taken away. What omitted. We have no way to tell what might stand and what might fall.”

 «Esta es la lección más dura. Nada puede ser prescindido. Nada despreciado. Porque, ya ves, las costuras se nos ocultan. Las junturas. La forma en que el mundo está hecho. No tenemos manera de saber qué será arrebatado. Qué será omitido. No tenemos manera de saber qué seguirá de pie y qué caerá».

De La frontera

Un abrazo, 

Chris

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